domingo, 19 de febrero de 2012

Email Erroneo; Final!!!!!!!!

¡Maldito fuera aquel día! Se volvía a repetir mentalmente. Que ganas tenía que tocara fin. Se miró el reloj de pulsera, y comprendió que por la hora que era  temía que no llegaría con el suficiente tiempo de poder cambiarlo. Y dudaba que pasadas esas fechas, aceptaran cambiarte ropa de gala para fiestas.
-¡Ahora no intentes excusarte! –Exclamó verdaderamente enfadada-. No se como has podido… ¡No estoy ciega! Me encuentro delante de él. Resulta un poco más corto de lo habitual y es muy…
-¿Sexymente revelador? –Indicó Andreas alzando las cejas al tiempo que silbaba, sin soltar aún la pequeña prenda de color negro y transparente en casi todas partes.

-¡Quieres soltar el vestido y largarte! –Escupió con veneno por rabia a qué hubiera visto aquello-. No era a ti –Se excusó hacia su amiga-. Se halla aquí Andreas, revolviendo en lo que no debe. ¡Y no te desvíes ahora de camino! –Se adelantó sabiendo que su amiga querría saber aún más de su presencia allí.
-Que yo recuerde, nunca eh visto que fueras tan atrevida –Le guiñó un ojo divertido-. Pero tampoco es para que crucifiques a tu amiga Andrea… Lo ha hecho con toda su buena voluntad.
-¿Aún sigues aquí? –Frunció el ceño-. ¡Y tú no lo defiendas! –Volvió a gritarle al aparato de teléfono-. Ya te dije que tengo cosas que hacer.
-¿Cómo ir a cambiar éste vestido? –Preguntó volviendo a guardarlo en la bolsa, mirando bien el logotipo de la tienda-. Habanna… -Leyó  en voz alta-. Voy a tomar buena nota de ésta tienda.
-Pierdes el tiempo –Masculló en un gruñido-. No tienen ropa interior para que les regales a tus ligues –Soltó con rabia al pensar en las mujeres que habían salido con él a lo largo de los años.
-Créeme que este vestido es mucho más interesante que un conjunto de ropa interior –Rió soltando la bolsa en el mismo lugar-. Si no te lo pones hoy…
-No pienso dártelo –lo interrumpió-, para que se lo ofrezcas alguna de tus amigas. Sácate tú solito las castañas del fuego.
-Iba ha decirte que te lo pusieras, para la cena si perdías la apuesta de hoy –Se acercó hasta ella para mirarla detenidamente unos segundos-. Pero no creo que lo hagas.
-Así no vas ha conseguir provocarme –Intentaba respirar, pensar, hablar y no tartamudear en ningún momento por su proximidad-. Y ya te dije en su momento, que no hay ninguna apuesta por mi parte. ¿Por qué no lo aceptas como lo hizo tú padre en un santiamén?
-Lo que me temía –Chascó la lengua-. Eres una cobarde.
-Puedes decir todo cuanto quieras, que no vas ha provocarme más. Dime qué querías y lárgate…
-Cuelga ese teléfono y te lo diré… -Le guiñó un ojo, provocando una pequeña erupción en el volcán de su estomago logrando que sus piernas casi no la sostuvieran.
-A mí no vengas a darme órdenes –Lo miró con cierto aire quisquilloso.
-Te recuerdo que soy un mando tuyo –Se cruzó de brazos.
-Pero no soy de tu propiedad –Sus ojos chispeaban por el enfado que iba creciendo en su interior.
-Tanto como eso –Rió un poco-. Yo no…
-¡Al fin te encuentro! –Exclamó aliviada Chantal, apareciendo en la puerta del despacho.
-¿No me puedes olvidar verdad, preciosa? –Bromeó éste con la secretaria de su padre.
 -Más rápido de lo que tú te imaginas –Respondió con el mismo tono-. ¿Dónde tienes tú teléfono? Te llamé por lo menos unas quince veces –Soltó un tanto exasperada.
-Lo ves, Andreas –Sonrió Rose-. Los años no te pasan en balde. Hoy es la pastillita de la memoria, y en dos días la viagra… -Dijo sacándole una carcajada a la otra chica.
-Lo dejé olvidado en mi despacho al cambiarme de muda –Confesó divertido al verse nuevamente atacado por ellas dos.
-Es verdad –Se rió Chantal-. Tengo que comprarte un babero. Tu pulso ya no es tan firme…
-Os puedo despedir por maltrato psicológico –Bromeó él.
-Y nosotras denunciarte por acoso sexual con el muérdago –Se defendió Chantal.
-Pero que quejicas que llegáis a ser con el muérdago –Se alejó de Rose-. Sois las únicas que os quejáis…
-Eso es porque no has visto la circulación que hay en…
-¡Uy! –Exclamó de repente Rose-. Tengo a Andrea al teléfono… -Y le guiñó acto seguido de forma disimulada el ojo a Chantal-. ¿No venías a llevarte a esta mosca?
-Sí, tú padre te reclama –Respondió sonriendo y comprendiendo que casi metía la pata al  indicar que circulaban por las escaleras de emergencia la mayoría de mujeres del edificio.
-¿De qué circulación me hablabas? –Frunció el ceño un momento y mirando a las dos mujeres con sospecha de que ocultaban algo.
-Ya no me acuerdo que quería decirte –Se excusó.
-Ya veo… Que oportuna casualidad –Rió divertido, para girarse a Rose-. ¿Me acompañas hasta el marco bajo tu puerta? –Preguntó alzando una ceja en gesto divertido y obteniendo como respuesta a ella un levantamiento del dedo corazón de Rose-. Tú madre tendría mucho que decirte, ante los modales que te ha enseñado para que seas una señorita. Solo te digo que estaré vigilándote toda la tarde… Adiós cobarde –Y desapareció de allí seguido por una Chantal curiosa por la pequeña guerra de diálogos que mantenían aquel día.
¿Qué iba a vigilarla toda la tarde? ¡A santo de qué! ¿Qué diantres habría ido hacer a su despacho? Por un momento creía que había ido a reclamarle por el bofetón que le había propinado, o una explicación de sus sentimientos hacia él. Pero estaba segura, que a aquello último él le sacaría provecho en su momento determinado. Ahora, simplemente estaba molestándola por ello para divertirse un rato. No quería ni pensar lo que ocurriría aquella noche en la fiesta de la empresa, con sus padres presentes y hermano.
Su móvil la despertó de sus pesadillas, con el sonido de un email entrante. ¡Andrea!


“17:01 horas; oficina norte planta 5ª”
Andrea
Asunto: Teléfono!!!!
¿Te acuerdas de qué me tienes abandonada al teléfono?
Pero tranquila, no me importa. Nunca pensé que me vería como mi bisabuela, escuchando por un altavoz lo que ocurría en esa habitación. Parecía como una antigua novela de radio… ¡Ahora se buena chica, y ponte nuevamente el auricular al oído y dime que demonios ha sido eso! Es como si hubiera cogido la novela en el tercer capitulo…
Andrea.

Sonrió al acabar de leer el email, comprendiendo que tenía el modo de vengarse de su amiga por haberle hecho adquirir aquella prenda. Se guardó nuevamente el móvil en su pantalón y se acercó a la mesa a coger el auricular del aparato inalámbrico. Acto seguido se llevó el auricular al oído y pudo sentir como su amiga estaba allí en espera. Riendo hizo un tono musical con su voz de unos segundos de duración, para después decir unas palabras.
-Esto ha sido lo ocurrido en el capitulo de hoy. No olviden conectarse mañana a la misma hora, buenas tardes desde la planta ocho –Y le colgó carcajeándose ella sola, sabiendo que dejaba en ascuas a su amiga. Lo sentía mucho, pero tenía que escaquearse para poder llegar a tiempo y cambiar el vestido. Le dejaría una nota en la mesa, que solo ella entendiera si subía a buscarla a su oficina.

Acababa de salir del despacho de su padre, cuando al pasar por delante del escritorio de Chantal esta lo miró con el ceño fruncido y lo llamó.
-Dime preciosa –Se acercó hasta ella sonriente para apoyarse en el mostrador.
-Me han dado un mensaje un tanto raro para ti –Lo miró con duda.
-Mira que bien, lo estaba esperando –Le guiñó un ojo sonriente-. ¿Y qué dice ese mensaje?
-Que la gallina ha salido del pajar –Dijo ésta alzando una ceja-. ¿Qué gallina y qué pajar? Haber si en serio voy a tener que preocuparme por que no estés muy cuerdo ahora…
-Eso es lo que a ti te gustaría, para aprovecharte y acabar de rematarme preciosa mía –Añadió en tono bromista alejándose ya de allí hacía el ascensor-. Voy ha salir un momento, cualquier cosa avísame al móvil.
-¿Seguro qué lo llevas encima? –Preguntó alzando la voz al ver que éste se introducía en un vacío ascensor y viendo como asentía con la cabeza.



Eran casi las ocho de la noche, cuando aparcaba su coche en casa de sus padres y se bajaba de él con la bolsa de la misma tienda, pero portando en su interior otra muda nada que ver con la reveladora de antes. Por culpa de aquello, se había tenido que quedar un poco más en su despacho siendo casi de las últimas en salir. Ahora llegaba el momento de llevar acabo su actuación. Entraría, buscaría a su madre utilizando una cara de malestar para que le creyeran cuando les indicara que prefería quedarse aquel año en casa, en vez de acudir al evento de la empresa de navidad.
Cerró la puerta de la entrada principal con suavidad, para encaminarse directamente hacia el salón para llevarse un chasco al no hallar allí a su madre. Pero si la mesa preparada para tres comensales más. Era extraño que aún estuviera liada con la cena para aquella noche. Normalmente preparaba algo sencillo, para ellos tres. Pues su hermano y su esposa comían con ellos en el día de Navidad, y es cuando entonces se esmeraba mucho más con los preparativos al ser más gente. No le habían dicho nada, de que en verdad fueran a ir aquella noche en vez de al día siguiente. Gimió con cierto fastidio al comprender que era otro punto más negativo del día, pues ahora a lo mejor le sería difícil el poder escaquearse de acudir a la fiesta hallándose allí su hermano y cuñada.
Estaba a punto de entrar en la cocina en donde escuchaba voces, cuando el timbre de la puerta principal sonó haciendo que diera media vuelta sobre sus pasos y acudiera abrir.


-¡Hola preciosa! –Saludó un sonriente Demetrios entrando dentro de la casa-. ¿Aún no te has cambiado? –Frunció el ceño al verla vestida con la misma ropa que en la oficina.
-No –Sonrió levemente, acordándose de que tenía que simular un pequeño malestar-. Acabo de llegar ahora mismo, ni siquiera saludé aún a mis padres –Informó yendo a cerrar la puerta pero el hombre la detuvo de no hacerlo.
-¡Espera, no cierres! –Alargó su brazo-. Viene mi hijo ahí mismo, él se ha detenido a conectar la alarma en la casa.
¿Andreas allí? ¿Demetrios y la mesa para seis comensales? ¡Dios mío, aquello no tenía muy buena pinta!
-¡Ya estoy aquí! –Informó con su voz risueña entrando por el hueco de la puerta abierta, y acercándose a ella para darle un beso en sus labios veloz, con los labios helados a causa del frío-. Esa rama de ahí arriba no la puse yo, tu tienes la culpa de ponerte debajo de ella… -Se excusó veloz al sujetar él la puerta para cerrarla y cortar así el aire frío de la noche-. ¿Aún no te has cambiado? –Preguntó también él pero con diferente brillo que su padre en la mirada.
-Por lo visto, acaba de llegar ahora mismo… -El hombre hizo un gesto negativo con la cabeza-. Se supone, que nosotros somos los que deberíamos terminar tarde cielo, no tú… ¿Cómo no estuviste al tanto de ella? –Se giró para reñir a su hijo.
-¿Qué venís a cenar? –Preguntó con cierto tartamudeo en la voz, intentando evitar el salir de allí huyendo ante el contacto que había tenido de los labios de él, el oler su caro perfume y más el verlo vestido de esmoquin… ¡Aquello era una tortura!
-Sí –Respondieron los dos hombres al unísono.
-¡Hola! –Saludó Annette muy sonriente, completamente arreglada para la cena de esa noche y acercándose a ellos tres-. ¿Ya estás aquí hija, no te escuché llegar?
-En verdad nos abrió ella –Informó Demetrios acercándose a besar a la mujer-. ¿Mi esposa esta en la cocina?
-Sí –Sonrió su madre, para después girarse a ella-. ¿Cómo que llegaste a esta hora? –Frunció el ceño por un momento-. ¿Te ocurre algo?
-Pues… -Soltó un suspiro, sabiendo que era su momento estelar para aquella noche. Y tenía que hacerlo bien, Andreas la observaba aún detenidamente-. Realmente no me encuentro muy bien que digamos…
-¡Cariño! –Se acercó su madre preocupada a sujetarle el rostro con delicadeza-. ¿Por qué no te fuiste a tu casa?
-Ya me traje la maleta para pasar aquí estos días festivos como siempre –Dijo en un hilo de voz para simular debilidad-. Creo que será lo mismo el sofá de mi piso que él de aquí…
-En eso tienes razón tesoro –Señaló la mujer, mirando un momento a Andreas quien tuvo repentinamente un ataque de tos-. ¿No estarás tu también malo? –Sonó alarmada.
-No Annette –Rió por un momento-. Me estaba comiendo un caramelo y sin quererlo me lo tragué.
-Ten cuidado con esas cosas –Dijo con cariño-. No queremos tener en una noche como ésta ningún susto feo.
-Mamá –Interrumpió con voz débil-. Si no os importa, puede que no vaya a la fiesta de la empresa esta noche.
-Claro tesoro –La miró con ternura-. Primero sube a cambiarte, o ponerte cómoda… Como tu veas mejor, y después cuando llegue el momento según como te encuentres tú decidirás.
Su madre se dio media vuelta y volvió a dirigirse a la cocina, en donde seguro que se hallaban sus padres. Sabía que Andreas estaba a su lado, mirándola con gesto divertido. Pues había podido escuchar en un último momento como este se reía con debilidad ante sus palabras. Era obvio, que él no se había creído nada. Y le importaba un comino. Pasaba de acudir a ningún lado aquella noche, y menos ahora sabiendo que lo iba a tener allí durante unas horas.
-No pensaba que fueras tan cobarde –Habló al fin él, cuando vio que ella se disponía a ocultarse en su dormitorio-. Pensé que serías más luchadora, viendo el carácter que siempre has tenido al hablar conmigo.
-¿Andreas, que tienes hoy conmigo? –Se giró a encararlo con fuego en su mirada-. No soy ninguna cobarde. Simplemente, no entro en tus tontos juegos.
-¿Te vas a perder la fiesta de esta noche, por no querer perder ante la apuesta que hicimos? –Siguió insistiendo sobre aquel punto-. ¿Tanto miedo te doy?
-Miedo a ti –Soltó empleando cierta mofa en el tono de voz-. No digas más tonterías por favor. Y te vuelvo a recordar –Ando dos pasos hacía él, hasta posicionarse enfrente suyo y con los brazos en jarra-. Que no acepté en ningún momento el hacer esa apuesta de niños.
-Porque te da miedo el aceptar la verdad –Dijo agarrándola de repente de los brazos con cierta fuerza y acercándosela aún más a él. Tan cerca que sus senos rozaban con el pecho  masculino-. Verdad, Rose… -La miró fijamente a los ojos, mientras ella despertaba de la sorpresa por aquel agarre y comenzaba un pequeño intento de soltarse-. Te aterra el aceptar esa apuesta, que sabes que vas a perder. Porque con ella, mostrarías tu interior. Y eso es lo que no quieres que nadie de tu entorno vea…
-Suéltame Andreas –Forcejeaba nerviosa como un pez atrapado en las redes del pescador.
-Admite, que del resultado de esa apuesta conoceríamos a una Rose que hasta el momento nadie sabe que esta ahí –Siguió hablando sin aflojar ni un ápice su agarre-. No sabes lo mucho que deseo mostrar esa Rose a todos –Dijo con gran anhelo.
¡Lo odiaba! ¿Cómo podía ser tan cruel? Pensó completamente herida y a punto de derramar lágrimas por ello. Intentó soltarse nuevamente dando varios tirones de su cuerpo. Pero todo esfuerzo era en vano. Andreas la superaba en fuerza…  Y con aquella fuerza, quería decirles a todos sus seres queridos que les había mentido durante muchos años. Que todos aquellos insultos, enfados y rabietas hacia él, habían sido provocados por sus verdaderos sentimientos hacia el hijo de sus vecinos. El amigo de su hermano… Ella había estado enamorada de él y aún lo estaba. Con ello, él podría mostrarles a todos su inocencia ante aquel choque de personalidades. Pero aquello, la dejaría a ella destrozada y avergonzada delante de todos. No creía que fuera capaz de mirarlos a la cara nunca más. Pues sabía que algunos la mirarían con lástima al no poder ser correspondida ante sus sentimientos.
-Te odio por ello –Levantó sus ojos al rostro de él, no pudiendo evitar ya la caída libre de sus lágrimas por sus  mejillas.
-Sabes que eso no es cierto –La miró un tanto confuso por su reacción-. Solo que eres más terca que una mula… -Dijo soltando el aire con rabia-. No quieres admitir que en verdad te gustaría perder esa apuesta, para acudir a esa cena conmigo. Admite que ya estas cansada de tanto luchar ante ello.
-¡No! –Mintió rabiosa.
-¿No crees que los dos nos lo merecemos? –Le preguntó con desesperación.
-Lo único que a ti te importa, es tú maldito ego de playboy –Escupió sin apenas poder ver su rostro a causa de sus lágrimas.
-¿Qué? –Frunció el ceño sin comprender a qué diantres se estaba refiriendo ella-. Rose, me parece que no me estas entendiendo.
-Oh, créeme que si lo hago –Soltó una risa histérica-. Pero escúchame bien claro idiota –Dijo en un hilo de voz mientras notaba como su corazón se iba desquebrajando-. No habrá cena por la estúpida apuesta. Me importa un comino ahora mismo si se lo dices a todos… -Tragó saliva-. Pero quiero que sepas, que desde este mismo instante no soy como ninguna de tus inocentes y engañadas conquistas. Te odio –Cogió aire a pesar de no tener fuerzas para ello-. Sí, te estoy comenzando a odiar desde muy dentro de mí. Porque no quiero ser tan estúpida de caer rendida ante una simple sonrisa tuya, ni de un beso…  De mí no vas ha conseguir nada.
-¡Se puede saber qué ocurre aquí! –Reclamó Demetrios apareciendo allí acompañado de su padre, quien soltaba un suspiro al hallarlos enfrascados en lo que parecía una nueva pelea.
-Tesoro, no podéis dejar vuestro rencor para otro día –Pidió con amabilidad Etienne.
-Disculpad –Habló Andreas-. Esta vez tengo yo toda la culpa –La soltó con cierta brusquedad ante toda la frustración que llevaba encima.
-Voy a darme una ducha rápida –Informó frotándose uno de los brazos por donde él la tenía sujeta con fuerza-. Supongo que ya mismo nos sentamos a la mesa, prometo no tardar más de diez minutos.
Al final, nada había sucedido como ella había decidido en un principio. Se encontraba sentada en el coche con sus padres, completamente en silencio en dirección a la fiesta que daba en el edificio de sus oficinas. Nadie sospechaba nada raro por el estado de ánimo que estaba mostrando aquella noche. Creían que era por hallarse un tanto descompuesta, como le había dicho a su madre en un principio nada más llegar a la casa. Y en referencia a la pelea que habían visto, ya la habían olvidado. Pues lo veían como una más de tantas que había mantenido con él.
No entendía como había acabado allí. Sentada, en dirección a un lugar donde todo el mundo se hallaría de celebración. Menos ella. No había vuelto a soltar una lágrima más, desde que él la tenía sujeta por los brazos mientras le recriminaba todo. Sus movimientos habían resultado en todo momento automáticos. Se había duchado, vestido con la muda nueva que llevaba en la bolsa y había bajado a cenar poca cosa. Su tristeza no le admitía más, sin embargo ellos creían que era por no estar  muy bien.  Creía que podría apuntarse hacer teatro, pues había podido mostrar una sonrisa en toda la velada a pesar de tener encima suyo los ojos fijos de él. Eh incluso, había reído con las bromas de Demetrios al darle un pequeño regalo a cada una de ellas y viendo que el de ella, también era una de las pulseras que aquel día había admirado en su oficina.
Después, todos menos Andreas la habían convencido para que les acompañara un rato en la velada. Más tarde, le pedirían un taxi si quería marcharse a casa. Y allí estaba, entrando en el parquin del edificio en donde ya abundaban por lo menos una treintena de coches de trabajadores de allí, suponiendo que bailando al son de la música. Aparcaron los coches en tres plazas libres, pues Andreas había decidido coger en un último minuto su propio coche por si tenía que marcharse antes. Aunque no suponía que aquello fuera cierto. Seguramente era por si aquella noche tenía que llevarse a Mónique a su propio piso.
Se bajaron todos y caminaron hacía los ascensores, en donde las madres de cada uno alabaron la decoración interior de estos con las ramas de muérdago. No quiso mirarlo. Pero apostaba a todo el oro del mundo a qué se le había inflado el pecho de orgullo al muy cretino. Cuando fueron a bajarse en la planta donde estaba la fiesta, Andreas no lo hizo. Les dijo que en seguida se reuniría con ellos, pero que antes tenía que ir un momento a su oficina. Fue cuando no pudo evitar el mirarlo y comprobar que este portaba en sus manos una bolsa con un regalo dentro. ¡Y la bolsa era de la tienda Habanna! Se sorprendió abriendo los ojos como platos ante aquel dato. No pudo mirar más, pues se quedó allí viendo como las puertas se cerraban y él la miraba con una ceja alzada y algo de… ¿Diversión? ¡Hijo de p…! Allí dentro llevaba algo para alguna de sus conquistas. ¡Lo odiaba, lo odiaba! Pensó reteniendo sus lágrimas en sus ojos. No era momento de llorar  por la rabia y el dolor que le causaba el amar aquel hombre.
-¿Rose? –La llamó su madre con el ceño fruncido al verla allí parada mirando las puertas cerradas del ascensor-. ¿Seguro que te encuentras bien hija?
-Sí –Se giró a ella utilizando una de sus mejores sonrisas para no preocuparla. No eran fechas para preocupar a sus seres queridos con su desgracia-. Es solo que me quedé pensando un momento si no me hacía falta nada de la oficina… -Caminó hacia su madre, para agarrarse a su brazo con cariño y aspirar su dulce perfume que tanto la reconfortaba.
-¡Nada de trabajo! –La regañó dándole una palmada en su brazo-. Intenta divertirte esta noche si no te encuentras demasiado mal. En el momento que quieras volver a casa, dínoslo a tu padre y a mí, y miraremos como hacer para que llegues lo antes posible.
-Tranquila mamá –Le sonrió-. Vamos haber si ya se encuentra aquí mi hermano Luc con Ginette.
Quince minutos después, aún seguía llegando más gente de la empresa con su familia entera. Nadie quería perderse aquel día, en donde tenían música para todos los gustos, bebidas gratuitas y un pequeño catering de tentempiés por si alguien le picaba el gusanillo. Incluso había una sala dispuesta para los más pequeños con montones de entretenimientos para ellos, y sacos dispuestos en los suelos si caían rendidos en algún momento de la velada. Ella ya había saludado a su hermano y cuñada, y ahora se encontraba de camino a saludar a Andrea que se hallaba en compañía de Jean-Claude. Pero a quien aún no había visto el pelo desde que había llegado había sido a Andreas. ¿A qué diantres había ido a su despacho? ¿Estaría solo? Puede que hubiera quedado con alguien allí. Lágrimas en los ojos volvieron asomar ante aquellos dolorosos pensamientos. Pues tampoco había visto aún a Mónique por ningún lado.
-¡Rose! –La llamó dese un rincón Andrea-. ¿Cómo que no te pusiste el vestido? –Le preguntó tras darle dos besos y un fuerte abrazo.
-Estás loca si quieres que me luzca de esa manera ante la mirada de muchos hombres –Rió con algo de ánimo-. ¿Hace mucho que habéis llegado?
-No –Respondió escueta eh intentando no mostrar la sombra de tristeza que se posó en su mirada.
-¿Te ocurre algo? –Le susurró su amiga en el oído-. ¿Hablaste al fin con él?
-Todo va perfecto, esta noche solo hay que pasarlo bien con los amigos y familia –Sonrió, pero sin poder engañar a su amiga.
-¿Me acompañas al baño? –Medio preguntó y ordenó Andrea, agarrándola del brazo.
-Mirad, allí llega Andreas –Interrumpió Jean-Claude la marcha de ellas, haciendo que miraran a un punto de la sala para ver a Andreas entrar con Mónique colgada de su brazo.
Tubo que obligarse a volver a respirar con normalidad, tras verlos a ellos dos saludando a la gente a medida que se iban acercando hacía donde estaban. Ahora lo sabía. Había ido a buscarla a ella, estaba segura. Lo raro, era que aquella insolente víbora no se hubiera puesto el regalo que él le había hecho. Pues aquel vestido que llevaba, que bien escotado era no era de su tienda favorita. Seguro que se lo pondría en otra ocasión solo para él.
¿Estaba obligada a quedarse allí? Pero si huía, sería otro motivo para que él se riera de ella. Y no sabía si también le habría contado de sus sentimientos a aquella estúpida. La caricia en la espalda de su amiga, le dio fuerza momentánea para aguantar aquel duro momento. Medio segundo más y los tendría delante de sí…  Se le estaba haciendo eterno el verlos acercarse cogidos del brazo.
-Hola chicos –Saludó Mónique muy sonriente.
-Hola –Saludaron ellos a la pareja recién llegada.
-Vaya Rose, me encanta el pañuelo que llevas anudado en el cuello –Confesó con sinceridad la recién llegada.
-Es de la tienda Habanna, cerca de las oficinas. ¿No te suena su nombre? –Soltó con cierto dolor.
-Pues no…  -Frunció por un momento el ceño, al notar algo raro en la respuesta de la joven.
-Ya la conocerás, no te preocupes –Intentó calmar su rabia interna mostrando más amabilidad al comprender que ella no tenía culpa del inútil que tenía agarrando del brazo quién estaba sonriendo divertido tras sus palabras-. ¿Aún no conoces muy bien la zona, verdad? –Disimuló preocupándose por ser la mujer nueva en la ciudad.
-Cierto –Sonrió-. Tengo que acostumbrarme un poco aún a éste gran cambio. Y suerte que tengo aquí a alguien de mi familia.
-¿Entonces no eres del todo francesa? –Preguntó Andrea, para ayudar a su amiga a no tener que estar hablando ella sola.
-No –Respondió más tranquila la otra mujer-. Mis padres se marcharon en cuanto se casaron a Estados Unidos. Y yo nací allí… -Se alzó de hombros-. Pero para mí el mundo de la moda parte desde París, por ello decidí pedir un traslado por un tiempo y conocer también así a la familia.
-Muy interesante –Habló Jean-Claude-. Verás como no te arrepientes de esa decisión. París enamora a todo el que viene, consiguiendo que luego no puedan  marcharse.
-La verdad, que aquí todo el mundo es muy atento –Admitió mirando por un momento a Andreas con un brillo especial en la mirada.
-¿Quiere alguien que le traiga alguna bebida? –Preguntó de repente Andreas.
-Para mí un poco de champan –Pidió Mónique.
-Yo aún tengo –Alzó su copa Andrea.
-Yo te acompaño… -Dijo Jean-Claude.
-¿Y tú Rose? –Se dirigió a ella Andreas-. Veo que aún no tienes ninguna bebida en tus manos. ¿O aún te sientes un poco mal, para tomar una copa?
-Me encuentro perfectamente –Alzó un poco la barbilla, pero para mirarlo solo por un fugaz segundo a los ojos-. Cuando quiera algo, ya iré a buscarlo por mí misma.
-¿Estas enferma? –Se preocuparon Andrea y Mónique a la vez.
-Tranquilas –Habló él nuevamente-. Lo único que padece nuestra querida Rose, es un poco de cobardía –Soltó con cierta mofa, logrando que sus amigos se quedaran mudos al ver que estaban a punto de presenciar una discusión.
-Yo más bien diría repulso ante tu sola presencia –Respondió encendiendo las llamas en su mirada.
-Chicos… -Intentó calmarlos el otro hombre con cierta calma en la voz-. No creo que sea el momento y el lugar, para que os tiréis los platos a la cabeza como siempre.
-Vaya, veo que aún no te has quitado el abrigo de cobarde –Siguió Andreas, ignorando las palabras de su amigo-. Sigues escondiéndote detrás de tus insultos Rose.
-Y tú sigues llevando encima el pelaje de simio –Le devolvió su insulto.
-Creo que estoy algo perdida –Confesó Mónique, al no comprender como diantres había comenzado aquella discusión entre ellos dos.
-Tranquila, estoy segura que Andreas desprenderá todos sus encantos en orientarte al motivo de toda esta situación –Soltó con cierto sarcasmo-. Resulta tan encantador… –Simuló un suspiro llevándose las manos al corazón por un segundo, para después bajarlas y mirarlo con gran grado de repulsión-. Que a veces te hace tener arcadas… Si me disculpáis, creo que me marcho a casa. No me encuentro demasiado bien para tener durante toda la noche el olor del estiércol a mí lado.  
Comenzó a caminar, sin mirar a nadie a la cara mientras se dirigía hacía la zona de los roperos para poder coger su abrigo. Pero sabía que antes tendría que pasar a despedirse de sus padres. De modo, que giró hacía la derecha en donde sabía que estarían sentados charlando en la zona de los sofás. Realmente no sabía como lo estaba haciendo, pero si no soltaba aún ninguna lágrima era seguramente por el gran enfado que llevaba encima. Y también sabía que si Andrea no la seguía, era porque ella comprendía que en aquel momento no iba a escuchar a nadie. Solo quería estar sola con su gran dolor. Ya lloraría después cuando estuviera sola y abrazada a la almohada de su cama. Ahora, solo tenía que coger aire en sus pulmones, para poder representar el papel de serenidad ante su familia.
-Mamá… -Le puso el brazo en el hombro para llamar su atención al acercarse por su espalda.
-Hola tesoro –Le sonrió con cariño-. ¿Te vas? –Comprendió al fin, al verla un tanto sería.
-Sí –Respondió-. No os preocupéis que llamo un taxi…
-¿Seguro que no quieres que te lleve tu padre? –Le preguntó-. No me gusta que vayas sola a casa no encontrándote bien.
-Que no ocurre nada malo… Tampoco estoy tan mal… -Intentó convencerla agachándose y dándole un beso de despedida-. Nos vemos mañana por la mañana –Le dijo para darse la vuelta y emprender la marcha, pero tuvo que detenerse en seco al hallarse allí a Andreas con cara de pocos amigos.
-Huyendo doña cobarde –Acusó delante de su familia, sin importarle que los oyeran.
-Creé lo que quieras –Respondió al fin, dándole igual lo que ocurriera ya.
-Dejad ya la pelea, queréis –Pidió Demetrios-. Eh visto la pizarra que hay al fondo en la sala y debo decir que habéis perdido los dos. Alguien añadió un apartado nuevo de las escaleras de emergencia, y salió ganador… -Rió pensando que todo venía por el muérdago colgado en las oficinas.
Como vio que él no decía nada, miró un momento a todos para hacer un gesto de despedida con la mano y alejarse en dirección al ropero. En donde agarró su abrigo y se dirigió a los ascensores. Suerte tuvo que uno llegara en aquel momento y se quedara vacío al bajarse la gente en aquella planta. Entró y dándole la espalda a la fiesta fue a darle al botón del vestíbulo en el  panel de control, cuando una mano masculina pulsó el botón de la planta octava. Se dio la vuelta veloz para bajarse de él, pero Andreas la empujó hacia el fondo al tiempo que las puertas se cerraban, dejándolos allí solos mientras este ascendía en dirección al despacho de ellos.
No protestó por aquello, ni él dijo nada tampoco. Solo se miraban bajo el silencio de aquella pequeña cabina, que los iluminaba bajo una tenue luz tintineante. Realmente estaba muy confusa. Había esperado durante toda la noche, que él le contara a su familia su secreto. Sin embargo, había tenido miles de momentos para hacerlo, pero no había aprovechado ninguno de ellos. ¿Qué es lo que se proponía realmente?
-No aguanto más –Confesó con completa desesperación en la voz el hombre, poco antes de alargar el brazo para atraerla hacia su cuerpo y atraparla en un fuerte abrazo. La miró un segundo con adoración, para después conducir sus labios en un ataque lleno de pasión y frustración contra los de ella.
Sorpresa y confusión, fue lo primero que sintió ante aquel arrebato que tuvo Andreas con ella. Aquel ataque a sus labios, nada tenía que ver con el beso helado que le había robado aquella noche en casa de sus padres. Aquello era un verdadero ataque a sus defensas, quienes se rindieron ante él. No había derecho, pensó poco antes de cerrar sus ojos y corroborar en el beso. Este simplemente se estaba aprovechando de sus sentimientos. La iba  a utilizar como a una más de sus conquistas y lo peor de todo que ella se iba a dejar, aún sabiendo que hacía poco él había estado seguramente allí arriba con Mónique.
Pero había anhelado tanto el ser besada por él, sentir sus manos acariciar con pasión su cuerpo, como estaba haciendo en aquel momento por toda su espalda al levantarle el jersey que llevaba. Que no tenía suficiente fuerza para valorar aquel movimiento inmoral de él.
-Tanto te costaba admitirlo… -Susurró contra sus labios, para volver a capturarlos en otro arrollador beso.
¿Estaría él esperando que le respondiera a aquello? Logró preguntarse en aquel torbellino de pasión.  
-Mira que te eh dado oportunidades durante todo el día… -Volvió a decir interrumpiendo el beso otra vez y confundiendo a la chica.
-¿Oportunidades para qué? –Preguntó aún confundida por el beso de él.
-Ven –La agarró del brazo cuando las puertas se abrieron en la octava planta, y  la condujo a su despacho sin soltarla en ningún momento y sin mirarla tampoco. Solo caminaba con cierto apresuramiento, hasta llegar a la puerta que abrió con gran impulso para cerrarla tras dar de ella un tirón y entrarla en la habitación. Allí sonrió un momento antes de volver a sujetarla para poder besarla con más ansia de la que había empleado en la cabina del ascensor-. Dios mío… -Volvió a susurrar al tiempo que la alzaba sin ningún esfuerzo, y la conducía hacía el sofá negro de piel sin dejar de devorar sus labios en ningún momento-. Hoy se acaba el infierno que me has hecho vivir cada vez que te veía en todos estos años…-Dijo tras parar de besarla y detenerse a mirarla con alegría.
-¿Pero de qué estas hablando? –Frunció el ceño.
-Se acabaron tus insultos ofensivos hacia mi persona –Rió-. De ahora en adelante, solo quiero palabras cariñosas.
-Perdóname –Se ofendió al momento-. Pero aquí no soy la única que insulta… ¿Y quien te crees que eres para imponerme esa norma?
-Tu futuro marido –Dijo con seriedad, causando que ella abriera la boca y lo mirara sorprendida. Acto seguido se levantó del sofá para dirigirse a su escritorio, de donde cogió la bolsa que había llevado allí aquella noche más un pequeño estuche cuadrado y volvió a sentarse a su lado bien pegado a ella, quien aún estaba muda por las palabras escuchadas de los labios de él-. Rose… -Suspiró por un segundo para coger aire y seguir con sus palabras-. Te amo. En verdad, digamos que siempre te eh amado en secreto… Y dios sabe porque, después de lo mal que me has tratado siempre –Se rió al ver como ella aún seguía manteniendo la misma expresión en su bello rostro-. Confieso que aquí yo también eh sido un cobarde, al no intentar nunca nada contigo. Pero querida niña, nunca me lo pusiste fácil ni me diste señales de ello… -Alargó su brazo para acariciar su rostro y cerrar su boca abierta tras acariciarle los labios con el pulgar-. Deberías haber lo noqueado que me quedé ésta mañana cuando descubrí tu email… -Volvió a reírse-. Digamos que más o menos como tú ahora. Me hiciste pensar mucho tras tu reacción al verme cuando salías de mi despacho. Supongo que intentabas borrar el email.
-Sí –Admitió completamente azorada por la confesión de Andreas. En verdad, no sabía que tenía que decir. ¡Por el amor de dios, él le acababa de decir que la amaba! Aún estaba asumiéndolo… Necesitaba unos segundos más.
-Fue cuando comprendí, que no ibas admitir nada –Volvió a reírse-. Perdona por lo mal que te lo haya hecho pasar en el día. Pero digamos que quería vengarme un poco por lo de todos estos años. Y esta noche, vi que te confundiste cuando trataba de decirte mis sentimientos. Te intentaba decir,  que ya nos tocaba descansar de tanto odio. Cuando en verdad los dos nos amábamos… Madre mía, cuando tiempo perdido… -Suspiró para darle un delicado beso en sus suaves labios-. Y qué cabezona que eres –Dijo consiguiendo que la chica sonriera un poco-. Por cierto, no hay nada entre Mónique y yo. Me repulsa admitirlo, pero digamos que la utilicé un poco para darte celos, cuando descubrí que hablabas mal de ella al pensar que me tiraba los trastos. La pobre es buena mujer, y se halla un poco perdida en la ciudad.
-¿Todo esto es verdad? –Preguntó con lágrimas en los ojos.
-Sí, pequeña –Alargó el brazo para pasarlo por encima de sus delicados hombros y acercarla  a él, en un delicado abrazo. Viendo como la chica comenzaba a llorar de forma incontrolada-. ¿Rose, qué te ocurre?
-Nada –Sorbió por la nariz al tiempo que se limpiaba los ojos con las manos-. Que no puedo creer que no esté en un sueño… -Rió llorando aún más.
-No, no lo estas –Se separó para entregarle el regalo-. Ábrelo… -Pidió sonriendo.
Con dedos temblorosos y húmedos por sus propias lágrimas, rasgó el envoltorio de papel plateado que empleaba su tienda favorita, para soltar una exclamación al volver aparecer ante ella el vestido que había devuelto aquella misma tarde.
-¡Qué! –Exclamó confundida y riéndose por lo sucedido aquella tarde en su propio despacho-. ¿Acaso esperas un pase de modelos especial para ti? –Preguntó alzando una ceja, pero callándose al ver que él había levantado su mano y le mostraba la pequeña caja cuadrada. Era obvio que ocultaba una joya. Ahora notaba que le costaba tragar y sus pulsaciones hacían eco en sus oídos.
-No se trata nada de eso –Rió-. Digamos que el vestido esta ligado a ésta pequeña caja. Quiero que te pongas ese vestido, para llevarte a cenar a un restaurante romántico en donde poder ofrecerte ésta caja cuando te pida matrimonio… Para después poder conducirte a mí cama,  quitártelo yo mismo y descubrir tu bello cuerpo.  Quiero hacerlo todo bien Rose… -Volvió a sonreír al ver como ella se sonrojaba ante sus deseos-. ¿Sabes lo mucho que se va a sorprender nuestra familia cuando les comuniquemos que vamos a casarnos? Y lo siento mucho por todos, pero va  a resultar una boda relámpago. Quiero tenerte conmigo lo más pronto posible. Hemos perdido mucho tiempo con tonterías.
-¿Tan seguro estás de que voy aceptar? –Preguntó en broma.
-Sí, porque si hace falta te obligo a ir al altar a rastras por los cabellos, como el hombre de las cavernas que dices que soy…
-¡Por supuesto que quiero! –Volvió a llorar lanzándose a sus brazos para buscar  sus labios y besarlo -. Te amo Andreas.
-¡Al fin lo escucho de tus labios! –Exclamó feliz, y apartándola de sus brazos para ponerse de pie-. Será mejor que nos vayamos…
-No soy ninguna cobarde –Alzó la barbilla con orgullo-. Ya te lo dije…
-Querida, eso hay que discutirlo… -Rió pasándole un brazo por la cintura para conducirla fuera del despacho-. Yo fui quien dio el primer paso.
-¡Mentira! –Rió-. Fui yo con mi correo…
-Como quieras –acabó por aceptar alzándose de hombros-. Venga, vayamos al encuentro de la familia que quiero ver sus caras cuando nos vean llevarnos bien.
-¿No se lo vamos a decir aún? –Preguntó.
-Primero, vamos a reírnos un poco de ellos cuando te saque a la pista de baile y te agarre muy cerca de mí… -Dijo dándole un pequeño beso en la nariz-. Se que estas deseando hacer mucho más, pero Rose… -Se detuvo para acariciarle la mejilla con ternura-. Solo te pido un día más… Quiero dártelo todo como te lo mereces. No quiero nada rápido y frustrante, que es lo que nos ocurriría ahora mismo después de tanta pasión contenida.
-Pero a mí no me importa –Suplicó con aire travieso.
-Rose… -Gimió él en suplica, al ver el amor y ansia que desprendían sus ojos-. Se que será tu primera vez, y no quiero comportarme como un inútil adolescente…  No se si podría aguantar para darte el placer que te mereces. Necesito hacer las cosas con calma… -Pidió en tono de derrota al ver como la chica sonreía, sacando de la bolsa el vestido que le había regalado.
-Ya habrá tiempo para hacer las cosas con calma –Rió deshaciendo el nudo del pañuelo que llevaba anudado en su cuello-. Ahora, solo quiero corregir el tiempo perdido. ¿Qué me dices mi querido mono sapiens? –Preguntó divertida, dejando caer el pañuelo al suelo.
-Al cuerno la familia –Confesó con gran furor, acercándose a ella y agarrándola de la cintura para besarla con verdadera pasión-. Tienes razón, hay que recuperar ese tiempo… Mañana, les diremos lo nuestro.
-¿Por qué no les envías un email? –Le guiñó un ojo traviesa, mientras acariciaba el cabello de su nuca.
-Sí, tienes razón –Rió-. No sabes lo mucho que me gustan ahora los emails –Confesó antes de atrapar sus labios, alzarla y conducirla al sofá negro para tumbarse allí con ella y comenzar a recuperar el tiempo perdido.
                                             FIN

Espero que les haya gustado este pequeño cuento!!!!!!! Ha sido un verdaero placer el contar con los comentarios de todas vosotras!!!!! Gracias por seguirme y apoyarme en esta historia en donde me lo eh pasado muy bien escribiendola!!!!
Besos!!!!!

4 comentarios:

  1. Me gusto mucho, aunque confieso que aveces quería estrangularlo por cretino.

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    Respuestas
    1. jejejejje
      eso me gusta que tengáis sentimientos hacia los personajes!!!! jajajaa

      Muchas gracias por decirme que fue de tu gusto Ashes. Y participa, no te morderemos!!!! Los días que no haya luna llena, claro esta

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  2. E.J que gran historia me podía, morir de la risa de la vergüenza pero que grato momento.... Gracias!!!!!!

    Lari

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  3. E.J muy buena esa historia, como siempre!
    Me divertí mucho leyendo! Esas conversaciones, que risa, pero que crueles con sus amigos que tenían que aguantarlos. Pero con una parejita así yo andaría con palomitas de maíz en el bolso.
    Muchas gracias E.J!

    Lu

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