martes, 14 de febrero de 2012

Ocultándose Al Amor Cp 1

Sentada en los escalones de la entrada, en un día de lluvia estaba Jaimie en compañía de Bleau, su perro pastor. Cuando el cartero con un flamante chubasquero amarillo hizo su aparición. Vio como subía a paso calmado desde la esquina, mientras se iba ordenando algunas cartas en sus manos. Instintivamente llevó su mano al collar de Bleau, para que no saliera tras el pobre hombre a darle un fuerte saludo, casi derribándolo al suelo como ya había sucedido más de una vez. Pero el color de uno de los sobres que llevaba,  hizo que no empleara la suficiente fuerza en el agarre, no pudiendo evitar que el perro saliera veloz y feliz al encuentro del hombre, cuando éste hubo llegado enfrente del buzón de la casa de su madre.
-¡Bleau! –Lo llamó nerviosa posicionándose con rapidez en pie y yendo en su búsqueda-. Disculpe señor Colville, pero mi perro esta enamorado de usted –Sonrió alcanzando al animal a tiempo de que se alzara con sus dos patas traseras.
-Tranquila pequeña –Sonrió el hombre mayor, inclinándose para acariciar el animal –Sabes que me encanta éste chucho, pero su energía me supera.
-¿Hay cartas para mí madre? –Preguntó intentando aparentar calma, a pesar
de ver el sobre dorado en las arrugadas manos.
-Sí –Dejó de acariciar al animal y la miró con cariño-. Y traigo una especial para ti cariño –Le guiñó un ojo-. Te ha llegado el momento… -Dijo entregándole cuatro sobres y el dorado, siendo el de arriba del montón-. Espero que se te merezca. Hasta otro día –Se despidió con su paso tranquilo, para seguir con su trabajo.
La lluvia los estaba calando a los dos, pero no le importaba. Sus sentidos se hallaban en aquel momento volcados en recuperar la calma en su respiración, tras aquel fuerte shock. Por más que había gritado desde lo alto de una montaña al universo, éste la había ignorado por completo. Llevaba enfadada con él tres años, cuando apenas tenía trece primaveras. Fue cuando éste decidió romper su pequeña felicidad. El matrimonio de sus padres. Su madre, como le había sucedido a ella, también había recibido aquel sobre dorado. Lo único malo, que en aquella época Juliette no era una mujer soltera como ella. No señor, ella tenía marido y una hija de doce años... A los que tardó un año en abandonar, para irse a vivir con su verdadera alma gemela.

De acuerdo que sus padres tenían a veces algunas peleas, pero como la podían tener todos los matrimonios que igualmente estaban unidos por aquellas cartas doradas. Nadie era perfecto, todos tenían diferentes puntos de vista. Y puede que por aquella época su madre se sintiera un poco sola, cuando su padre viajaba largas semanas a causa del trabajo. Pero a lo mejor, si se hubieran sentado a hablarlo en vez de hacerle llegar a Juliette aquella carta, puede que las cosas se hubieran arreglado y ellos se hubieran unido un poco más.

-¿Jaimie, qué haces ahí fuera bajo la lluvia? -Peguntó su madre saliendo al porche delantero de la casa-. Cariño... -Volvió a llamarla con el ceño fruncido, al ver que seguía quieta bajo el agua sin responderle y con la mirada lejos de allí-. Jaimie... -Volvió a llamarla, logrando captar su atención al ver que giraba su cabeza y la miraba con sus ojos hundidos en la más profunda desesperación y tristeza-. Hija... -Susurró preocupada por lo que estaba viendo. Hacía muchos años que no tenía ella aquel dolor reflejado en su mirada-. ¿Estás bien? -Preguntó alargando su brazo, pero al instante siguiente lo encogía hacia su pecho, al ver como la joven salía huyendo calle abajo flanqueada por su inseparable perro-. ¡Jaimie! -La llamó en un último intento desesperado, pero su hija la ignoró dejándola allí preocupada. Bajó los cuatro escalones para recoger lo que había tirado al suelo, cuando al fin pudo comprenderlo todo. Su hija, había recibido su sobre... -. ¡Paul! -Cogió veloz las cartas del suelo y entró en la casa en busca de su marido-. ¡Paul!

¿Cuanto se había alejado? ¿Un quilómetro, dos? Se tumbó en el mojado banco del solitario parque, con Bleau tumbado a sus pies con la lengua fuera de la boca a causa de la gran carrera que había hecho. Aún seguía lloviendo un poco, pero en aquel momento le daba igual pescar un resfriado. Aquel sería el menor de sus problemas. Ya hacia rato que su madre tenía que saber el porque de su huida... No estaba aún preparada para verla. Aunque seguramente estaba muerta de preocupación. Pero no quería escuchar lo que tenía que decirle respecto aquello. ¿Tanto le costaba aceptar que ella era una del pequeño grupo de la población, que no aceptaba que el universo les hiciera aquello? ¿Por qué no podía ser el amor, como lo había sido toda la vida? Maldecía aquel día del eclipse solar, que coincidió en la noche con una estela realmente preciosa de la aurora boreal vista en todo el mundo y que duró una semana completa. Aquella semana, fue la última normal en la vida de todos. Después, empezaron a llegar las cartas doradas.

A los primeros meses, la gente se lo tomaba como una broma de alguien que estaba aburrido. Pero con el paso de los días, lo que había escrito en las cartas comenzaba a cumplirse... De modo que se realizó un estudio de aquellos sobres y el papel que importaban dentro también dorado. Pero no se hallaron huellas digitales ni nada que les pudiera conducir a otros. Y tras registrar todos los escondites del planeta, no encontraron nadie que tuviera o pudiera fabricar aquel tipo de papel, con el que eran creadas aquellas mágicas cartas que llegaban a la oficina de correos sin nadie ver de donde. Solo que por las mañanas cuando habrían las oficinas, ya estaban esperando en el mismo lugar de siempre.

Hubo opiniones de todo tipo, pero al final con el paso del tiempo la humanidad acabó aceptando que había algo más con ellos. El destino existía, salvo que ahora decidía cuando decirte tu jugada en el amor.

Habían personas que desde que daban sus primeros pasos en la vida, ya sabían quien era su media naranja. Unos se buscaban, o se esperaban a que el destino se los cruzara en el camino de su día a día como siempre había sido. Otros, nunca les llegaba aquel dorado papel. Pero aquello no significaba que se hallaban solos. Solo que jamás estaban con una misma persona por muchos años. Pues los iban abandonando según les llegaba el destino dorado. Y luego, estaba el caso de sus padres. Personas que decidían unirse a otros por su atracción o cariño. Pero que muchos no lograban llegar hasta el final de sus vidas con el otro, pues se rendían ante el poder del destino cuando les llamaba a la puerta.

No quería aquello. Renegaba de aquella forma de conocer al amor. ¿Y si resultaba que quien venía en aquel sobre estaba feliz con otra persona, o tenía una familia? Entonces, se suponía que tenías que lastimar a alguien para tu poder ser feliz para el resto de tu vida... ¿Cuando era el amor así de cruel?

Y también estaba la desesperación de aquellos que cuando les llegaba su carta, su media naranja aún no había nacido. No creía que fuera su caso... Bueno, eso no se sabia... A lo mejor, resultaba ser una asalta cunas, y su media naranja resultaba ser muchísimo más joven que ella. ¡Pero no iba a saberlo! No pensaba abrir el endemoniado sobre. Aún no quería que su corazón comenzara a latir por amor.

-Jaimie -La llamó con ternura su padrastro, sentándose en una esquina del banco y acariciando la cabeza de Bleau-. ¿Me has tenido un buen rato preocupado pequeña?

-Perdona Paul -Se disculpó con sinceridad. Al fin y al cabo, no era un mal hombre y no tenía culpa de nada-. Yo simplemente no pude -Admitió con sinceridad.

-Lo se pequeña -Se acercó a ella para rodearla con su brazo-. Pero sabíamos que tarde o temprano, éste día tenía que llegar.

-Me da lo mismo lo que me digáis -Se limpió una lágrima-. No pienso abrir ese sobre.

-Nadie va ha obligarte a nada... Bueno sí -Rió un poco-. Ha volver a casa para cambiarnos de ropa. Estamos mojados y hace frío, de seguro que pescamos un resfriado.

-Esa orden sí la acepto -Lo abrazó con cariño antes de ponerse en pie y volver hacia la casa. Donde los esperaba una preocupada Juliette.

Pasaron las horas y llegó el momento del café, después de haber cenado. Por el momento, su madre aún no había dicho nada. Pero estaba segura que en unos minutos lo haría. Pues cuando había vuelto con Paul y Bleau, no había visto la carta por ningún lado. Y dudaba de que ella la hubiera tirado.
Se encontraba determinando la hora con su padrastro, para que la llevara el domingo de vuelta a casa de su padre, cuando Juliette se sentó en la mesa con ellos a tomar su café, soltando en el centro de la mesa el sobre dorado aún sellado.

-No quiero que nos peleemos -Habló empleando un tono suave, después de dar un sorbo a su café-. Pero una decisión debes de tomar... Es tuyo, te pertenece a ti – Alargó el brazo para mover el sobre hacia su hija.

-Por mí, puede servir para avivar el fuego de la chimenea -Escupió con odio.

-¡Jaimie! -La riñó su madre.

-Si tanto quieres saber que pone en él, adelante -Sus ojos despedían furia-. Pero ni me lo menciones.

-No empecéis una discusión chicas -Intentó calmarlas Paul-. Querida, hay que tener en cuenta los deseos de la chica. Si ella desea desconocer el contenido, yo le apoyo.

-Por qué siempre la defendéis Gerard y tú -Soltó Juliette, nombrando a su ex-marido.

-Porque se lo merece -Señaló el hombre-. Es una buena chica.

-Que esta perdiendo su juventud en esos malditos coches -Habló enfadada-. No se comporta como una chica de su edad, más que cuando viene aquí los fines de semana y sale con las chicas de aquí... Y eso, si yo no intervengo para que no la encierres en el garaje con tu maldito coche antiguo.

-Pero mamá, es lo que a mi realmente me gusta -Susurró con lágrimas en los ojos.

-Eso no es verdad -Miró a su hija con los ojos inundados en lágrimas-. Tu padre es el que te hizo que ese mundo te gustara. No tendría que haberte dejado vivir con él.

-Tu fuiste la que se marchó de casa -Recordó Jaimie-. Volviste pasados seis meses. ¿Qué querías?-. Ya no podía contener más el llanto-. Que saliera corriendo a tus brazos, después de abandonarme sin siquiera despedirte de mí.

-¡No sabes lo mucho que me odio por haber hecho eso aquel día! -Exclamó con rabia-. Por culpa mía, ahora mismo no quieres saber nada del sobre dorado.

-¡No es tu culpa! -Gritó a pleno pulmón levantándose de la silla-. ¡No te odio! -La miró entre la cortina de lágrimas que caía por sus ojos-. Simplemente odio al maldito universo, por como cambio la vida de mucha gente. Y no culpes tampoco a papá... -Por unos instantes reinó el silencio en el comedor-. A ti, nunca te ha gustado el mundo de las carreras. Admítelo mamá -Le suplicó-. Si el pobre Paul, tiene que verlas en el bar a escondidas -Por el rabillo del ojo, vio como el hombre sonrió-. Pero tienes que aceptar, que yo no soy como tú -Se alzó de hombros-. Me gustan las carreras, abrir los motores y mancharme de grasa... Soy realmente buena en ello.

-Sí, admito que realmente es muy buena en ello para tener dieciséis años -Volvió a defenderla su padrastro-. Sin ella, no habría avanzado lo más mínimo en mi Mustang... -Arrastró las últimas palabras con tono sardónico de cara a su esposa-. Eso que tu llamas hojalata antigua -Le guiñó un ojo a su esposa, logrando arrancarle una débil sonrisa entre tanta lágrima.

-Como no vais a estar contentos tu y Gerard -Replicó su mujer utilizando un tono de humor-. Si tenéis un dos por uno. Por un lado a una preciosa joven...

-Como su madre -Le acarició éste la mano por encima de la mesa con mucho cariño.

-Y a la vez, os hace de hijo gustándole los coches mucho más que a vosotros.

-¡Gracias mamá! -Saltó hacia sus brazos para comérsela a besos.

-De gracias nada -Sonrió, pero mirándola con un poco de tristeza-. ¿Dime qué vas hacer con ello - Señaló nuevamente al sobre.

-No quiero abrirlo -Volvió a ponerse seria-. No quiero que eso dirija mi vida de forma diferente.

-Pero... -Comenzó a protestar su madre, pero callándose al momento-. Esta bien, me callo -Alzó sus manos.

-Se que te resulta difícil comprenderlo, pero por el momento es lo que deseo.

-No vas a poder huir siempre de él -Suspiró con cierto pesar-. Tarde o temprano, él acude a ti -Miró a su marido con gran cariño-. Quien esté grabado en tu carta, puede que ya le haya sido también entregada. ¿Y si te está buscando en estos momentos?

-¡OH! -Exclamó con horror-. No había caído en ello... -Dijo en apenas un tono audible para sus padres-. No quiero eso -Sollozó con desesperación.

-Tranquila pequeña -Trató de calmarla su padrastro levantándose y yendo abrazarla-. Solo hay que encontrar una solución.

-¿Pretendéis engañar al destino? Soltó con sorna su madre, completamente incrédula a que aquello fuera posible-. Estáis majaretas -Los señaló con el dedo-. No creo que eso pueda hacerse. Jaimie es quien es, nadie puede sustituirla.

-¡Eso es! -Exclamó Paul asustando a las dos por su reacción-. Si es que eres la mejor -Se acercó a su mujer para besarla con fuerza.

-¿Y ahora qué dije? -Lo miró con el ceño fruncido-. Que yo sepa, solo señalé que es difícil engañar al destino.

-Cierto, pero también diste la buena idea de poder desaparecer ella por un buen tiempo.

-¡Mi hija no se va ha ocultar en ningún lugar lejos de mi! -Amenazó con cierto carácter su madre.

-Que no es eso mujer -Rió-. Simplemente hay que ir hablar con Gerard, si esta de acuerdo en que la chica lleve mi apellido por un tiempo.

-¡Qué! -Exclamó Juliette.

-¡Es brillante! -Saltó extasiada a sus brazos-. Estoy segura que papá aceptará.

-A mi no me metáis en medio. No quiero saber nada de esta locura -Los alertó, pero sin poder ocultar una sonrisa ante la felicidad que reflejaba su hija-. Pero tú te haces cargo de guardar la carta. Es lo único que te pido. Que la lleves contigo, nunca sabrás si necesitarás tirar de ella en algún momento determinado de tu vida.

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