jueves, 17 de enero de 2013

Ocultandose Al Amor cp 26

Aquel sol, no tenía ni punto de comparación con el de Alemania. Apenas eran las diez de la mañana, y costaba estar bajo él. Por suerte, su padrastro había traído una enorme sombrilla, en la que cabían los cuatro perfectamente. Aunque le traía sin importancia si se quemaba, pero a partir del tercer día que llevaba en la playa de Gerona, que no se encontraba muy bien. Al parecer, el clima español no le sentaba muy bien. Hallándose en un constante mareo. Y no quería sumarle a su cuerpo aquel dolor y tirantez de piel, por no cubrirse un poco.

Hacía ya, diez días que había huido de Alemania. Dejando con aquella acción, a mucha gente decepcionada por no despedirse de ellos. Y por vergüenza, que aún no les había respondido a las llamadas y mensajes. No teniendo más opción, que quitarle la batería a su teléfono para no dar un pequeño brinco, cada vez que éste sonaba.

Por suerte, ni su padre ni tío, se habían enfadado con ella al abandonarlos de aquella manera. El trabajo lo había hecho, solo había faltado el recoger, pero como había indicado su tío… Eran muchas las manos que ya había por allí para aquel cometido. No pudiendo decir lo mismo de su madre. Quien se había sorprendido mucho, al verla llegar allí por sorpresa. Para después, echarle una pequeña regañina por su costumbre de huir de todo… Sumándose ahora  aun estado de preocupación, al verla tan desanimada. Creyendo, que su estado de ánimo era el causante de su malestar diario.
Solo agradecía enormemente, el que nadie hubiera hecho ninguna pregunta. Pero comprendía, que tras tantos días les debía una explicación. Debía sacar fuerzas aunque no las tuviera. Se estaba haciendo daño así misma y a los de su alrededor, por dejarse consumir ante aquella tristeza.
No estaba nada bien refugiarse en el silencio, en sus penas, en aquella tristeza que reinaba en su maltrecho corazón. Tenía que luchar y dejar todo atrás. No debía vivir de los sueños, ni de la ausencia de su amor. Debía mirar el futuro, hacia su carrera como ingeniera.
Por ello, había tomado la decisión de contarles aquella noche a su madre y Paul, todo lo ocurrido en Alemania. Creía, que si se lo contaba se liberaría de aquel gran peso que le presionaba el corazón. Pudiendo respirar un poco mejor y volver a su casa, para emprender sus estudios. Había llegado el momento de dar un paso adelante y comenzar una nueva etapa en su vida sin Santino.

No pensaba rendirse. Si eso, es lo que quería la familia de ella. Pero le enfurecía el que no quisieran echarle una mano. Los primeros días que acudía hablar con Gerard o Henrí, los creía. Ellos no sabían donde andaba la chica. Solo que se hallaba bien… Pero después, la actitud que empleaban en cuanto aparecía le hacía desconfiar plenamente de ellos dos. Ahora, sí estaban informados del lugar. ¿Qué se suponía que tenía que hacer, para que compartieran aquella información con él? ¿Cuántos días habían pasado ya? ¿Quince, dieciséis? Si no veían aquello, como una dura penitencia. Nada lo haría.
Cogió aire en sus pulmones y llamó al timbre. Transcurrido unos minutos, escuchó pasos acercarse abrir.
-Buenos días, Gerard –Lo saludó con confianza.
-Hola chico –Sonrió el hombre-. Veo que no me vas a dejar ni un día tranquilo –Indicó arrastrando las palabras.
-No –Sonrió-. O no le caigo bien, o no me quiere para su hija… Una de esas dos opciones son las culpables, para que no me digas su paradero.
-Te equivocas –Dijo soltando un suspiro-. ¿Quieres una cerveza? –Preguntó señalando el interior de la vivienda con un gesto de cabeza.
-¿Sí la acepto, me dirá su paradero? –Preguntó un tanto desesperado por aquella pérdida de tiempo.
-No –chascó la lengua-. Santino, acepta que se encuentra bien. Y el motivo de nuestro silencio, es que pro orden de ella no podemos ni mencionarte. Así, que imagínate que ocurriría si te decimos su paradero –Rebufó.
-¡Maldita niña, desde un comienzo h asido más terca que una mula! –Renegó también Santino.
-Ni que lo digas –Admitió el hombre sonriendo-. Venga, creo que esa cerveza te sentará bien… -volvió a ofrecer, entrando en el interior de la casa y dejando la puerta abierta.
Se quedó mirando por unos momentos, el interior de la vivienda desde el porche principal. Cayendo en la cuenta, que siempre había dado por descontado que ella no se hallaba allí oculta. ¿Sería posible, que?... Ni pensarlo, Gerard no lo dejaría entrar entonces. Cogió aire y entró en el interior de la casa, hasta detenerse en medio de aquel salón. Donde unas fotografías en la pared de la chimenea, le llamaron la atención. Todas eran de Jaimie. En algunas salía acompañadas por un niño pequeño. Pero acercándose más, vio que eran de unos años atrás. Se la veía con aire juvenil, pero igual de hermosa.
-Ahí tenía dieciséis años –Comentó Gerard, apareciendo tras él y haciéndole entrega de la cerveza-. Fueron tomadas poco antes de que le llegara el sobre dorado. ¿Parece un poco más mayor que esa edad, verdad? –Sonrió al ver la sorpresa del piloto-. ¿Cuándo te llegó a ti? –Le preguntó yendo a sentarse en el sofá.
-Creo que nuestra entrega fue por unos días de diferencia –Señaló acercándose al sofá-. ¿Quién es el niño? Y, se que hubiera encontrado igual de hermosa a tú hija –Aspiró con fuerza-. Pero no se como habría sido la cosa, al ser entonces ella menor de edad… -Admitió pensativo.
-El niño, es Pierre… -Sonrió con un brillo de cariño en la mirada-. Es el hermano de Jaimie. Su padre es Paul, pero lo tengo también como mío –Rió-. Y creo, que éste será piloto. Es increíble su reacción ante un buen coche. Pero ni se lo menciones a la madre.
-No sabía que tenía un hermano –Dio un trago a la cerveza.
-Dime una cosa… -Bebió también de la botella-. ¿Realmente qué es lo que sabes?
-Solo una cosa –hizo una mueca-, y gracias a Sandro, que me lo dijo tras la carrera. Tú hija, no supo que yo era su destino dorado hasta éste mismo verano –Confesó con cierto pesar.
-¿Y ya está? –Preguntó después de casi atragantarse con el trago que le había dado al líquido dorado-. ¿Es lo único que sabes?
-Así es… -Asintió con la cabeza-. Realmente, cuando tu hija iba ha contarme todo –hizo una mueca de fastidio-, yo me enteré por otro lado del engaño… -Se rascó la cabeza con gesto nervioso-. Tuve que dejarla explicarse, en vez de comportarme de forma mezquina.
-No –Negó con la cabeza el hombre-. Tu reacción, fue la normal ante un engaño. No debes echarte tampoco toda la culpa, estabas dolido. Ella, te había mentido.
-Pero tenía una razón para hacerlo ¿No? –Señaló esperando una confesión.
-Sí, tenía una razón –Dijo soltando un profundo suspiro-. Pero tenía que haberla afrontado y no comportarse un tanto cobarde.
-¿En qué fue cobarde? –Preguntó con cierta curiosidad.
-En aceptar que el destino dorado tenía razón –Comenzó con tono melancólico-. Cuando Jaimie contaba con trece años, a Juliette le llegó su carta dorada. Aún estábamos casados, pero teníamos peleas constantemente… Por aquel entonces, mi mujer ocultó el sobre. Le costaba comprender, que nuestro matrimonio no iba ha ser para toda la vida. Hizo todo lo posible, pero fue inútil… yo estaba cada dos por tres de viaje por el trabajo y además, a ella no le hace mucha gracia éste mundo de los coches –Rió-. Y era estar un rato juntos, para comenzar una nueva pelea. Al año, nos dejó a los dos por seis meses. Se marchó con Paul, su destino dorado. Fue muy duro para Jaimie. Imagínate como es uno a esa edad –Volteó los ojos al techo-. Odió con todas sus fuerzas las cartas. Se tornó una defensora de conocer el amor a la antigua usanza. Cuando apareció su madre tras medio año pidiéndome disculpas, yo las acepté –Se encogió de hombros-. Vi, que estábamos mejor separados. Y a día de hoy, nos llevamos mejor aún que lo que nunca nos hemos llevado. Paul y yo, somos muy buenos colegas. Me alegro por ellos dos –Dijo sincero-. Y Jaimie, también lo aceptó tiempo después. Pero seguía sin torcer brazo respecto al destino… Creo que por su tozudez, más que nada.
-Lo creo –Sonrió Santino-. Jamás conocí mujer tan terca –Se quedó un segundo callado-. Así, que ese es el motivo. Odio y desconfianza hacia el destino dorado.
-Sí –asintió con la cabeza para darle más fuerza a su respuesta-.El día que le llegó se derrumbó. No quería abrirla, más bien quemarla… Debo decir, que quien tuvo la idea fue Paul –Rió-. Y funcionó bien por unos años. Jaimie, volvía a ser la chica animada de siempre, se sentía segura. Y medio enamorada de ti –Le guiñó un ojo.
-¿Por aquel entonces ya lo estaba? –Preguntó sorprendido y contento por aquel dato.
-Sí. Mi hija a pesar de Juliette, prácticamente desde los catorce años que comenzó a interesarse por los motores. A lo primero, no lo tomé muy en serio –Confesó-. Pensé que solo quería estar conmigo, y hacer enfadar  a su madre. Pero vi que servía para ello y que disfrutaba. Me siento muy orgulloso de ella –Admitió feliz-. Con dieciséis años, ya era una excelente mecánica. Mejor que muchos chicos de mí equipo y del de mí hermano.
-Que la quieren mucho –Rió con cierta sorna, al recordar como la habían protegido.
-Cierto, es la niña de todos –Soltó una carcajada-. Espero que no te lo hayan hecho pasar crudo.
-No hizo falta –Respondió con cierta altivez-. Tu hija sola, pudo conmigo.
-Tubo que serle difícil –Chascó la lengua-. Desde tus principios, antes de que te dieras a conocer mucho, ella ya te admiraba como piloto. Y creo, que también se sentía un poco enamorada de ti.
-¿Cómo descubrió entonces mí nombre?
-Estaba preparando la maleta para el GT de Italia con su madre, y el sobre debía hallarse expuesto a la vista. Porque Pierre lo agarró y abrió, sin comprender lo que hacía. Delante de nosotros no miró el nombre –Se encogió de hombros-. Supongo, que lo haría  a la noche cuando se fue a dormir. Pues al día siguiente, me comunicó que se iba con Henrí a Alemania…
-Y el chasco fue, encontrarme en un semáforo allí –Rió al recordar-. Yo me acerqué a ella. De algún modo, sentí cierta conexión… Cuando la saludé, tu hija se saltó con la moto el semáforo. Por poco me morí del susto.
-La quieres –Afirmó Gerard.
-Sí, desde el primer momento que la vi sin saber que era ella –Admitió con cierta esperanza.
-Entonces –Frunció el ceño sin comprender-. ¿Qué habéis hecho para acabar así?
-Supongo que será, qué no he hecho –Aceptó con resignación-. No le di la oportunidad de defenderse.
-Tonta ella, por no insistir –Acusó el hombre-. No que prefirió volver a huir. Ahora, está sufriendo…
-¿Lo está pasando mal? –Interrumpió Santino algo compungido.
-Pues como tú –Insistió con cierta dureza en el tono de voz-. Os habéis hecho daño mutuamente. Pero sí que es cierto, que lleva un tiempo que está algo indispuesta… -Santino se inclinó un poco hacia delante, mostrando veloz en su rostro preocupación-. Tranquilo, según Juliette es posible que sea por su estado de ánimo.
-¿No la ha visto ningún médico? –Preguntó entrecerrando la mirada.
-Jaimie se niega, cree que es debido al clima, el stress…
-¿Qué clima? Gerard por favor, dime donde está… -Inquirió Santino poniéndose en pie.
-Antes, tendrías que dejarme que lo consultara con ella –Lo miró algo confundido por la tensión que mostraba el piloto en el rostro.
-Creo que antes tendrías que saber una cosa –Dijo haciendo cierta mueca con la boca-. Tu hija y yo, hicimos el amor… -Habló algo inseguro por la respuesta que pudiera tener el otro hombre.
-Pero Santino, por qué me cuentas esas co… -Calló de pronto, para meditar unos segundos. Acabando de comprenderlo, cuando el piloto afirmaba con gesto de cabeza-. Jaimie… -Se le veía sorprendido-. Ella… Ese malestar…
-Correcto –Agachó la mirada-. No utilizamos ninguna protección… Pido disculpas, siendo yo el más adulto de los dos. Es un fallo imperdonable…
-¿Qué le exigirás sobre eso, sí te digo su paradero? –Preguntó aún pensativo.
-Exigirle nada. Comprendo que ella es aún joven y tiene una carrera por delante –Agachó los hombros-. Pero me gustaría tener la oportunidad de formar una familia con ella…
-Gerona, pueblo de Cadaqués –Habló de repente Gerard.
-¿El qué? –Lo pilló desprevenido.
-Hotel Mar, ahí está Jaimie con Juliette y Paul –Lo miró sonriendo-. Te doy la oportunidad de sorprenderla. No diré nada a Juliette…
-Gracias, muchas gracias –Le estrechó con fuerza la mano, para salir de allí corriendo-. ¡Sí! –Exclamó arrancando su coche.

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