Pero
ella corría como podía, desgarró el vestido con sus manos en un intento por
correr más rápido y volteó el rostro para ver si Oscar seguía tirado. No lo vio
y eso significaba que ibas tras ella y probablemente estaba cerca corriendo
entre las palmera y usándolas de tal manera que ella no pudiera divisarlo.
Vio
hacia el mar, las olas chocaban con fuerza sobre las rocas que había a unos
metros de ella. Correr entre las rocas le desgarraría seguramente los pies,
pero no pensó en ello cuando se lanzó en esa dirección, sabía que ir por esa
zona significaría no tener que nadar tanto para rodear el acantilado y llegar a
la playa que había detrás. Vio unas
luces que provenían del mar y que luego parecieron apagarse. Creyó alucinar. Una
piedra afilada le cortó el talón y el dolor la hizo disminuir el ritmo, vio
como manaba sangre de la herida. Miró
hacia atrás de nuevo justo a tiempo para ver a Oscar salir de las sombras.
Corrió cojeando, lista para tirarse al mar.
No quería morir, pero quedarse allí esperando no era una opción.
La
cojera la hizo caer llevándose rasguños y heridas por todo el cuerpo. Desde el
suelo vio las luces de nuevo. Se levantó con dificultad pero con toda la
rapidez de la que pudo disponer, él estaba demasiado cerca, era como si pudiera
oír sus pisadas contra las rocas, una enorme ola la bañó por completo y ella
que ya había llegado por fin empezó a avanzar en el agua a fin de llegar a más
profundidad para poder nadar, cosa que no era fácil pues el agua salada le
provocó ardor en todo el cuerpo por las heridas, se le metía en los ojos el agua de la lluvia
y la del mar dejándole una muy mala visibilidad, pero era lo de menos, el mar
estaba tan embravecido que ella contempló regresar y ver si podía esquivar a
Oscar y escalar en lugar de nadar, el aventarse parecía un suicidio. Esa duda fue su perdición, él la alcanzó y
empezó a arrastrarla fuera del agua. Luchó con todas sus fuerzas, sabía que
perdería si la sacaba del agua. Escuchaba toda una sarta de groserías dirigidas
a ella, que le venían valiendo muy poco. Luchó como una tigresa y en cierta
medida resultaba pues él no podía sacarla del agua que les llegaba casi a la
cintura. Otra gran ola los desestabilizó, pero más a ella, cosa que Oscar
aprovechó para propinarle un puñetazo. El puño de Oscar hacia su cara fue lo
último que Jackie vio.
Iban
a fracasar pensó Stefano, no lograrían llegar a la orilla sin volcarse.
Llevaban demasiado tiempo intentando llegar a las rocas y era una batalla
pérdida, en realidad era un milagro que aún estuvieran todos dentro del bote
que parecía barquito de papel en medio del enfurecido océano. Habían alcanzado
a vislumbrar las rocas, para luego perderlas de vista de nuevo. Se gritaban
para escucharse, entre los cinco habían logrado mantenerse a flote, pero era
imposible seguir así.
-
Tendremos que
nadar hasta la orilla. – Les gritó a los
demás.
-
Intentemos
acercarnos una vez más. – Dijo otro de los hombres. Todos estaban rendidos por
su embate contra el mar, pero reunieron fuerzas para intentarlo una vez más,
esta vez las rocas se hicieron más visibles para alegría de Stefano. Alegría
que se convirtió en horror cuando vio la silueta de una mujer corriendo hacia
el mar, aun en la oscuridad y con la tenue luz que proporcionaban sus lámparas
que por muy potentes que fueran no parecían ser de mucha ayuda, reconoció a
Jackie corriendo hacia el mar y siendo seguida de cerca por un hombre que la
alcanzó y forcejeó con ella. Stefano gritó como un loco dando ordenes para que
el bote llegara al lugar, al ver que ese maldito la había noqueado se lanzó sin
más al mar ante la mirada atónita de los demás.
-
Trata con la
radio de nuevo, me importa un carajo que la situación sea horrible para que
despegue un helicóptero. – Dijo el jefe de seguridad de Stefano a uno de los
policías cuando vio a su Jefe tirarse al agua.
-
No vendrá nadie.
– Le respondió el otro a los gritos.
-
Que llamen a los
nuestros, no importa como esté la situación, ellos si vendrán. Y más vale que
logremos llegar a tierra por que lo contrario será perecer aquí.
El
agua no estaba fría, estaba helada. Nadar entre olas enormes era una tarea casi
imposible, Stefano era experto nadador y creyó por unos instantes no poder
llegar a tierra. Sacó fuerzas de la nada, pensaba que estaba agotado tras la
lucha por hacer llegar el bote a tierra, pero el contemplar la posibilidad de
que algo terrible le sucediera a ella, le había hecho renovar las energías.
¡Mataría al maldito que le había puesto una mano encima! ¡Lo haría! Llegó a la
playa y atravesó las rocas, corrió por la playa intentando ver por donde se la
habían llevado.
A
lo lejos vio una casa casi derrumbada y luz, avanzó hacia ella como un poseso. Iba
a matar al maldito que tenía a su esposa, de eso no cabía la menor duda….
¿Quién
dijo que la cárcel no servía de algo? William Se había entrenado duramente en
el gimnasio durante todo ese maldito tiempo que se la había pasado allí. Sus
planes habían tenido un revés, pues el cretino de Oscar no había querido
ayudarlo hasta el final por estar con la maldita de Jacqueline. No había
insistido demasiado en que Oscar le acompañara aunque claro que le había
molestado pero al fin esa estúpida tendría su merecido… ultrajada por el cruel
Oscar. Había visto como trataba a las mujeres, era un maníaco en toda regla. Y
en cuanto a llegar a su bella Allison no era tan difícil.
Escalar
para salir de esa playa rocosa era una tarea titánica, pero no por el lugar que
él ya había explorado con anterioridad, eran como ocho metros y con apoyo de
rocas que parecían haberse puesto para tal fin. Con la lluvia causada por la
tormenta y el viento, le había llevado algo de tiempo pero al fin salía de
allí. Siguiente parada: Allison. Sería toda suya al fin, una vez que matara a
su marido, no habría nada que nunca jamás pudiera separarlos. Su cuidadosa investigación había revelado que
Allison estaba por aterrizar, no había sido un secreto la desaparición de
Jacqueline y por lo tanto sabía que Allison volaría de inmediato a Atenas, fue
cuestión de estar al pendiente de los vuelos en jets privados. Tenía que
capturarla antes de que entraran a la mansión Troyanos pues una vez allí sería
sumamente difícil accesar a ella. Subió al auto que habían rentado y estaba
oculto a un lado del camino. Arrancó y se dirigió a toda velocidad rumbo al
aeropuerto, estaba muy cerca de lograr su anhelado sueño.
-
¿Hay noticias? –
Preguntaba Allison con el miedo escrito en el rostro.
-
No.- Fue la
única respuesta de Máximo que lamentaba infinitamente haberla llevado, no
sabían con exactitud quien era el loco que se había llevado a Jackie pero no
había pedido dinero, ni nada más. Parecía un asunto personal y siendo como eran
de conocidos y habiéndose ganado enemigos gratis, Allison también podía ser un
objetivo. – Vamos a aterrizar, abróchate el cinturón yo iré a ver a la nena.
Una
vez en Atenas, Allison sintió incrementar su tensión por mil, quizás era por la
tormenta que los había recibido, pero al menos ya estaba allí. Quería ver a
Maddie. Estrecharla en sus brazos, sabía que la pequeña no tenía idea de lo que
sucedía, pero de alguna manera sentía que su presencia podría ayudar en algo.
Al bajar del avión vio varias camionetas esperando en la pista. Ella vivía
siempre rodeada de seguridad pero ahora veía todo un despliegue digno del
presidente de algún país.
-
¿Qué es esto?
-
Nuestro equipo
de seguridad ¿Lo ves excesivo? – Le dijo Máximo.
-
Un poco. – Admitió
ella quien era resguardada por una enorme sombrilla lo mismo que Máximo y
observaba como su hija era llevada de inmediato a una de las camionetas. Un
hombre se acercó a hablar con él inmediatamente.
-
Yo mismo iré en
ese helicóptero. –Alcanzó a escuchar lo que decía su esposo.
-
¿La encontraron?
– Preguntó con ansiedad.
-
Eso parece, pero
nadie se atreve a ir donde se encuentra por la tormenta. Stefano saltó del bote y nadó hacia la zona
donde se vio a Jackie.
-
¡Oh, Dios! ¡que
estén bien! Debe estar cansado de escucharme.
-
¿Quién?
-
Dios, por
supuesto. Le he rogado tanto.
-
Iré a ayudarlos.
-
Claro.
-
Quiero que
obedezcas en todo al personal de seguridad, recuerda que velan por ti y por
nuestra hija. No hagas nada que pueda poner en peligro…
-
¡No haré nada,
Max! Ve por Jackie y Stefano y por favor ten cuidado. – Máximo la llevó a la
camioneta donde también estaba su hija y le dio un largo beso antes de cerrar
la puerta. La camioneta avanzó llevando seguridad por todas partes. Al ver que
tomaban un camino distinto preguntó al chofer. - ¿A dónde vamos? Este no es el
camino a la mansión Troyanos.
-
Vamos a un
departamento propiedad del Sr. Troyanos. Ahí están su madre y su hermana
también cuidado a Maddie y a la espera de noticias.
Cosa
que ella había olvidado por completo, por supuesto que la abuela y tía de
Maddie correrían para estar a su lado. Pero aunque lo hubiera recordado ella
aún estaría donde estaba ahora: dirigiéndose a ver a su pequeña sobrina y a la
espera de Jackie. Al recordar no pudo evitar que los ojos se le llenaran de
lágrimas.
La
camioneta se detuvo, había un retén. Uno hecho por un solo hombre que vestía de
bombero. Su chofer lo ignoró y avanzó a pesar de las protestas del hombre que
aporreó la camioneta con las manos con violencia. Los guardaespaldas que venían en la camioneta
de atrás bajaron de inmediato y pusieron al tipo contra el suelo.
-
¿Por qué no lo
sueltan ya? Es un bombero ¿no?
-
Dos bomberos
secuestraron a la Sra. Troyanos. – Le contestó el chofer quien tenía una mano
en el volante y la otra en la pistola que llevaba al cinto.
Allison se acercó al asiento de su hija con un ligero
estremecimiento y besó su frente. Agradeciendo que al menos no se habían
llevado también a Maddie cuando habían secuestrado a Jackie. Allison vio como
soltaban al hombre después de comprobar que en realidad era un bombero y las
camionetas empezaron a avanzar de nuevo. Llegaron al departamento y fue
recibida con abrazos y lágrimas por parte de Penélope y de Silvia quienes se
veían de lo más acongojadas por lo sucedido.
-
Todo estará
bien. – Fue lo único que pudo decir. – Tienen que estar bien. – Repitió para
convencerse un poco también ella. - ¿Dónde está Maddie?
-
Dormida. – Le
dijo la bella cuñada de Jackie, Penélope, limpiándose las lágrimas. – Ha
hablado Mabel, vienen para acá.
-
También
Fabricio. – Añadió Silvia.
-
Eso es bueno, la
familia debe estar junta. No le he dicho a mis padres ni a los de Jackie, su
padre no está muy bien de salud y todavía me resisto a avisarles, si le aviso a
mi familia seguro que rápidamente mi madre se lo diría a la mamá de Jackie.
Pero, espero poder hablarles pronto para darles buenas noticias. ¿puedo ver a
Maddie?
-
Claro, está en
el cuarto rosa. Lleva a tu nena que parece estar a punto de caerse de sueño. La
cuna es lo suficientemente grande para las dos. – Allison colocó a su hija que
se llamaba justo como su amiga y hermana del alma, al lado de Maddie. Al verla
tan inocente y tan preciosa allí dormidita se le hizo un nudo en la garganta.
Al volver a la sala, vio el ceño fruncido de la suegra de Jackie.
-
¿Qué pasa
Silvia?
-
Debido a la
seguridad están reteniendo a uno de mis empleados de confianza a quien mandé
por cosas de Maddie.
-
Yo iré por
ellas, no te preocupes ¿cómo se llama él?
-
William.
-
No vayas tú,
desde aquí daré la orden de que lo dejen subir. – Dijo Silvia. Dicho eso lo
intentó pero le respondieron que nadie podía subir bajo orden expresa de
Máximo. – Parece ser que estamos fuertemente resguardadas.
-
En ese caso
bajaré tal como te dije. La nena necesita sus cosas.
-
Ya tomó su
biberón. Mejor descansa y si necesitamos algo entonces bajas. Hablaré con el
jefe de seguridad y le pediré que le diga a Will que espere.
Allison
se sentó en el sofá al lado de Penélope que parecía perdida en su mundo.
-
Ellos estarán
bien. – Le dijo con un susurro tembloroso. Ella era fuerte pero ahora mismo se
sentía débil y sobre todo terriblemente asustada de no volver a ver a Jaquie
nunca más…
Stefano
siguió corriendo como si su vida se fuera en ello, y en cierto modo así era. Sin
Jaquie la vida no tendría sentido alguno, Maddie tendría por padre a un
fantasma, estaba seguro de no volver a ser el mismo si ese maldito le
arrebataba a su esposa. Faltando poco
para llegar, sentía que todos los músculos eran aguijoneados por el esfuerzo.
El haber nadado entre las olas con el mar enfurecido le había mermado las
fuerzas. En eso oyó un grito, era ella, su cuerpo reaccionó olvidando todo. Oyó
algo rompiéndose, lo oyó a él,
insultándola, siguiéndola y gritando que era suya, que Su Allison, su esposa,
era suya. Fue ahí cuando vio todo en
color rojo por la furia.
Jaquie
había despertado en cuanto Oscar la había arrojado al colchón sucio que ya le
era familiar. Había sentido sus manos intentando desgarrarle la ropa y ella había
gritado para después con todas sus fuerzas, las que le quedaban, lo había
empujado haciéndole caer.
-
¡Maldita!
-
¡Aléjate de mí!
-
Nunca…
-
Eres mía. – Se
acercó y ella le lanzó una destartalada silla. Escuchó su risotada cuando la
esquivó.
-
Si me tocas, te
mato. Lo juro.
-
No podrás
hacerme nada. Acepta lo inevitable.
-
Él te matará.
Eso si que lo sabes. Te encontrará hasta el fin del mundo si es necesario y te
matará. Lo hará si me haces algo. Te acabará y lo hará de la manera más cruel
posible.
-
¿Quién? – Se
burló.
-
Yo. – Esa única
palabra fue acompañada por el ruido de la puerta abriéndose y azotándose con
fuerza, entró viento y lluvia, el estruendo de las olas y de los rayos crepitó
entre ellos, pero el sonido de esa voz llegó fuerte y claro y de inmediato se
le saltaron las lágrimas. Era él, había llegado allí, por ella. Cuando ya había
dado por terminada su vida en ese planeta. Sabía que sería vengada pero no que
viviría para verlo a él de nuevo. La figura de Stefano apareció contra el marco
de la puerta, alto e inmenso aunque aun en la oscuridad y sintió satisfacción
al ver la cara de Oscar con lo más parecido al temor. Lo vio llevarse la mano
hacia atrás buscando la pistola, al no encontrarla corrió hacia una esquina y
abrió una caja de zapatos para luego sacar una pequeña pistola y apuntar hacia
ella.
-
Tú te mueves y
la mato. – Anunció sin dejar de apuntarle.
-
¿Cómo rayos no
la vi antes? – Susurró Jaquie.
-
Tú le disparas y
morirás horriblemente. – Dijo Stefano acercándose. La débil luz de la casucha
iba y venía a convenir de los rayos, por fin ella lo vio claramente y reprimió
el deseo de lanzarse a sus brazos y llorar como una niña.
-
¿Maddie…? –
Preguntó ella sin emitir sonido, solo moviendo los labios.
-
Está bien, la
verás pronto. - Le dijo con una sonrisa tranquilizadora que ocultaba su furia
al verla malherida. Ella asintió por que no pudo decir nada más.
-
Todo esto es
tierno, en serio. Pero mucho me temo que aquí se acaba todo.
-
¿Y como planeas
terminar con esto? – Preguntó Stefano a distancia prudente todavía de Jaquie.
-
Tú te mueres,
ella se va conmigo. Quizás vayamos por la niña, aún no lo sé. No quiero con
nosotros a la hija de otro hombre. Pero, si eso le complace a ella…
-
Compláceme
muriéndote. – Espetó Jaquie con veneno.
-
Ya aprenderás a
quererme.
-
El que no saldrá
de aquí eres tú ¿Qué rayos quieres? ¿Quién eres? – Stefano intentó dar un paso
más y se quedó en su sitio al ver como él apuntaba a Jaquie directo a su
cabeza.
-
Si no es mía, no
es de nadie.
-
¿Qué quieres? –
repitió la pregunta.
-
¿No es obvio? A
ella, la quiero a ella. No te ha dicho quien soy ¿verdad? Nunca te lo ha dicho…
pequeña mentirosa.
-
No eres nadie,
nada digno de recordar. – Dijo ella.
-
¡Cállate!
¡Cállate, te tragarás todas tus palabras!
-
No la tendrás
nunca, no pienso mentir ni jugar al psicólogo contigo, de aquí no sales con mi
esposa, te lo juro. – Dio un pequeño paso, casi imperceptible.
-
Ya me has
arruinado lo suficiente la existencia, déjanos en paz.- Dijo ella.
-
Claro que saldré
de aquí con ella Troyanos, ya he tenido éxito antes con ustedes dos, te creíste
que ella te había engañado hace años ¿verdad? Yo era el que estaba ese día en
la habitación del hotel, un cruel giro hizo que ella se me escapara de las
manos esa vez, pero no permitiré que vuelva a ocurrir. – Diciendo eso, caminó
rápido hacia ella y tomándole del brazo la puso a su lado con fuerza, Stefano
viendo eso fue hacia él, Oscar le apuntó
y disparó, un trueno retumbó en ese momento uniéndose al sonido del
disparo, Allison gritó al verlo caer, no pudo más y cayó de rodillas intentando
acercarse a Stefano que seguía en el suelo, las carcajadas de Oscar no dejaban
de escucharse al mismo tiempo que le impedía acercarse a su esposo y la
levantaba del piso.
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