viernes, 24 de mayo de 2013

Un Amor para Recordar XVIII


La puerta volvió a abrirse, de inmediato se puso tensa. Lo vio entrar dirigiéndole una mirada abiertamente lasciva, empuñaba una pistola. Moriría antes de dejarse tocar por él, juro en silencio. Stefano apresúrate amor. Imploró en su mente.

-       Tú y yo vamos a dar un paseo.- Le anunció.
-       ¿Es necesaria la pistola?
-       Conozco de primera mano tus habilidades para defenderte, no me arriesgaré esta vez. Aunque no soy el único que sabe de lo que eres capaz ¿cierto?
-       No se de que hablas. – Dijo confundida.
-       Vi todo el despliegue que le hiciste a Troyanos hace tiempo aquí en Grecia y poco después eran inseparables.
-       ¿Me estabas siguiendo? – Su pregunta estuvo llena de asombro mezclado con furia y por supuesto pánico al comprender que hacía mucho tiempo que él la observaba a la espera de capturarla.
-       Después del accidente, radiqué en Portugal un tiempo, hasta que me sentí con fuerzas suficientes para ir por ti, pero tú ya habías adoptado la desagradable costumbre de viajar por el mundo. Debo admitir que te perdí la pista mucho tiempo y mientras conseguía el dinero necesario para seguirte pasaron muchos años, hasta que por fin te localicé y adivina donde… aquí mismo en Atenas. Iba a llevarte conmigo, no fue fácil hallar el momento ya que te la pasabas con el estúpido de Troyanos, hasta que me decidí a entrar a tu habitación del hotel una noche pero cual fue mi sorpresa al ver que no estabas, tocaron a la puerta y al escuchar que era Troyanos… hice algo que me llenó de satisfacción… le dije que era tu amante y se lo creyó todo.
-       Fuiste tú…
-       Después de eso, ya no pude hacer nada pues llegó tu querida amiga. Cuando supe lo que había pasado con tu querido Troyanos fue casi una compensación. 
- Lamentablemente te perdí la pista de nuevo, hasta que cometiste el fatal error de hacerte una figura pública al casarte con tu magnate griego. – La tomó de la mano y la arrastró hacia la salida. Era una pequeña casucha cerca del mar. Se oía el sonido de las olas  al  romper en la playa – Vamos a festejar nuestro reencuentro, el cual esta vez será eterno. – La llevó por un sendero, caminaron unos diez minutos, ella lo hizo con suma dificultad por los tacones, por lo cual casi era arrastrada hasta que llegaron a un sitio bajo unas palmeras y desde donde se divisaba el mar, pero la noche no estaba cooperando con el plan de Oscar, no había luna y algunos relámpagos se dibujaban en el horizonte, la brisa anunciaba una tormenta. Había una mesa dispuesta para dos, las velas estaban apagadas debido a la brisa que por momentos se convertía en un suave viento. La sentó casi aventándola hacia la silla.
-       ¿Cómo lograste que te perdonara, eh? No, no me digas… una zorrita como tú debe tener cientos de trucos bajo la manga ¿no? – No parecía querer dejar el tema.
-       Se dio cuenta que todo era un error. – le respondió ella recuperando un poco de su espíritu.
-       ¿Ah si? – Fue la respuesta cargada de ironía y sobre todo de furia latente.
-        Por supuesto.
-       Ahora me dirás que te ama.
-       No me importa si no lo hace. Yo lo amo y eso es más que suficiente.
-       Me temo que no querida por que ahora al único que amaras, será a mí. – Se acercó a ella y sujetándola por el pelo la besó haciéndole daño por que ella no abría la boca, le mordió el labio logrando que sangrara. Ella escupió en cuanto la soltó ganándose una bofetada de él en respuesta.
-       No voy a hacer lo que tú quieras. – Le dijo Jaquie mirándole con ojos brillantes de furia y levantándose de la silla.
-       Claro que sí. – Le apuntó con el arma y Jaquie no se inmutó. – Te prefiero muerta antes de que vuelvas a ser de él. Siéntate, dispararé… lo sabes - Jaquie se sentó sin dejar de mirarlo con la misma emoción asesina en los ojos. – Mucho mejor. – Rió él y se sentó frente a él. - ¿Quieres saber quien me ayudó en la encantadora tarea de capturarte?

Jaquie recordó que habían sido dos hombres los que los habían interceptado. No preguntó nada, sabía que Oscar le diría todo. Estaba demasiado engreído con lo que había logrado.

-       Un amiguito tuyo o mas bien un enemiguito tuyo. Lo convencí de esto por que él también saldrá ganando. No fue difícil hacer que se uniera a mi plan, llegué a saber de su fallido intento por lograr algo que se parecía a lo que yo quería lograr.
-       No tengo una maldita idea de quien pueda ser. – Ella no había acumulado un solo enemigo en su vida, a excepción del maniático que tenía enfrente.
-       Me ayudó de mil amores, claro que lo que le ofrecí no tiene precio para él. De hecho nos identificamos ¿sabes? Tenemos los mismos objetivos, los mismos… ¿Cómo decirlo? ¿gustos? – Y empezó a reír burlonamente.

Una risa proveniente de las sombras se le unió.

-       ¿Hace cuanto que estás allí? – Le preguntó Oscar al dueño de la risa.
-       Lo suficiente. – Fue la respuesta del hombre. La voz le pareció familiar pero no la identificó al instante. El hombre salió de las sombras y por tercera vez esa noche se encontró frente a algo totalmente inesperado. - ¿Que tal Jacqueline?
-       William…- Una ráfaga de horror y desesperación la atravesó.
-       ¡Oh, esto es genial! No sabes cuanto deseo que tu amiguita llegue a Atenas y finalmente ella y William estén juntos. – Dijo Oscar y ella sintió una garra enorme y fría arrancarle la columna. Estaba frente a un par de maniáticos y ahora Ally estaba en peligro.
-       Allyson no vendrá. – Fue todo lo que pudo decir, se sentía nuevamente paralizada. No vengas, no vengas, rogó por dentro y una lágrima amenazó con escapársele, luchaba con todas sus fuerzas para no darles la alegría de verla derrumbarse.
-       Claro que sí. – Le dijo William. - ¿crees que no lo sé? Sabía que si algo te pasaba a ti, ella vendría contra viento y marea. Te quiere como si fueras su maldita hermana.
-       No está sola en todo caso. Máximo te matará, realmente lo hará e impedirá todo lo que tu perversa mente tiene planeado.
-       ¿Así como Stefano impidió que algo te pasara? – Estalló en crueles carcajadas junto con Oscar.

William había planeado hacía unos años una tremenda trampa para Allyson, y logró por un tiempo que Máximo creyera que Allyson le había sido infiel con él. Al igual que Oscar con ella, William estaba obsesionado con Ally y la deseaba más que a nada en este mundo. Todo se había arreglado y habían desenmascarado a William, ella de hecho le había dado una paliza, William había ido a la cárcel y se suponía purgaba muchos años por delitos que había cometido en su pésimo manejo de una sociedad destinada a las artes. Máximo no ocultaba su deseo de acabar con él, solo Ally había logrado hacerlo desistir, está en la cárcel ahí pagará lo que nos hizo, solía decirle Ally a Máximo. Pero el caso es que ahora no estaba en ninguna cárcel.

-       Después de conocer la historia de mi querido amigo William, sentí la necesidad de ponerme en contacto con él. No todo mundo sabe lo que hizo, pero yo lo supe por que intentaba seguirte la pista y ahí fue cuando me enteré del amor fallido del pobre Will. Y creo que me hice experto en fingir muertes, provocamos un incendio en la prisión e hicimos creer que William había muerto en el. Pusimos a otro pobre diablo en su lugar.
-       Genial ¿no crees? – Sonrió abiertamente el aludido. – Ahora hemos cumplido el sueño de Oscar, falta el mío.
-       Se van a pudrir en…- Empezó ella.
-       ¿En el infierno? – Se burló William.
-       No, no se como pero se pudrirán aquí mismo. Tanto que desearán no haber nacido.
-       Que miedo. – Se burló de nuevo. El viento se incrementó al igual que los relámpagos. – Te dejo amigo, que disfrutes de tu chica y de tu noche. Mañana seguramente estaré en las mismas condiciones que tú. El vino y la comida están en esa canasta bajo la última palmera. Me voy a nuestro peculiar centro de operaciones. – Dijo refiriéndose a la casucha donde la habían tenido.- Arreglaré el cuarto así como me has dicho para que disfrutes a plenitud la noche. – Añadió con una sonrisa perversa para después alejarse.
-       Ve por la canasta. – le ordenó Oscar, ella fue pensando con frenesí en como salir de allí y sobre todo como advertir a Allyson. Casi quería hincarse y rogar por que ella no hubiese cumplido con ir a verla a Atenas. Máximo siempre la tenía protegida, pero aún así no podía evitar pensar que podía pasarle lo mismo que a ella. Las cosas no podían ir peor.

Las huellas habían desaparecido, y Stefano volvía a sentir la angustia y la desesperación arrancarle la calma. La idea de Jackie en manos de sus secuestradores le hacía sentir tal miedo que casi temblaba. Habían dado vueltas por la zona durante más de dos horas intentando en vano encontrar alguna pista que los llevara de vuelta al camino correcto.  Sólo sabían que a juzgar por el hundimiento de un par de huellas, el portador llevaba a otra persona a cuestas. Indicio de que era a Jackie a quien llevaban.  No solo él y su personal estaba buscando en la zona, la policía les había seguido y también habían puesto gente a buscar allí, dos helicópteros, uno de él y otro de la policía sobrevolaban intentando en vano avistar algo que les indicara donde tenían a Jackie, a su Jackie.  Le habían informado que debido a la tormenta que se avecinaba los aparatos tomarían tierra, había maldecido sonoramente al verse cada vez más impotente en su búsqueda.  Habían pasado dos horas, ¡dos! Era un tiempo demasiado largo en lo cual podían haber sucedido demasiadas cosas. 

-       Nada.  – Le dijo uno de sus hombres, sin añadir nada más al ver el rostro sombrío y furico de su jefe al darle el nuevo reporte de la búsqueda.
-       Hemos buscado en absolutamente todos los lugares posibles en el área. No es posible que hayan abandonado esta zona, tendrían que haber escalado el acantilado. – Agregó su jefe de seguridad. – Cosa imposible a menos que hayan contado con un helicóptero, pero ninguno de los pescadores que habitan aquí cerca escuchó ninguno.
-       ¿Hemos estado en absolutamente todos los sitios habidos y por haber de este lugar? – Preguntó Stefano mirando hacia el mar y formando puños con sus manos.
-       Bordeando el acantilado solo hay mar hasta llegar a un área de rocas, pero no hay casas ni nada allí, es un sitio demasiado inhóspito.
-       ¿Cómo se llega allí? – Fue la rápida pregunta de Stefano.
-       Por mar, es peligroso y lo es más ahora que el mar empieza a embravecerse. Solo un loco hubiera escogido semejante sitio y no hemos visto avistamiento alguno que indique que se ha usado algún bote.
-       Todo indica que un loco es quien tiene a mi esposa. Iremos a esa zona.
-       Es casi un suicidio, señor. – La voz de su jefe de seguridad reflejó que lo decía muy en serio.
-       ¿No has dicho que solo por mar se puede llegar allí?
-       Los helicópteros no pueden aterrizar, además no han visto nada allí.
-       Está muy oscuro, hay demasiado viento, esos aparatos no nos sirven de mucho en estas condiciones. – Confirmó uno de los policías. 
-       Iré a esa zona de rocas. – La contundencia de sus palabras logró que nadie tratara de disuadirlo. El mar pareció elegir ese momento para enfurecerse, la lluvia incrementó y las olas golpeaban la playa y el acantilado con fuerza. – Entenderé si nadie quiere acompañarme, necesito un bote.
-       Iré con usted. – dijo quien le había dicho que aquello era un suicidio. Dos hombres más, uno de los suyos y un policía se les unieron. A pesar de que todos pensaban que era una locura, ver la decisión en los ojos de Stefano había acallado a los espectadores.
-       Te encontraré amor, lo haré. – Susurró para si Stefano, mientras la lluvia le golpeaba en el rostro. El bote parecía de papel llevado de acá para allá en el gigantesco océano.  No podían pegarse demasiado al acantilado o corrían el riesgo de ser azotados contra la dura piedra.

Estuvieron a punto de ser volteados al intentar adentrarse en el mar. Las olas llenaban la embarcación mientras ellos se comunicaban a gritos intentando no naufragar. Una vez logrado el objetivo de entrar en ese torbellino, se dirigieron a la zona de rocas. Todo era negrura, las potentes lámparas que llevaban no parecían servir de mucho, los rayos y relámpagos fueron los que les dieron la luz suficiente para poder guiarse a las rocas.

Jackie aparentaba beber de su copa, llevaba más de una hora allí sentada viéndolo comer como un cerdo y beber sin parar, convenientemente la tenía atada por el cuello con una soga que él controlaba con su mano. Había ráfagas de lluvia   que aunque no les daban de lleno por el resguardo de las palmeras, todo parecía indicar que la tormenta llegaría con todo su poder en poco tiempo. Escuchó pasos  y Oscar levantó la cabeza abruptamente de su plato de comida.

-       Hay demasiada gente buscándola. – Dijo William acercándose.
-       Jamás buscarán aquí.
-       ¿Acaso no oíste los helicópteros? Hay como un centenar de personas siguiéndonos el rastro, lo he oído en la radio. – Insistió el hombre visiblemente nervioso. 
-       Vámonos de aquí, vamos por Allyson y nos largamos de este lugar.
-       ¿Y como se supone que nos iremos? ¿Escalando el acantilado? – Preguntó Oscar con la voz algo pastosa por el alcohol.

Ella  sintió un ligero alivio, al saber que Stefano no estaba demasiado lejos. Pero la zona era de difícil acceso a juzgar por lo dicho por Oscar ¿escalar un acantilado para huir? La lluvia era ya un hecho, cosa que no parecía haberle importado a su secuestrador quien había seguido comiendo y bebiendo como si estuviera en un día soleado.

-       Regresemos por donde hemos venido.  – Sugirió William.
-       No estoy tan loco, gracias. No quiero morir ahora que he logrado por fin mi objetivo. Por eso te digo que nadie vendrá, la única ruta es por ahí, nadie lo intentará.
-       ¡Yo me iré! – Anunció William.
-       ¡Haz lo que quieras!
-       ¡Prometiste ayudarme con Allyson! – Explotó el otro.
-       Sí, pero no quedamos que lo haríamos hoy mismo.
-       Iré por ella. – Insistió el otro. – ¡Me largo!
-       No se te ocurra traicionarme, yo mismo te mataré si lo haces. – Advirtió Oscar. El otro hombre se alejó furioso. – No será necesario matarlo – Rió estrepitosamente Oscar. – Se matara solito intentando salir de aquí. Precioso lugar ¿verdad? Casi nadie sabe que después de las rocas hay playa y un tramo algo grande más que suficiente para una pequeña cabaña, y casi nadie lo sabe por que es arriesgado venir a este lugar, la marea, la bravura del mar, todo eso lo hace casi  inaccesible.
-       ¿Cómo supiste de este lugar? – Preguntó ella.
-       Un hombre como yo siempre buscará y encontrará esta clase de sitios. – Fue la respuesta. – Ahora, tú y yo tendremos nuestra noche. – Le anunció levantándose y jalando la cuerda hasta que ella cayó de rodillas frente a él. – Oh, sí… esto será perfecto.
-       ¿Y después de esta noche… que más pretendes? – Preguntó Jackie desde el suelo e imprimiendo a su voz una sumisión que distaba mucho de tener, moriría antes de permitir que él la violara.
-       Pues, lo lógico, tú y yo para siempre. – Le contestó y elevando la mano con la que tenía la cuerda y levantándola del suelo. – Aún en estas condiciones conservas el porte de una reina.  Pero conmigo, harás lo que yo diga. Vámonos. – Tensó la cuerda para arrastrarla por medio de ella, pero lo pensó mejor y la tomó del brazo con fuerza haciéndola caminar de nuevo hacia la casucha.

La lluvia arreció y en segundos quedó empapada de los pies a la cabeza, lo mismo que él que parecía ajeno a todo. Los truenos empezaron a caer con más frecuencia y con horror vio como uno daba justo contra la palmera en la que habían estado, Oscar al verlo rió como poseído, como si la tormenta le diera una fuerza haciéndolo parecer drogado. Jackie se descubrió con lágrimas en los ojos, sintiendo que no podría hacer mucho contra él. Era fuerte, grande y ella cada vez se sentía más débil gracias al golpe de la cabeza y la situación en conjunto. Todo quedaba resumido al hecho de que sería ultrajada por el único hombre que había odiado en su vida. O más bien el primero de los dos que odiaba, deseó que William no lograra llegar a Allison, era imposible que lo consiguiera y trató de tranquilizarse con la idea, pero su corazón no parecía quitar el dedo del renglón advirtiéndole que Ally estaba en peligro y eso también significaba que su pequeña sobrina lo estaría pues Allison casi no se despegaba de la niña y conociendo como la conocía, su amiga estaría ya en Atenas haciéndose cargo también de Maddie. Están a salvo, se repitió pero aún así el terror se apoderó de su cuerpo y se le doblaron las rodillas.

-       ¡Espera! – Le gritó a Oscar con fuerza para hacerse oír a través de los ruidos del viento y del agua. Se dejó caer de rodillas en la arena.
-       ¡Maldita seas! ¡Levántate! – Rugió él.
-       No puedo. - ¿cómo salir? ¿Cómo irme de aquí? Pensaba con frenesí… si lograba correr ¿adonde iría? Nadar no parecía ser una opción y en cuanto a escalar… ¡No eres una mujer cobarde! Le dijo una voz interior. Había pasado por situaciones peligrosas en aras de su trabajo, esta vez se trataba del bienestar, de la vida de personas a las que amaba ¡De su hija! Y ella era buena nadando y escalando y Oscar, él no sabía ¿Qué era lo que no sabía? Su mente le dio el dato con algo de retraso: ¡Él no sabía nadar! Se levantó justo para recibir una bofetada en el rostro. La furia vino en su ayuda y le propinó una  patada en los genitales haciéndolo doblarse del dolor y caer en la arena justo como ella había estado hacía segundos. Tomó la cuerda de sus manos se quitó los tacones y corrió oyendo los improperios que le eran lanzados y que llegaban hasta ella a pesar del ruido de la tormenta.
-       ¡Maldita, zorra… te mataré! 










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