La
puerta volvió a abrirse, de inmediato se puso tensa. Lo vio entrar dirigiéndole
una mirada abiertamente lasciva, empuñaba una pistola. Moriría antes de dejarse
tocar por él, juro en silencio. Stefano
apresúrate amor. Imploró en su mente.
-
Tú y yo vamos a
dar un paseo.- Le anunció.
-
¿Es necesaria la
pistola?
-
Conozco de
primera mano tus habilidades para defenderte, no me arriesgaré esta vez. Aunque
no soy el único que sabe de lo que eres capaz ¿cierto?
-
No se de que
hablas. – Dijo confundida.
-
Vi todo el
despliegue que le hiciste a Troyanos hace tiempo aquí en Grecia y poco después
eran inseparables.
-
¿Me estabas
siguiendo? – Su pregunta estuvo llena de asombro mezclado con furia y por
supuesto pánico al comprender que hacía mucho tiempo que él la observaba a la
espera de capturarla.
-
Después del
accidente, radiqué en Portugal un tiempo, hasta que me sentí con fuerzas
suficientes para ir por ti, pero tú ya habías adoptado la desagradable
costumbre de viajar por el mundo. Debo admitir que te perdí la pista mucho
tiempo y mientras conseguía el dinero necesario para seguirte pasaron muchos
años, hasta que por fin te localicé y adivina donde… aquí mismo en Atenas. Iba
a llevarte conmigo, no fue fácil hallar el momento ya que te la pasabas con el
estúpido de Troyanos, hasta que me decidí a entrar a tu habitación del hotel
una noche pero cual fue mi sorpresa al ver que no estabas, tocaron a la puerta
y al escuchar que era Troyanos… hice algo que me llenó de satisfacción… le dije
que era tu amante y se lo creyó todo.
-
Fuiste tú…
-
Después de eso,
ya no pude hacer nada pues llegó tu querida amiga. Cuando supe lo que había
pasado con tu querido Troyanos fue casi una compensación.
- Lamentablemente te perdí la pista de nuevo, hasta que cometiste el
fatal error de hacerte una figura pública al casarte con tu magnate griego. –
La tomó de la mano y la arrastró hacia la salida. Era una pequeña casucha cerca
del mar. Se oía el sonido de las olas
al romper en la playa – Vamos a
festejar nuestro reencuentro, el cual esta vez será eterno. – La llevó por un
sendero, caminaron unos diez minutos, ella lo hizo con suma dificultad por los
tacones, por lo cual casi era arrastrada hasta que llegaron a un sitio bajo
unas palmeras y desde donde se divisaba el mar, pero la noche no estaba
cooperando con el plan de Oscar, no había luna y algunos relámpagos se
dibujaban en el horizonte, la brisa anunciaba una tormenta. Había una mesa
dispuesta para dos, las velas estaban apagadas debido a la brisa que por
momentos se convertía en un suave viento. La sentó casi aventándola hacia la
silla.
-
¿Cómo lograste
que te perdonara, eh? No, no me digas… una zorrita como tú debe tener cientos
de trucos bajo la manga ¿no? – No parecía querer dejar el tema.
-
Se dio cuenta
que todo era un error. – le respondió ella recuperando un poco de su espíritu.
-
¿Ah si? – Fue la
respuesta cargada de ironía y sobre todo de furia latente.
-
Por supuesto.
-
Ahora me dirás
que te ama.
-
No me importa si
no lo hace. Yo lo amo y eso es más que suficiente.
-
Me temo que no
querida por que ahora al único que amaras, será a mí. – Se acercó a ella y
sujetándola por el pelo la besó haciéndole daño por que ella no abría la boca,
le mordió el labio logrando que sangrara. Ella escupió en cuanto la soltó
ganándose una bofetada de él en respuesta.
-
No voy a hacer
lo que tú quieras. – Le dijo Jaquie mirándole con ojos brillantes de furia y
levantándose de la silla.
-
Claro que sí. –
Le apuntó con el arma y Jaquie no se inmutó. – Te prefiero muerta antes de que
vuelvas a ser de él. Siéntate, dispararé… lo sabes - Jaquie se sentó sin dejar
de mirarlo con la misma emoción asesina en los ojos. – Mucho mejor. – Rió él y
se sentó frente a él. - ¿Quieres saber quien me ayudó en la encantadora tarea
de capturarte?
Jaquie recordó que habían sido dos hombres los que los habían
interceptado. No preguntó nada, sabía que Oscar le diría todo. Estaba demasiado
engreído con lo que había logrado.
-
Un amiguito tuyo
o mas bien un enemiguito tuyo. Lo convencí de esto por que él también saldrá
ganando. No fue difícil hacer que se uniera a mi plan, llegué a saber de su
fallido intento por lograr algo que se parecía a lo que yo quería lograr.
-
No tengo una
maldita idea de quien pueda ser. – Ella no había acumulado un solo enemigo en
su vida, a excepción del maniático que tenía enfrente.
-
Me ayudó de mil
amores, claro que lo que le ofrecí no tiene precio para él. De hecho nos
identificamos ¿sabes? Tenemos los mismos objetivos, los mismos… ¿Cómo decirlo?
¿gustos? – Y empezó a reír burlonamente.
Una
risa proveniente de las sombras se le unió.
-
¿Hace cuanto que
estás allí? – Le preguntó Oscar al dueño de la risa.
-
Lo suficiente. –
Fue la respuesta del hombre. La voz le pareció familiar pero no la identificó
al instante. El hombre salió de las sombras y por tercera vez esa noche se
encontró frente a algo totalmente inesperado. - ¿Que tal Jacqueline?
-
William…- Una
ráfaga de horror y desesperación la atravesó.
-
¡Oh, esto es
genial! No sabes cuanto deseo que tu amiguita llegue a Atenas y finalmente ella
y William estén juntos. – Dijo Oscar y ella sintió una garra enorme y fría
arrancarle la columna. Estaba frente a un par de maniáticos y ahora Ally estaba
en peligro.
-
Allyson no
vendrá. – Fue todo lo que pudo decir, se sentía nuevamente paralizada. No
vengas, no vengas, rogó por dentro y una lágrima amenazó con escapársele,
luchaba con todas sus fuerzas para no darles la alegría de verla derrumbarse.
-
Claro que sí. –
Le dijo William. - ¿crees que no lo sé? Sabía que si algo te pasaba a ti, ella
vendría contra viento y marea. Te quiere como si fueras su maldita hermana.
-
No está sola en
todo caso. Máximo te matará, realmente lo hará e impedirá todo lo que tu
perversa mente tiene planeado.
-
¿Así como
Stefano impidió que algo te pasara? – Estalló en crueles carcajadas junto con
Oscar.
William
había planeado hacía unos años una tremenda trampa para Allyson, y logró por un
tiempo que Máximo creyera que Allyson le había sido infiel con él. Al igual que
Oscar con ella, William estaba obsesionado con Ally y la deseaba más que a nada
en este mundo. Todo se había arreglado y habían desenmascarado a William, ella
de hecho le había dado una paliza, William había ido a la cárcel y se suponía
purgaba muchos años por delitos que había cometido en su pésimo manejo de una
sociedad destinada a las artes. Máximo no ocultaba su deseo de acabar con él,
solo Ally había logrado hacerlo desistir, está en la cárcel ahí pagará lo que
nos hizo, solía decirle Ally a Máximo. Pero el caso es que ahora no estaba en
ninguna cárcel.
-
Después de
conocer la historia de mi querido amigo William, sentí la necesidad de ponerme
en contacto con él. No todo mundo sabe lo que hizo, pero yo lo supe por que
intentaba seguirte la pista y ahí fue cuando me enteré del amor fallido del
pobre Will. Y creo que me hice experto en fingir muertes, provocamos un
incendio en la prisión e hicimos creer que William había muerto en el. Pusimos
a otro pobre diablo en su lugar.
-
Genial ¿no
crees? – Sonrió abiertamente el aludido. – Ahora hemos cumplido el sueño de
Oscar, falta el mío.
-
Se van a pudrir
en…- Empezó ella.
-
¿En el infierno?
– Se burló William.
-
No, no se como
pero se pudrirán aquí mismo. Tanto que desearán no haber nacido.
-
Que miedo. – Se
burló de nuevo. El viento se incrementó al igual que los relámpagos. – Te dejo
amigo, que disfrutes de tu chica y de tu noche. Mañana seguramente estaré en
las mismas condiciones que tú. El vino y la comida están en esa canasta bajo la
última palmera. Me voy a nuestro peculiar centro de operaciones. – Dijo
refiriéndose a la casucha donde la habían tenido.- Arreglaré el cuarto así como
me has dicho para que disfrutes a plenitud la noche. – Añadió con una sonrisa
perversa para después alejarse.
-
Ve por la
canasta. – le ordenó Oscar, ella fue pensando con frenesí en como salir de allí
y sobre todo como advertir a Allyson. Casi quería hincarse y rogar por que ella
no hubiese cumplido con ir a verla a Atenas. Máximo siempre la tenía protegida,
pero aún así no podía evitar pensar que podía pasarle lo mismo que a ella. Las
cosas no podían ir peor.
Las
huellas habían desaparecido, y Stefano volvía a sentir la angustia y la
desesperación arrancarle la calma. La idea de Jackie en manos de sus
secuestradores le hacía sentir tal miedo que casi temblaba. Habían dado vueltas
por la zona durante más de dos horas intentando en vano encontrar alguna pista
que los llevara de vuelta al camino correcto.
Sólo sabían que a juzgar por el hundimiento de un par de huellas, el
portador llevaba a otra persona a cuestas. Indicio de que era a Jackie a quien
llevaban. No solo él y su personal estaba
buscando en la zona, la policía les había seguido y también habían puesto gente
a buscar allí, dos helicópteros, uno de él y otro de la policía sobrevolaban
intentando en vano avistar algo que les indicara donde tenían a Jackie, a su
Jackie. Le habían informado que debido a
la tormenta que se avecinaba los aparatos tomarían tierra, había maldecido
sonoramente al verse cada vez más impotente en su búsqueda. Habían pasado dos horas, ¡dos! Era un tiempo
demasiado largo en lo cual podían haber sucedido demasiadas cosas.
-
Nada. – Le dijo uno de sus hombres, sin añadir nada
más al ver el rostro sombrío y furico de su jefe al darle el nuevo reporte de
la búsqueda.
-
Hemos buscado en
absolutamente todos los lugares posibles en el área. No es posible que hayan
abandonado esta zona, tendrían que haber escalado el acantilado. – Agregó su
jefe de seguridad. – Cosa imposible a menos que hayan contado con un
helicóptero, pero ninguno de los pescadores que habitan aquí cerca escuchó
ninguno.
-
¿Hemos estado en
absolutamente todos los sitios
habidos y por haber de este lugar? – Preguntó Stefano mirando hacia el mar y
formando puños con sus manos.
-
Bordeando el
acantilado solo hay mar hasta llegar a un área de rocas, pero no hay casas ni
nada allí, es un sitio demasiado inhóspito.
-
¿Cómo se llega
allí? – Fue la rápida pregunta de Stefano.
-
Por mar, es
peligroso y lo es más ahora que el mar empieza a embravecerse. Solo un loco
hubiera escogido semejante sitio y no hemos visto avistamiento alguno que
indique que se ha usado algún bote.
-
Todo indica que
un loco es quien tiene a mi esposa. Iremos a esa zona.
-
Es casi un
suicidio, señor. – La voz de su jefe de seguridad reflejó que lo decía muy en
serio.
-
¿No has dicho
que solo por mar se puede llegar allí?
-
Los helicópteros
no pueden aterrizar, además no han visto nada allí.
-
Está muy oscuro,
hay demasiado viento, esos aparatos no nos sirven de mucho en estas
condiciones. – Confirmó uno de los policías.
-
Iré a esa zona
de rocas. – La contundencia de sus palabras logró que nadie tratara de
disuadirlo. El mar pareció elegir ese momento para enfurecerse, la lluvia
incrementó y las olas golpeaban la playa y el acantilado con fuerza. –
Entenderé si nadie quiere acompañarme, necesito un bote.
-
Iré con usted. –
dijo quien le había dicho que aquello era un suicidio. Dos hombres más, uno de
los suyos y un policía se les unieron. A pesar de que todos pensaban que era
una locura, ver la decisión en los ojos de Stefano había acallado a los
espectadores.
-
Te encontraré
amor, lo haré. – Susurró para si Stefano, mientras la lluvia le golpeaba en el
rostro. El bote parecía de papel llevado de acá para allá en el gigantesco
océano. No podían pegarse demasiado al
acantilado o corrían el riesgo de ser azotados contra la dura piedra.
Estuvieron
a punto de ser volteados al intentar adentrarse en el mar. Las olas llenaban la
embarcación mientras ellos se comunicaban a gritos intentando no naufragar. Una
vez logrado el objetivo de entrar en ese torbellino, se dirigieron a la zona de
rocas. Todo era negrura, las potentes lámparas que llevaban no parecían servir
de mucho, los rayos y relámpagos fueron los que les dieron la luz suficiente
para poder guiarse a las rocas.
Jackie
aparentaba beber de su copa, llevaba más de una hora allí sentada viéndolo
comer como un cerdo y beber sin parar, convenientemente la tenía atada por el
cuello con una soga que él controlaba con su mano. Había ráfagas de lluvia que
aunque no les daban de lleno por el resguardo de las palmeras, todo parecía
indicar que la tormenta llegaría con todo su poder en poco tiempo. Escuchó
pasos y Oscar levantó la cabeza
abruptamente de su plato de comida.
-
Hay demasiada
gente buscándola. – Dijo William acercándose.
-
Jamás buscarán
aquí.
-
¿Acaso no oíste
los helicópteros? Hay como un centenar de personas siguiéndonos el rastro, lo
he oído en la radio. – Insistió el hombre visiblemente nervioso.
-
Vámonos de aquí,
vamos por Allyson y nos largamos de este lugar.
-
¿Y como se
supone que nos iremos? ¿Escalando el acantilado? – Preguntó Oscar con la voz
algo pastosa por el alcohol.
Ella
sintió un ligero alivio, al saber que
Stefano no estaba demasiado lejos. Pero la zona era de difícil acceso a juzgar
por lo dicho por Oscar ¿escalar un acantilado para huir? La lluvia era ya un
hecho, cosa que no parecía haberle importado a su secuestrador quien había
seguido comiendo y bebiendo como si estuviera en un día soleado.
-
Regresemos por
donde hemos venido. – Sugirió William.
-
No estoy tan
loco, gracias. No quiero morir ahora que he logrado por fin mi objetivo. Por
eso te digo que nadie vendrá, la única ruta es por ahí, nadie lo intentará.
-
¡Yo me iré! –
Anunció William.
-
¡Haz lo que
quieras!
-
¡Prometiste
ayudarme con Allyson! – Explotó el otro.
-
Sí, pero no
quedamos que lo haríamos hoy mismo.
-
Iré por ella. –
Insistió el otro. – ¡Me largo!
-
No se te ocurra
traicionarme, yo mismo te mataré si lo haces. – Advirtió Oscar. El otro hombre
se alejó furioso. – No será necesario matarlo – Rió estrepitosamente Oscar. –
Se matara solito intentando salir de aquí. Precioso lugar ¿verdad? Casi nadie
sabe que después de las rocas hay playa y un tramo algo grande más que
suficiente para una pequeña cabaña, y casi nadie lo sabe por que es arriesgado
venir a este lugar, la marea, la bravura del mar, todo eso lo hace casi inaccesible.
-
¿Cómo supiste de
este lugar? – Preguntó ella.
-
Un hombre como
yo siempre buscará y encontrará esta clase de sitios. – Fue la respuesta. – Ahora,
tú y yo tendremos nuestra noche. – Le anunció levantándose y jalando la cuerda
hasta que ella cayó de rodillas frente a él. – Oh, sí… esto será perfecto.
-
¿Y después de
esta noche… que más pretendes? – Preguntó Jackie desde el suelo e imprimiendo a
su voz una sumisión que distaba mucho de tener, moriría antes de permitir que
él la violara.
-
Pues, lo lógico,
tú y yo para siempre. – Le contestó y elevando la mano con la que tenía la
cuerda y levantándola del suelo. – Aún en estas condiciones conservas el porte
de una reina. Pero conmigo, harás lo que
yo diga. Vámonos. – Tensó la cuerda para arrastrarla por medio de ella, pero lo
pensó mejor y la tomó del brazo con fuerza haciéndola caminar de nuevo hacia la
casucha.
La
lluvia arreció y en segundos quedó empapada de los pies a la cabeza, lo mismo
que él que parecía ajeno a todo. Los truenos empezaron a caer con más
frecuencia y con horror vio como uno daba justo contra la palmera en la que
habían estado, Oscar al verlo rió como poseído, como si la tormenta le diera
una fuerza haciéndolo parecer drogado. Jackie se descubrió con lágrimas en los
ojos, sintiendo que no podría hacer mucho contra él. Era fuerte, grande y ella
cada vez se sentía más débil gracias al golpe de la cabeza y la situación en
conjunto. Todo quedaba resumido al hecho de que sería ultrajada por el único
hombre que había odiado en su vida. O más bien el primero de los dos que
odiaba, deseó que William no lograra llegar a Allison, era imposible que lo
consiguiera y trató de tranquilizarse con la idea, pero su corazón no parecía
quitar el dedo del renglón advirtiéndole que Ally estaba en peligro y eso
también significaba que su pequeña sobrina lo estaría pues Allison casi no se
despegaba de la niña y conociendo como la conocía, su amiga estaría ya en
Atenas haciéndose cargo también de Maddie. Están a salvo, se repitió pero aún
así el terror se apoderó de su cuerpo y se le doblaron las rodillas.
-
¡Espera! – Le
gritó a Oscar con fuerza para hacerse oír a través de los ruidos del viento y
del agua. Se dejó caer de rodillas en la arena.
-
¡Maldita seas!
¡Levántate! – Rugió él.
-
No puedo. -
¿cómo salir? ¿Cómo irme de aquí? Pensaba con frenesí… si lograba correr ¿adonde
iría? Nadar no parecía ser una opción y en cuanto a escalar… ¡No eres una mujer
cobarde! Le dijo una voz interior. Había pasado por situaciones peligrosas en
aras de su trabajo, esta vez se trataba del bienestar, de la vida de personas a
las que amaba ¡De su hija! Y ella era buena nadando y escalando y Oscar, él no
sabía ¿Qué era lo que no sabía? Su mente le dio el dato con algo de retraso:
¡Él no sabía nadar! Se levantó justo para recibir una bofetada en el rostro. La
furia vino en su ayuda y le propinó una
patada en los genitales haciéndolo doblarse del dolor y caer en la arena
justo como ella había estado hacía segundos. Tomó la cuerda de sus manos se
quitó los tacones y corrió oyendo los improperios que le eran lanzados y que
llegaban hasta ella a pesar del ruido de la tormenta.
-
¡Maldita, zorra…
te mataré!
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