jueves, 14 de noviembre de 2013

Una rosa en la noche10

Capítulo 31
Mel salió rápidamente del restaurante mientras Daniel pagaba la cuenta.  Aún no entendía como sus piernas la sostenían todavía después de sentirlas tan débiles hace unos instantes.
-  Melina…  -susurró Daniel al tiempo que le alcanzaba tomándole la mano.  Ella se volteó de inmediato.  Lo miró y susurró:
-  Esto está mal… tan mal…  -pero no lo suficientemente duro como para no ser más que unos ligeros movimientos de sus labios.  Sintió como se acercaba a él…  por voluntad propia.

-  Melina… debemos hablar…  -dijo entrecortadamente Daniel y notaba el cuerpo de ella más cerca.
-  Daniel…  -no fue más que un suspiro matizado con un anhelo en su voz.
-  Primero…  -logró pronunciar y sintió aquel suave cuerpo apoyado totalmente contra él y con la cabeza en alto… mirándolo con aquellos delicados labios a su alcance… tan solo debía bajar un… ¡Dios! 
Sus palabras se vieron calladas por aquel leve contacto.  Sus pensamientos se nublaron cuando la empezó a besar y ella le correspondió de una manera igualmente apasionada.  Era tal como se la había imaginado... No… mejor.  Más dulce, más entregada…
Melina estaba sorprendida por la reacción de su propio cuerpo.  En un instante había pasado de estar a una distancia segura a besar a Daniel, con un ansia inusitada.  Sentía los latidos de su corazón con la fuerza del bombeo, pero por todo su cuerpo… se sentía… más viva que nunca.  Se sentía… eufórica… feliz.
Conforme la lenta caricia iba tocando a su fin, Daniel y Melina se resistían a separarse.  Reticentes, por lo que podrían hallar en la mirada del otro, aspiraron fuertemente tratando de controlar los desbocados latidos de sus corazones.  Mel aún estaba apoyada en el pecho de Daniel, y él todavía le rodeaba la cintura con un brazo.
Las palabras no tenían razón de ser en ese instante.  Aún no.  Daniel apoyó su frente en la frente de Mel y finalmente la miró.  Ella aún cerraba los ojos pero los abrió de a poco.  En medio del silencio una sonrisa empezó a dibujarse en sus rostros.  Sonriendo se separaron y tomados de la mano se dirigieron al auto de Daniel.
-  ¿Te gustó?  -Mel abrió desmesuradamente los ojos-  La cena… quiero decir  -aclaró Daniel un poco azorado al ver como el carmín en las mejillas de ella adquirían mayor fuerza.
-  Si, deliciosa  -Mel simuló toser-  Daniel…
-  Hummm –él no la veía.  Miraba el camino frente a él.
-  Yo…  -Mel perdía el hilo de sus pensamientos al recordar el mar de fuego que se extendió por su cuerpo momentos antes por aquel beso-  Daniel… gracias.
-  ¿Por qué?  -preguntó desconfiado.
-  La cena  -casi se atraganta Mel-  por supuesto.
-  Si, claro  -Daniel sonrió- de nada.
-  No quiero…  -Mel se cortó de pronto.
-  ¿Qué?  -la miró- ¿Qué pasa?  -le empujó a continuar.
-  Nada…  -Mel desvió su mirada- luego te lo diré.
-  No podemos ignorar…
-  No
-  Vamos a…
-  La próxima vez
-  ¿Yo escojo cierto?  -inquirió él.
-  ¿Qué?  -interrogó-  ¡Ah!... si, en eso quedamos.
-  Esta bien.
-  Y…  -ella lo instó a seguir.
-  ¿Y qué? 
-  ¿Dónde? ¿Cuándo?  -se moría de curiosidad.
-  Pronto  -culminó él y no hablaron más hasta llegar al departamento de Mel.
***
Melina miraba el perfil de Daniel mientras conducía.  Ese brillo en su mirada, aquel gesto de su boca cuando trataba de contener la risa, su ceja que se alzaba imponente cuando replicaba sarcástico.  Pequeñas cosas que no tenía consciencia de conocer pero las sabía.  Era extraño como se puede convivir poco tiempo con una persona y sientes que ya la conoces de toda la vida.  Y, como, al  contrario, puedes vivir años con otra persona y sabes apenas algo de él… te pones a reflexionar que no lo conoces… que no sabes de sus “asuntos” y aspiraciones.  Era tal el contraste de sus percepciones entre Diego y Daniel…  sus sentimientos –suspiró- al primero creía amarlo pero ya no estaba tan segura y al segundo creía tenerle cariño pero tenía la sensación asfixiante de haberse equivocado nuevamente.
Daniel sentía aún rezagos del beso compartido con Melina.  Aquella electricidad todavía recorría sus terminaciones nerviosas y por aquel aire de confusión y complicidad entre ellos parecía ser que Mel también lo sentía.  No podían engañarse más… eso no era una simple amistad.  O al menos sus cuerpos no estaban de acuerdo.  Él casi sonrió recordando la manera en que el cuerpo de ella se apoyaba en él, la forma tan única de cerrar sus ojos ocultando aquel gris precioso, los movimientos que solía hacer con sus manos cuando estaba nerviosa, aquel ligero hoyuelo cuando sonreía…  Había estado considerando esas certezas una y otra vez… reviviendo… recordando cada palabra, gesto, encuentro…  Pero, no había concluido nada seguro aún.  Nada prometedor… o ¿tal vez no lo veía?  Bueno, por lo pronto ya había tomado medidas definitivas que, Mel aún no se enteraría.
***
-  ¡Qué gusto verte, Daniel!  -Mel se estaba despidiendo-  Ha sido…
-  ¿Podemos hablar?
-  ¿Ahora?  -vaciló Mel al verse frente a su departamento…
-  Si, yo elijo, ¿recuerdas?  -Daniel hizo aquel gesto tan suyo-  Pero si tienes alguna objeción…
-  No  -contestó enseguida-  ¿Quieres pasar a mi departamento o prefieres otro lugar?
-  Yo deseo ir a tu departamento Mel –él se acercó lentamente- conocer tu personalidad más profundamente a través de él… descubrir todos tus rincones y secretos…
-  Daniel, espera…  -Mel empezaba a sentir un calor abrasador con sus palabras.
-  … tomando un café contigo  -concluyó-  ¿Qué te parece?
-  Claro  -ella casi suspiró aliviada.  Sus pensamientos habían estado tomando otro rumbo muy diferente-  Ven…
Daniel siguió detrás de Mel y sonreía.  Sin duda ella había estado pensando lo mismo que él…  Pero no, él sabía que aún tenían mucho que arreglar… tanto que decir… que contar.  No era tiempo, por muy guapa y deseable que estuviera Mel, de pensar en eso.
-  Daniel ¿en qué negocio estás ahora?  -Mel preguntó sinceramente interesada.
-  En los Ángeles estamos preparando todo para nuestra nueva sede, aquí, en España-  empezaba a explicar mientras le ofrecía el brazo que Mel tomó encantada mientras escuchada embelesada a Daniel.
Terminaron de subir el último tramo de escalera y al estar tan concentrados en la charla no repararon en un hombre que los miraba atentamente desde el umbral de una puerta cercana.  Conforme la animada pareja se acercaba, aquel hombre apretó fuertemente los puños, casi asfixiando la rosa que tenía entre sus manos y mientras contenía el instinto de atacarlos, Melina alzó la vista instintivamente y su sonrisa se congeló.  La tensión se apoderó de cada uno de sus músculos y Daniel dirigió sus ojos hacia donde se perdía la mirada de Melina.  No necesito palabras.  Así que ese era el famoso Diego.
Capítulo 32
No sabía como pero Mel se vio frente a frente a unos pasos de Diego.  Definitivamente, no le había hecho caso a su instinto que le pedía huir a gritos.  Pero no, ahí seguía mirando anonadada alternativamente el rostro de uno y otro hombre.  Diego, con ira apenas contenida y Daniel con fría indiferencia aunque su mandíbula estaba muy tensa.  Finalmente, Mel pudo pronunciar:
-  Daniel, él es Diego… un amigo  -dijo entre dientes y las miradas de ambos hombres centellearon, una con celos y la otra con satisfacción.  Se evaluaron mutuamente y, sorprendentemente, se dieron la mano, aunque con evidente desconfianza y reto intrínseco.
-  ¿Qué es lo que quieres, Diego?  -inquirió y él la miró dolido.
-  Necesitamos hablar…
-  ¿De qué?
-   ¿De verdad quieres que te lo diga frente a este sujeto?
-  Él lo sabe, Diego.  No hay…
-  ¿Qué?  ¿Estás diciendo que confiaste nuestra historia a este… desconocido?
-  Oye amigo, basta  -Daniel empezó amenazante.
-  No, Daniel.  ¡Déjalo!  -Mel le tomó un brazo-  No quiero peleas.
-  Vamos a hablar, Melina  -dijo Diego haciendo uso de la poca fuerza de voluntad que le quedaba-  Ahora.
-  No tienes que hacerlo…  -decía Daniel.
-  Si que debe…  -explotó Diego-  Y tú no te metas.  Tú que sabes…  -se enfrentó a Daniel que lo superaba en estatura con por lo menos 10 cm.
-  Lo suficiente para saber que no eres lo bastante hombre…  -respondió Daniel.
-  ¡¡Basta!!  -Mel se interpuso entre ellos-  Esto no es un ring y están haciendo un escándalo  -Mel respiró hondo tomando fuerza-  Diego tiene razón, hay cosas que debo resolver con él.  Pero no ahora –dijo haciendo que el asomo de sonrisa en Diego desapareciera-  En este momento estoy con Daniel y no quiero…
-  Melina, tú eres mi novia  -dijo remarcando con fuerza.
-  No lo soy, Diego.  Yo…
-  Como prefieras pero eres mía.  Mía y de nadie más…
-  No, un momento, yo no te pertenezco  -Mel lo pensó mejor-  Cuanto antes, mejor  -murmuró y a continuación se dirigió a Daniel-  lo más conveniente es que…
-  Hables con él, lo sé  -Daniel sonrió comprensivo y sin esperar réplica se alejó-  Adiós Melina  -dijo sin mirarla.
-  Daniel, espera…  -por poco lo siguió hasta que sintió una fuerte mano apresándole el brazo.
-  Tú no te vas, Melina  -Diego sonrió irónico-  primero te quedas conmigo antes de ir detrás de ese “noviecito” tuyo.
-  Él no es mi novio.  Es un amigo.
-  Mejor para ti, Melina.  Porque no creo que te acepte tal como eres.
-  ¿A qué te refieres?  -Mel soltó incrédula-  No, no me lo digas.  Primero entremos y ahí hablamos.
Mel le hizo una seña a Diego para que se sentara en un sillón.  Ella también se sentó y lo miró.
-  Ahora si, explícate  -exigió retomando la plática.
-  Mel, tú eres mía.  No, no lo niegues.  A pesar de todo, siempre vuelves a mi lado.  ¿Por qué crees que es eso?  ¿Por qué?  -Diego sonrió seguro-  Porque me amas, porque siempre me amaste y no podías alejarte de mi lado.  –Él se paró meditando sus palabras-  Yo te amo, Mel.  Se que no he sido el mejor de los novios.  Que te he fallado muchas veces.  Pero  -él se puso sombrío-  tenía miedo, Melina.  Miedo de amarte demasiado… de enamorarme como un loco de ti y quería evitarlo.  No sabía como.  Al principio pensé que si no tenía una relación seria contigo y alternaba con otras mujeres no perdería mi independencia.  Podría controlar mis sentimientos y evitar que se desboquen pero… no fue así.  Estaba equivocado…
-  No…  -Mel abrió ligeramente los labios negando con énfasis-  No podía estarle haciendo esto…  -era una escena nueva pero que predecía echar por tierra, nuevamente, todas sus resoluciones.
-  Yo te amo Mel.  Cada día más.  De verdad te amo.  Ya no puedo pretender más.  Ya no.  Mi corazón es tuyo.  Siempre tuyo y puedes…
-  Diego…  -interrumpió vacilante-  Diego, no sigas…  -se acercó a ella y le tomó una mano entre las suyas, al tiempo que se arrodillaba a su lado.
-  Cuando pensé que te perdía quedó en claro mis sentimientos, Mel.  Decidí arriesgarme a aceptar que te amo.  Por eso vine a confesarte todo y a pedir perdón.  Si, estuve con muchas mujeres, lo acepto.  Pero no amé a ninguna.  Las besé, abracé y me acosté con ellas… pero nunca eran como tú.  No, Mel, espera… de eso ya es pasado.  Si, últimamente no voy a negar que conquistara una que otra mujer pero ya no, ya no me he acostado con ninguna desde hace más de un año…  Solo contigo, Mel.  Sabes ¿por qué?  Porque ya no me interesaba, no era igual…  Porque a ti te amo…
-  Diego… no hagas esto.  Si no estás completamente decidido…
-  Mel, lo estoy  -dijo poniéndole un dedo en sus labios para acallarla-  Melina Báez ¿quieres casarte conmigo?  -pronunció y sacó un anillo de su bolsillo.












Capítulo 33
Tras cerrar la puerta se recostó sobre ella.  ¡Quién se iba a imaginar que esto le sucedería a ella!  ¡Precisamente a ella en este día!  -suspiró cansada-  ¡Qué ironía!  Pero si hasta parecía una telenovela –rió sarcástica-  Las palabras con las que ni se atrevió soñar, finalmente habían sido pronunciadas e increíblemente por el hombre que, se suponía, amaba.  Pero no era lo que había esperado.  No era suficiente.  Algo había cambiado entre ellos.  Ya no se sentía la misma Melina y todo…  todo por un beso…  unas palabras…  unos momentos… unas caricias… por Daniel.  Él se había vuelto necesario en su vida, no sabía desde que momento sentía eso… pero así era.  No lo podía cambiar.  Y  -de pronto se dio cuenta- otra vez… otra vez lo había hecho todo mal.  Porque la situación era aún peor que antes…  Daniel estaba comprometido.  Pronto se casaría y estaría fuera de su alcance para siempre.  ¿O…?  ¡¡No!!  Suficientes humillaciones había pasado con Diego…  ocultar su relación le había agotado física y mentalmente.  Y solo de pensar en que se podría repetir… le recorrió un escalofrío.  No, una cosa era un soltero y mujeriego que un hombre casado.  En el último caso, no había solución posible… a no ser que… no se casara…
Se sentía inquieta, debía buscar una solución.  La más razonable era dejar a Daniel seguir con su vida y aceptar la propuesta de Diego, al fin y al cabo alguna vez lo amó infinitamente y podría volver a hacerlo ¿no?...  Y la otra era renunciar a un futuro con Diego para siempre y arriesgarse a que Daniel eligiera entre su novia y ella…  Pero no, tenía miedo de lo desconocido.  Era una mujer de costumbres, de cosas seguras y concretas… no de castillos en el aire.  Y con Daniel… no tenía un futuro cierto porque… él admitió amar a su novia.  En cambio con Diego… ya lo conocía, él le había prometido un futuro juntos con un anillo y no estaba segura de no sentir nada por él.
Las opciones estaban planteadas…  solo restaba escoger.
***
-  ¿Mel?  Pasa, por favor.
-  Hola Dome, ¿cómo te va?
-  Pues, a juzgar por tu aspecto, creo que mejor que a ti  -comentó sarcástica- pero siéntate y te escucho.
-  ¡Ya!  -dijo Mel cayendo sobre el sillón-  Mi vida es un caos.  ¿Quieres saber por qué?  -no esperó respuesta-  Por supuesto.  Tú debes saberlo.  Creo que estoy enamorada…
-  ¿de Diego?  -preguntó bajo.
-  Si…  -y se apresuró a añadir-  y de Daniel…
-  ¿Cómo?  ¿Estás enamorada de los dos?  Pero…
-  Técnicamente, si.  Es evidente que solo amo a uno de los dos pero… no sé a cual.
-  ¿Cuándo sucedió?  La última vez no hablaste de amor, precisamente…
-  No, es que no lo sabía.  No  -se corrigió- inconscientemente lo sabía… es decir lo sabía pero no lo entendía… ¿me sigues?
-  Ni de cerca…  -protestó Dome-  creo que ni tú te sigues…
-  Cierto pero te lo explico: ayer salí con Daniel  -Dome miraba expectante- lo besé y sentí… experimenté magia… no lo sé… siempre que estoy con él… simplemente sucede… Y luego, mientras subía con él a mi departamento encontré a Diego… esperándome… pero yo ya había resuelto dejarlo… para siempre  -Dome sonrió-  Espera, hay más  -frenó su entusiasmo- Todo se vino abajo cuando Diego habló… me pidió matrimonio después de una larga lista de sentimientos y perdón…
-  ¿Qué que?  -Dome saltó de su asiento-  ¿Qué Diego hizo que?
-  Si, matrimonio Dome.  Mira  -le enseñó la sortija de compromiso.
-  ¡Increíble!
-  Lo sé
-  Sabes lo que significa ¿cierto?
-  ¿Qué me ama?  -bromeó Mel-  claro que lo sé, Dome…
-  ¿En serio?  -inquirió temerosa.
-  Por supuesto.  Esto  -señaló el anillo- es un chantaje emocional… Sí, no me mires así… lo sé.  Sabes ¿Por qué lo hizo?  Porque peleamos por teléfono y yo insinué que tenía un “amigo”  -casi sonrió-  Le declaré un ultimátum, Dome.  Y él, solo reaccionó de la única manera posible…
-  Intentando atarte a su lado…  -dijo Dome-  porque se siente tu dueño.
-  Efectivamente.  Él, ahora que me alejo, se da cuenta que me ama… ¡Qué conveniente! ¿no?  -Mel comentó irónica-  Pero ya me cansé… este tira y afloja que ha sido nuestra relación ha llegado a su fin.
Capítulo 34
-  Eso quiere decir…  -preguntó cautelosa.
-  Quiere decir que tengo dos opciones: termino para siempre todo vínculo con Diego a favor de “otra relación” o…
-  ¿O?
-  O me caso de una maldita vez.
-  ¿Disculpa?  Melina… no hablarás en serio…
-  ¿Por qué no?
-  ¿Y qué hay de Daniel?  -desvió el tema.
-  ¿Qué hay con él?  -trató de desentenderse- Ah… la otra relación…
-  Si, tus sentimientos hacia él…
-  Son imposibles  -cortó Mel.
-  ¿Por qué?  ¿Es qué él no te ama?
-  Peor…  -Mel desvió la vista-  Ama a otra…  -una risa rota se elevó por su garganta-  a su prometida para ser exacta.
-  ¿Su qué…?  –Dome exclamó incrédula-  ¡Voy a matar a Eduardo! –juró entre dientes.
-  ¡No lo hagas!  -Mel sonrió- Él no tiene la culpa de…
-  ¡Claro que sí!  A menos que no sepa…
-  Si sabe…  -interrumpió Mel-  lo supo ese día  -aclaró.
-  Vale, pero  ¿hay algo que puedas hacer?
-  ¿Cómo qué?  Ir a impedir la boda cuando el sacerdote pronuncie “¿hay algún inconveniente para esta unión?”  -imitó con voz grave.
-  Bueno, puede ser…
-  ¡Ja!  -Mel la miró de hito en hito-  Y ¿qué se supone diga? ¿No realice esta boda porque amo al novio?  ¡Es absurdo!
-  Bueno planteándolo así…  -Dome ladeó la cabeza-  Pero tienes algún indicio de…
-  No con total seguridad  -terció Mel-  No como para arriesgarme a semejante ridículo…
-  En ese caso… la decisión es tuya  -concluyó Dome-  aunque hay una tercera opción –dijo interrumpiendo el frenético movimiento de Mel.
-  ¿Cuál?
-  ¿No la sabes?
-  Evidentemente no o no te lo estaría preguntando.
-  Bueno, en ese caso.  No puedo hacer nada.  No, Mel, no te enfades.  Es algo que tú debes ver por ti misma. ¡Buena suerte!
-  ¿Buena suerte?  -Mel le hizo una mueca-  ¿Eso es todo?  -bufó molesta-  Gracias, supongo  -murmuró pero abrazó sinceramente a Dome-  Adiós entonces.
-  Adiós Mel  -Dome vio como se alejaba y se mordió la lengua para no gritarle la tercera opción, que a su parecer, era la única viable.
***
Apenas llegó a su hogar, conectó el celular que se había quedado sin batería.  ¡Menudo rollo!  Tenía un mensaje de voz.  ¿Por qué llamaban cuando no podía contestar?
Melina soy yo, Daniel.  Hablo para despedirme.  Parto esta tarde a las 3:00 con rumbo a Italia.  Tú imaginas las causas, supongo.  En fin.  Un… abrazo y espero volver a verte.  Adiós.
Melina no lo podía creer.  Daniel la estaba abandonando… para siempre.  Iba rumbo a su boda.  ¡No! Un sentimiento se arremolinó en su interior.  Debía impedirlo a toda costa.  Aún podía llegar al aeropuerto e impedir que tomara ese avión.
Mientras iba en camino, sus pensamientos volaron hacia todos los momentos que pasaron juntos… los mejores instantes de su vida eran con él pero…  estaba siendo tremendamente injusta porque, ella aún no tenía en claro sus sentimientos… solo sabía que no lo quería lejos y menos en brazos de otra.  Estaba siendo egoísta, lo sabía, pero solo rogaba porque Daniel no fuera consciente de su incertidumbre.
En cuanto pisó el aeropuerto trató de localizarlo.  No fue muy difícil pues su más de 1.90 no pasaba desapercibido.  Con grandes zancadas trató de ponerse a su altura pero cuando estaba a unos pasos de él, se dio cuenta que no sabía que decir… quería huir…  ¡no! No quería pero… estaba tan confundida…  -retrocedía inconsciente… demasiado tarde.  Él la miró y sin dudarlo le dedicó una sonrisa que la congeló en el lugar en el que estaba.
-  Daniel…  -susurró y en un momento se encontraba ya rodeada de aquellos fuertes brazos.


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