lunes, 5 de octubre de 2015

Pétalos de Cerezo 9°



El joven japonés no pareció notar aquel silencioso intercambio y se ocupó de llevar el equipaje de Anna.
Se sorprendió cuando Takeshi la hizo sentar en el asiento delantero del vehículo y luego  ocupó el puesto del conductor.
-¿Conduces? – preguntó asombrada.
-Sí, Gaijin. Este automóvil es uno de los primeros que llegó al país, y aprendí a conducirlo antes que nadie. Confía en mí.
-Espero tener más suerte que con los trenes- dijo ella en tono de broma. Y cuando él arrancó, durante unos minutos contempló la Villa Izumi que dejaban atrás.
Takeshi condujo a mínima velocidad y más que por precaución, ella sabía que lo hacía para demorar su despedida. Estaban agotando sus argucias y pronto deberían enfrentar lo inevitable, pero mientras tanto luchaban por ganar momentos juntos.

Una vez que dejaron la zona urbana, el paisaje era hermoso, campos verdes que se extendían más allá de la vista, cada tanto  se elevaban pequeñas zonas boscosas. Aún así, Anna lo miraba a él.
-No deberías mirar así a las personas, Gaijin.- la reprendió mirándola de reojo
-Quiero recordarte.- susurró y él estiró la mano para hacerle una leve caricia en el rostro.
Al llegar al poblado de Akira,  Takeshi habló con personas del lugar para averiguar dónde estaba su casa y donde había sido enterrado.
Pudieron averiguar bastante sobre él, Anna se enteró que había sido maestro en la aldea e incluso los llevaron hasta donde vivía una sobrina de él, su única pariente viva para que les diera más detalles.
La mujer apenas se sorprendió por la visita de la joven inglesa, fue como si la esperara.
Los invitó a comer y les habló de su tío, a menos los pocos recuerdos que tenía pues había sido muy joven cuando él había muerto.
De hecho había sido su madre, la hermana menor de Akira, quien había enviado la última carta a Claire. Por eso la mujer no se había sorprendido al verla, sabía que su tío había amado a una extranjera, una cuyo nombre había sido la última palabra que pronunciara.
Akira no había sido enterrado, había sido cremado y sus cenizas esparcidas junto a un Espino Blanco que había cerca de su casa.
Anna, a través de Takeshi, le pidió que  los llevara hasta allí. Ella no podía acompañarlos pues tenía niños pequeños.
Les explicó como ir, estaba alejada, y les sería difícil llegar hasta ella con el auto, tendrían que dejarlo a mitad del trayecto. Incluso les aconsejó quedarse a pasar la noche en la casa porque una vez que anocheciera les sería difícil regresar.
Les dijo que la casa  estaba habitada por su hijo mayor pero que un par de días atrás había viajado hacia el norte por trabajo, así que podían ocuparla tranquilamente.
Agradecieron las indicaciones y partieron.
El lugar era ciertamente de difícil acceso, la casa estaba en una pequeña colina rodeada de frondosos árboles.
Llegaron al lugar poco antes del atardecer y vieron la casa de madera en lo alto.
Subieron hasta allí, y se maravillaron por el paisaje. A uno de los costados había una pequeña hondonada repleta de cerezos en flor. Y del otro lado de la casa, se erguía el Espino Blanco, cargado de flores.
Los dos se quedaron unos minutos en silencio, abrumados por la belleza de la naturaleza. Akira había elegido un lugar sublime para retirarse.
-Hemos llegado…- susurró Anna y tomó la pequeña urna que había viajado con ella desde tan lejos. Seguida por Takeshi se aproximó al árbol.
Lentamente, con reverencia, abrió la urna y lanzó las cenizas al aire.
Las palabras que su abuela había escrito en la carta que le dejó, vinieron a su mente.
“Llévame a casa, Anna. Llévame dónde está mi corazón, donde está él”
-Descansa…-musitó  y luego se echó a llorar. Takeshi la abrazó y la sostuvo mientras los últimos rayos del ocaso los alumbraban.
Anna no podía dejar de llorar.
Lloraba por la abuela que había amado, y porque finalmente  había cumplido su promesa.
Lloraba porque había sido un viaje largo y agotador, pero también porque el viaje había llegado a su fin.
Lloraba por el amor malogrado de Claire y Akira.
Y finalmente lloraba por Takeshi y por ella.
Él la sostuvo contra sí y la dejó  desahogarse, cuando su cuerpo empezó a temblar levemente, la tomó  por la cintura y la guió hasta la casa.
La joven se sentía emocionalmente exhausta, apenas era consciente de lo que ocurría, había agotado sus fuerzas.
Había ido más lejos de lo que había creído posible. La Anna Seymour de un par de meses atrás se había convertido en una mujer completamente distinta.
Tal como había dicho la sobrina de Akira, la casa estaba en perfectas condiciones para pasar la noche, Takeshi acomodó el futón y unas mantas e hizo que Anna se acostara.
-Ahora eres tú quien tiene que descansar un poco. Has hecho lo que prometiste, ahora duerme Anna.- le dijo gentilmente ayudándola  a recostarse.
-¿Crees que sean felices? ¿Qué puedan volver a amarse ahora? – preguntó cerrando los ojos.
-Estoy seguro que si – respondió Takeshi suavemente , ella suspiró agotada. Él se inclinó y le dio un suave beso en la frente. Después armó un futón junto al de ella y durante un largo rato vigiló su sueño.

Anna despertó y le costó recordar donde estaba, cuando lo hizo, buscó a Takeshi con la mirada. Alcanzaba  a distinguir su silueta junto a ella.
Con mucho sigilo se levantó, se envolvió en una manta y descalza salió afuera.
Caminó hacia los cerezos, era una noche de luna llena, y su luz iluminaba el paisaje.
Nunca había visto algo tan hermoso, los árboles estaban cargados de  flores rosadas y los pétalos caían cuando la suave brisa agitaba las ramas.
Era tan bello que sintió que los ojos volvían a llenársele de lágrimas.
-Es hermoso, ¿verdad? – preguntó una voz a sus espaldas y al girarse descubrió a Takeshi.
-Creí que dormías.
- Sentí tu ausencia y me desperté.
- Creo que me llamó este lugar.
-“Sakura”. Ese es el nombre que le damos a la flor de cerezo, son la belleza más extrema y también más fugaz.
-Son como el amor, entonces…-reflexionó ella en voz alta- Como esté lugar, así me siento por dentro , y aunque no dure, sabré que alguna vez ,mientras pude amarte ,fui como una flor de cerezo en primavera…
- Así de hermosa te veías la primera vez que te vi, en esto pensé al mirarte y en esto pensaré cuando te recuerde…Hana, mi Anna.
Aquellas palabras la hicieron estremecer.
-Takeshi, ¿qué harías si no hubiera un mañana? ¿Si no existiera Inglaterra, ni mi familia, ni Thomas? ¿Si no existieran tu abuelo, tus obligaciones con la familia Izumi, ni  Yukiko? ¿Qué harías si esta fuera nuestra última noche? Una noche sin un mañana…
-Pero ese mañana existe, Anna, tú regresarás a Inglaterra y yo a mis deberes. Lo sabes.
-Pero si no lo hubiera…¿qué querrías hacer?- preguntó ella mirándolo anhelante.
Takeshi la miró unos instantes, sabía muy bien lo que quería hacer. Quería amar a aquella mujer así fuera un segundo o una eternidad.
La besó.
Anna dejó caer la manta que la envolvía y enredó sus manos  en la nuca de él para poder devolverle el beso.
-Te amo…-susurró Takeshi apartándose.
-Hoy. Ahora. Siempre – respondió ella y él volvió a besarla. Sus labios se volvieron exigentes, exploró su boca con pasión y la sintió pegarse a su cuerpo en ansiosa respuesta.
Antes que pudiera evitarlo sus manos se deslizaron hacia los botones del vestido y empezó a desnudarla.  La deseaba, y aunque su lógica le decía que debía detenerse, no podía hacerlo. Estaba embriagado por aquella mujer.
Cualquier posibilidad de detenerse se deshizo en mil pedazos cuando sintió las manos de ella quitándole la ropa a él.
La tendió en el suelo, sobre la manta que había caído, y despacio  la recorrió con sus labios y manos, mientras la dejaba completamente expuesta a él.
La luz de la luna alumbraba su piel blanca, sus ojos azules brillaban con chispas de deseo, era tan hermosa como los pétalos que caían sobre ellos, con esa clase de belleza que es casi dolorosa por lo inapresable. Takeshi sabía que esa imagen la llevaría grabada el resto de sus días.
También quería quedar grabado en ella.
Anna quería sentirlo, sabía que esa noche era todo lo que tendrían. Quería tenerlo todo.
Gimió con sus besos y tembló cuando lo sintió acariciarle los senos. Ni siquiera le importó estar desnuda al aire libre.
Debajo de él se sentía como esas flores, dispuesta a abrirse, a entregar su belleza mientras era amada.
También ella lo acarició, recorrió con sus manos su cuerpo y firme, sus músculos finos, su piel dorada, y lo sintió estremecerse ante su toque. La suave piel de Takeshi le recordó la textura de los kimonos, quería envolverse en él como se había envuelto en seda.
Takeshi la exploró con delicadeza,  la preparó para él y cuando se acomodó entre sus piernas, Anna las envolvió a su alrededor como si no pudiera evitar atraerlo hacia sí.
Suavemente entró en ella, se detuvo preocupado cuando sintió la resistencia virginal. No quería hacerle daño.
-Takeshi…- susurró ella imbuida en la pasión que él había despertado, su voz enronquecida era un ruego ancestral que clamaba el placer aún cuando lo desconocía y sin poder contenerse más, la penetró.
El dolor fue fugaz, y Anna ya no pudo pensar en nada más, solo sentir. Lo sentía dentro de ella, dentro de su cuerpo y dentro de su alma. Y cuando él empezó a  moverse lentamente en aquel antiquísimo vaivén, supo que pasara lo que pasara, ella sería siempre de él.
Saber que era la primera y la última vez que se unían, hizo que fuera mucho más intenso, hicieron el amor con un toque de desesperación.
Era descubrimiento y despedida.
Era tratar de retenerse a través de sus cuerpos.
Con cada acometida de él en su interior, Anna sentía que se fundía  en aquella noche, que era a la vez parte del cielo nocturno y la brisa, de la luna y de las flores.
Que ella era él y él era ella.
Hasta que el placer fue tan intenso que  volvió todo irreal.
Una vez saciada la pasión, yacieron allí abrazados, en silencio, y Takeshi no pudo evitar desear quedarse allí, en ese rincón alejado con la mujer que tenía en brazos.
Tal vez no era tan complicado.
Anna se removió y él se inclinó hacia ella.
-¿Estás bien? – preguntó y por primera vez en mucho tiempo comprendió al hombre que le había dado vida. Quizás William Laurent había amado con la misma intensidad a su madre, quizás como él no había podido pensar en las consecuencias, sino en lo que sentía. Quizás el amor había sido más fuerte que lo que era correcto.
-Estoy bien. Takeshi, no te arrepientas, por favor.- dijo ella suavemente.
-Anna…
-Puedo soportar cualquier cosa pero no que lamentes esta noche.- dijo ella mirándolo intensamente.
-Pero mañana llegará pronto.
-Sí, pero esté momento se quedará con nosotros. Sin importar donde vayamos, nuestro lugar será este momento.
-Anna quisiera que todo fuera diferente. Debería…
-Abrázame ahora, Takeshi . Antes que acabe nuestra noche– pidió ella con urgencia y él obedeció. Se quedaron allí hasta que las estrellas comenzaron a desvanecerse, entonces se vistieron lentamente.
En un gesto casi automático, él le quitó unas flores que le habían quedado prendidas en el cabello y se las guardó.
Anna le pidió un momento a solas porque quería despedirse de su abuela y él la observó alejarse hacia el Espino Blanco.
-También yo voy a perderla…- le susurró al espíritu de Akira. Imaginó que también él, algún día, moriría pronunciando el nombre de la mujer que amaba.
Dejarla ir era un sufrimiento, pero las otras alternativas la obligarían a sufrir mucho más.
El mañana había llegado.
Viajaron juntos hasta un pueblo cercano, Anna no podía volver a la Villa Izumi, así que tendría que emprender su viaje de regreso desde allí.
Era la primera vez que la joven pensaba en eso, no tendría a nadie que la acompañara, debía hacer de nuevo todo aquel recorrido hasta Tokio, sola.
Había sido valiente, casi hasta la osadía porque Takeshi iba a su lado, como traductor y como escudo, pero él debía quedarse y ella partir.
-…Traductor…- dijo él y la joven notó que había estado hablando pero ella no lo había escuchado.
-¿Anna, escuchaste algo de lo que dije?
-No, estaba distraída- reconoció sin exponer sus miedos.
-En un rato vendrá alguien que contraté para que te acompañe hasta Tokio.
-¿Contrataste a alguien? ¿Cuándo?
- El día anterior a partir de mi casa. – dijo él y ella se sintió agradecida de que Takeshi pensara en cada detalle aunque lamentaba que su partida siempre hubiese estado en sus planes.- No podía dejar que viajes sola, es alguien de confianza, estarás a salvo y me contactará si algo sucede. Su nombre es Ryusei Shin…
-Gracias.- dijo ella interrumpiéndolo.
El hombre es cuestión era un japonés  de unos cincuenta años, delgado y con una amable expresión en el rostro. Anna esbozó una sonrisa al notar que el traductor elegido por Takeshi, era también un chaperón ideal.
Finalmente, él los llevó en auto hasta la estación de trenes a la que habían arribado poco tiempo antes.
Cuando llegó la hora de abordar, Takeshi intercambió algunas palabras en japonés con Ryusei. El hombre hizo una breve inclinación y subió al tren para darles tiempo a despedirse.
Sólo entonces, Anna fue consciente de que tendrían que despedirse allí, que era un lugar público y tendrían que guardar las formalidades.
Estaba a punto de despedirse de su amante como si fuera un extraño. Eso era más de lo que podía soportar, se sentía como si acabaran de abrirle una herida sobre la otra que aún no había cicatrizado.
-Gaijin…- dijo él y aunque la palabra tenía entonación amorosa, odió que la llamara extranjera, porque volvía a serlo. Ahora más que nunca era una extrajera y sentía que lo sería siempre, aún cuando regresara a su casa.
-Izumi- San – dijo impidiendo que él hablara- muchas gracias por todo. Ha sido un placer conocerlo. Espero que sea muy feliz – dijo y le hizo una leve inclinación. Alcanzó a ver la mirada irritada de él. Ella apenas podía contener las lágrimas.
Se alejó hacia el tren, ya no podía retrasar más la partida.
-Anna…- la llamó él y fue detrás de ella.- Hoy. Ahora. Siempre. Aishiteimasu – dijo y luego la besó.
El último beso. El adiós.
-Siempre…- susurró ella y subió al tren.
Ann estaba segura que Ryusei Shin, así como el resto de los pasajeros habían visto lo sucedido, pero el hombre no mencionó nada.
Viajaron en silencio, Anna con la vista perdida observando el paisaje. Pasó mucho tiempo hasta que se animara a preguntar.
-¿Qué significa aishiteimasu? – interrogó aunque estaba segura del significado.
-Significa “te amo”- le contestó el hombre y luego agregó suavemente- Izumi- San, me pidió que cuidara de usted. Dijo que cuidando de usted cuidaba de él, porque  usted es su vida.
Sin poder evitarlo, Anna se largó a llorar.
El viaje hacia Tokio transcurrió sin mayores sobresaltos, pudieron hacer el trasbordo de trenes sin que nada sucediera y arribaron en el tiempo previsto.
A Anna le resultó extraño que los trenes no se rompieran, que a nadie le llamara a atención que una joven inglesa viajara sola acompañada por un japonés y que su viaje durara tan poco tiempo.
Tal vez, el primer viaje había sido el extraordinario, pero a ella le parecía que había sido real y que este que la encaminaba hacia Inglaterra era  un sueño. Mucho después, pensó que se debía a que la Anna que había viajado hacia Tohoku jamás había regresado, se había quedado en un campo de cerezos.
 Una vez que llegó al hotel de Madame Fleury, creyó que el traductor se marcharía, sin embargo le explicó que tenía órdenes de quedarse junto a ella hasta que tomara su barco.
-Tengo que asegurarme que viaje sana y salva- le dijo y ella sonrió burlona. A Takeshi Izumi le gustaba tener todo controlado.
-No puedo disuadirlo, ¿verdad? – preguntó la joven resignada.
-Me temo que no, Señorita. De hecho me parece que estuvo a punto de ordenarme que viajara con usted hasta Inglaterra, pero a último momento recuperó la sensatez- bromeó el hombre y Anna agradeció que hubiera alguien con quien pudiera bromear sobre su relación con Takeshi.
También a la propietaria del hotel del habló de Takeshi, necesitaba contarle a alguien porque temía que tan pronto se embarcara su historia se desvaneciera. Además la mujer había descubierto que algo había pasado tan pronto la vio llegar.
-¿Ahora sabes, verdad? – le había preguntado y Anna había asentido.
-Ahora sé- había respondido embargada por el recuerdo agridulce de Takeshi.
Ryusei Shin se instaló en  una habitación del hotel, en espera de que la joven partiera.
Anna compró el pasaje más próximo que encontró hacia Inglaterra. Pero aún pasaría una semana hasta embarcar.
Fue la semana más larga de su vida.
-Ma petite, ¿vas a volver a Inglaterra y te casarán con tu prometido? –preguntó una vez más, aunque Anna ya le había hablado de sus planes.
-Si Thomas me acepta.
-¿Y serás feliz?
- Supongo que no, pero tampoco espero serlo, ya no. Aún así tendré que seguir viviendo, ¿verdad Madame? – preguntó ella
-Sí, ma petite, y quizás vuelvas a enamorarte.
-Usted sabe que no, que ese amor sólo viene una vez. ¿Vino a Japón a buscarlo o huyó de él, madame?- preguntó Anna y se asombró de que ahora le resultara tan fácil leer en el corazón de las personas, al menos aquellas que habían amado y perdido.
-Escapé de él, ma chérie. Me escapé al lugar más lejano que se me ocurrió, Japón. Aquí  me casé con un buen hombre y me quedé a vivir.
-Pero….
-Pero él siguió viviendo aquí- dijo la mujer señalando su corazón. Anna se acercó a ella y le dio un abrazo.
Aquellos días en el hotel, mientras esperaba su partida, acompañada por  Ryusei Shin y por Madame Fleury, se sintieron como una pausa, un no tiempo.
Ambos cuidaban de ella, como si fuera alguien convaleciente. Buscaban como hacerla reír o distraerla.
Estaba tratando de buscar quién era, de reconstruir una nueva Anna.  Y el día que finalmente abordó el barco, se preguntó qué clase de mujer sería cuando descendiera de él.
También se preguntó si el traductor iría a informar sobre su partida.

Anna no  supo, pero diez días después de su partida , efectivamente Ryusei Shin llegó a la Villa Izumi y se reunió con el joven señor.
-Ella partió, sana y salva, Izumi- San.- informó dando por finalizada su misión.
-¿Lloró mucho?
-No, sólo los primeros días.  Es una joven valiente.
-Lo es. Valiente e insensata – dijo él.
-Ella dijo lo mismo de usted – dijo el hombre.
-¿Perdón?
-Me pidió que le dijera que usted es un insensato. Mucho más que ella – transmitió el hombre y Takeshi sonrió amargamente. Le pagó el resto de sus honorarios y le agradeció que hubiera cuidado de Anna.
Apenas el hombre se marchó, se sirvió sake, la primera de muchas copas, como llevaba haciendo desde muchos días antes.

 Cuando Anna llegó a Inglaterra, sus padres estaban esperándola. Llevaba varios días enferma y débil, así que se sintió agradecida de verlos allí. Agradeció también que su madre postergara sus sermones hasta llegar a su casa.
-Ella ya está donde quería …- le dijo a su madre en el carruaje y aunque la mujer trató de disimular, Anna notó que estaba conmovida.
La joven recordó las palabras de Takeshi sobre cómo los amores prohibidos causaban  daño a todos los involucrados. Ahora entendía que su madre también había sido víctima del amor de Claire y Akira. Su abuela nunca había superado aquel amor, y su hija había sentido aquel vacío en su madre.
-¿Te sientes bien? – preguntó su padre al verla pálida y demacrada.
- Sí, el viaje fue largo. Enfrentamos algunas tormentas en alta mar.- contestó ella , pero lo cierto era que llevaba varios días sintiéndose mal.
El traqueteo del carruaje empeoró su malestar y al llegar a su casa sintió un terrible dolor de cabeza.
-Anna…- le habló su madre y sintió la voz distante.
-Creo que iré a descansar…- dijo y tras dar un par de pasos se desmayó. Sus padres corrieron hacia ella.
- Charles, busca al médico – ordenó su madre asustada apenas la tocó- Es fiebre, está hirviendo.
Desde ese momento Anna se sumió en la inconsciencia y en una fatigosa lucha por vivir. Su madre se quedó a su lado, a pesar de sus diferencias, amaba a su hija y sufría cada vez que veía al médico salir desanimado.
Cuando se acercó a  ponerle paños de agua fría, la escuchó murmurar.
-¿Querida? ¿Qué quieres?- preguntó tratando de entender qué era lo que su hija pedía. Se inclinó más hacia ella y pudo entender que lo que decía era un nombre, casi como una plegaria, llamaba a alguien.
-Takeshi, Takeshi, Takeshi…- repetía la joven sin cesar.
La señora Seymour se incorporó con el ceño fruncido.
-¡Maldita seas madre! Bastaba contigo…– exclamó con furia. Y pensó que pasara lo que pasara no iba a dejar que su hija muriera.

1 comentario:

  1. Fue triste la despedida de Anna y Takeshi. Se volveran a encontrar?
    Muchisimas gracias, Nata, por el capitulo.

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