jueves, 19 de noviembre de 2015

Ramón Somoza - Lorraine y el Lord Impotente


Muy buenas preciosas, aquí os traigo una nueva recomendación de lectura. Con su primer capítulo e información sobre su autor. 

Espero os parezca tan interesante como a mí me lo pareció para adquirirla.

  A punto de cumplir los dieciséis años, Lorraine está desesperada. Su padre se ha casado con una cazafortunas, a la cual la chica le estorba, y ya le ha empezado a hacer la vida imposible. Pronto la enviaran a un internado en Suiza, y Lorraine no sabe cómo escapar.

Forzada a compartir la luna de miel de su padre en Seychelles, la muchacha conocerá casualmente a un joven inglés, con un problema propio. Pero pronto descubrirán que el destino ha debido juntarlos, puesto que su unión puede ser la solución a los problemas de ambos. Lorraine y William tramarán entonces un maquiavélico plan para conseguir su propósito. Lo que no saben es que alguien quiere verlos muertos…



Un inglés en el paraíso  1º CAPITULO 


“Paraíso” es la palabra más utilizada por la población de Seychelles para describir su archipiélago. Y en verdad las islas Seychelles merecen ese calificativo porque la naturaleza las ha colmado de regalos.

Pero si bien las ciento quince islas de Seychelles son un deleite para los ojos, para Lorraine eran sólo un lugar más, y su belleza la pasaba desapercibida. Y es que la belleza sólo se puede apreciar cuando se mira sin preocupaciones y con el corazón tranquilo. Lamentablemente, la quinceañera no estaba sin preocupaciones, y su corazón bramaba contra la furcia con la cual su padre se había casado sólo días antes. Admirar la belleza que la rodeaba era lo último que estaba en su mente.

Dicen que todos los hijos detestan a la mujer que pretenda sustituir a su madre en el corazón de su padre. Pero en el caso de Lorraine las dos no era que se detestasen —ella y su madrastra se odiaban ferozmente. Incluso un paraíso como Seychelles le parecía horrible a la muchacha, teniendo que aguantar a aquella zorra.

Al menos se podía dar con un canto en los dientes que su madrastra hubiese seleccionado la isla de Mahé, para poder irse fácilmente de compras. De lo contrario habría estado encerrada en alguna de las islas pequeñas, donde sólo estaba el hotel. Y por muy lujoso que fuese éste, sería un infierno teniendo cerca a aquella bruja. Allí al menos podía pasear lo suficiente como para perderla de vista todo el día. Claro que la otra tampoco salía mucho de su chalet, estando como estaba todo el día en la cama de su padre.

Lorraine frunció el ceño, mirando al hotel desde su elevada posición en lo alto de la montaña que había escalado. Sí, allí se veía el chalet presidencial donde su padre y aquella puta estaban probablemente revolcándose en aquel momento. Un poco más allá estaba el chalet donde ella dormía. Al menos tenía un chalet propio, así no tenía que oírles. Pero tenía narices que la hubiesen traído a su luna de miel. Como si fuese una cría pequeña, a la que no se podía dejar sola. Cuando aquella guarra había conseguido que su padre la mandase a un internado suizo cuando fuese a comenzar el curso.

La muchacha suspiró, sacudiendo la cabeza, aún incapaz de asumir cómo había podido ocurrir todo aquello. Su padre había ido de viaje de negocios a Estados Unidos, y después de dos semanas de viaje había vuelto con aquella… mujer. Inicialmente como huésped, para mostrarla Madrid. Pero en cuestión de tres meses ella le había dominado por completo.

Al principio había intentado hacerse la simpática. No obstante, Lorraine la había calado desde el primer momento, viendo su falsa sonrisa, su claro cinismo, su descarada adulación. Una caza-fortunas, era evidente. Su padre era muy rico, y a ésta le encantaban sus generosos regalos, las cenas románticas, los viajes de placer… ¿Cómo podía estar su padre tan ciego? Con sólo quince años ella había traspasado aquella máscara, la había visto tal y como era de verdad.

La otra por supuesto se había dado cuenta de que Lorraine la había calado. Aunque delante de su padre aún se hacía la simpática, en cuanto estaban solas cambiaba por completo. La insultaba. La denigraba. La amenazaba. Y cuando fue a quejarse a su padre sólo encontró una incomprensión total. Jamás había tenido una pelea así con su padre. Salió llorando, con su padre recriminándole que calumniase así a aquel mal bicho que le había sorbido el seso. Cuando ni siquiera le había contado la mitad de las cosas que la otra le había hecho. Al día siguiente la informó que aquella araña venenosa y él se iban a casar.

Lorraine agarró una piedra del suelo, y la lanzó furiosamente con todas sus fuerzas montaña abajo. Ojalá la cayera a aquella furcia en la cabeza… pero no, no llegaría tan lejos.

—¡Hey! —oyó una voz gritar—. ¡Take care!

Lorraine se quedó a cuadros cuando vio a uno de los huéspedes del hotel aparecer por el sendero. Un tipo joven, de quizás veinticuatro o veinticinco años. Obviamente no le había dado una pedrada de pura casualidad.

—¡Sorry! —gritó, echando a correr—. ¡Lo siento!

Pasó a su lado como un vendaval, y bajó el sendero corriendo hasta el hotel. Tardó un buen rato, pero el descenso fue mucho más rápido que la subida. Sólo cuando llegó abajo se arrepintió. En la cima de la montaña sólo habría tenido que disculpase con aquel tipo. Le había visto alguna vez, y no parecía mala persona, siempre trataba a todo el mundo con mucha cortesía, incluso a los camareros. Pero allí abajo corría el riesgo de encontrase con el mal bicho con el que se había casado su padre.

Dudó, y se fue a su chalet, a ponerse el bañador, procurando que no la viesen. Luego se fue al centro de submarinismo, y consiguió que uno de los instructores le diese una clase privada con cargo a su habitación. A Lorraine le encantaba el submarinismo, de hecho no se le daba nada mal, y las aguas de Seychelles son una maravilla subacuática. Pero la muchacha sabía perfectamente que era una temeridad bucear sola, y más en unas aguas donde había tiburones.

Cuando volvieron ya estaba atardeciendo. Ayudó al instructor a llevar las botellas y el resto del equipo al almacén. Luego se despidió, agradeciendo su compañía, y volvió a su chalet.

—¡Lorraine!

Suspiró. No había tenido cuidado, y la habían visto.

—¿Sí, papá?


—Nos vamos a ir a pasear, cielo. ¿Vienes con nosotros?

Lorraine dudó. No le apetecía absolutamente nada, pero tampoco tenía una buena excusa para escaquearse. Optó por un término medio, a fin de que el paseo durase menos tiempo antes de la cena.

—Es que… he estado buceando, y me iba a duchar para quitarme la sal. ¿Por qué no vais paseando, y me reúno luego con vosotros para tomar algo?

—Está bien, cielo. Nos veremos en la terraza.

Bueno, al menos le había salido bien. Lorraine entró en su propio chalet, quitándose el bañador. Con tanta puerta abierta en cualquier otro sitio habría sido como desnudarse al aire libre, pero el recinto tenía una valla que garantizaba su intimidad. Bueno, hasta cierto punto, porque el espacio hasta el chalet presidencial no tenía valla. Y es que su chalet era una especie de anexo al chalet donde dormía su padre con aquella fulana. Lo suficientemente lejos como para no molestar pero lo suficientemente cerca como para no poder huir de ella.

Entró en la ducha, y abrió el grifo, quitándose la sal. Luego se lavó el pelo, que ya empezaba a necesitar ese lavado con toda la sal que se había acumulado. Salió de la ducha, secándose con una toalla, y luego cogió un secador, para secarse su larga y negrísima cabellera.

Mientras el aire caliente revolucionaba su pelo se miró críticamente en el espejo. Había ganado algo de peso, pero aún estaba delgada. Sus pechos… bueno, aún no eran los pechos de una mujer adulta, pero estaban bastante desarrollados para tener quince años.

—Casi dieciséis —se recordó—. Que el viernes que viene cumplo dieciséis.

Se volvió, mirándose de lado en el espejo, mientras seguía secándose el pelo. Bueno, no estaba mal. El trasero un pelín grande para su gusto… pero los chicos decían que estaba para comérselo. Lorraine soltó una risita al pensarlo. No podía imaginarse que le pegasen un bocado precisamente allí…

Dejó el secador, y se echó el pelo para atrás, sujetándoselo con una horquilla. Luego se fue a vestir, pero tomándoselo con calma. No tenía ninguna prisa por ver a su madrastra. Pero al final ya no le quedaron excusas para seguir aplazando su marcha, y con un suspiro salió del chalet.

La terraza estaba abarrotada, como siempre a aquella hora, y le costó un poco encontrar a su padre. Al final le vio, en un lateral. Al lado de la mesa donde estaba leyendo un libro el tipo al que casi había pegado una pedrada.

Por suerte el hombre no se percató de su llegada. Lorraine se sentó, disimulando, y pidió un refresco al camarero que había aparecido nada más ver cómo se sentaba.

—¿Te lo has pasado bien, cielo?

—Psché… —masculló—. No ha estado mal.

—¿Has hecho ya algún amiguito? —chirleó su madrastra en inglés, como si aún fuese una niña de seis años—. Es importante que aprendas a socializarte debidamente, querida.

Lorraine tuvo una maravillosa fantasía, donde la empujaba hacia atrás en su silla y aquella furcia se desnucaba.

—¿Oh, sí, querida! —contestó de la forma más pija que pudo—. ¡He hecho montones de amiguitos!
Su padre frunció el ceño, dándose perfectamente cuenta de cómo su hija se estaba cachondeando de su esposa, pero tampoco era tan evidente como para poder decirle nada.

—¡Qué maravilla! —masculló su mujer entre dientes, a quien el tono de burla tampoco se le había pasado desapercibido—. Jaime, me acabo de dar cuenta de que tengo que cambiarme para la cena. Si nos perdonas, querida…

—Claro que sí, querida… —respondió la muchacha, mientras los otros dos se levantaba. Apenas logró ocultar la satisfacción de perder a su madrastra de vista.

—Nos vemos luego en el reservado, Lorraine —la dijo su padre.

—Hasta luego, papá.

Se marcharon, pero en el último momento se volvió su madrastra.

—¡Y no llegues tarde, querida! —clamó en un tono tan discreto que sólo se debió enterar toda la terraza—. ¡Que ya sabes que es de mala educación llegar tarde!

Lorraine estuvo a punto de lanzarle el refresco que le acababa de dejar el camarero en la mesa. ¿Pero sería hija de perra? ¡Cuando era ella la que se hacía continuamente esperar!

—Salope putaine de merde —murmuró en voz alta, consciente que la otra, aunque la oyese, no se iba a enterar de qué la estaba llamando. Mejor así, porque obviamente le sacaría los ojos si lo comprendiese.

El hombre a su lado levantó la vista de su lectura, aparentemente sorprendido. Lorraine le miró de reojo, por un momento preocupada. Pero luego sacudió la cabeza, olvidándose del tema. ¿Cómo podría haberla entendido? Aquel tipo era inglés, su acento era inconfundible. Si había gente que jamás aprendían idiomas, ésos eran los ingleses. Se conoce que se creían con el derecho divino a ser entendidos en su propio idioma. Como si aún tuviesen su imperio.

Entonces el hombre la habló, sobresaltándola.

—¿Pourquoi putaine? —preguntó, interesado.

Lorraine se volvió para mirarle, perpleja.

—¿Hablas francés? —le preguntó en ese idioma, como si no fuese evidente.

El otro se encogió de hombros.

—Pues sí.

—¡Pero si aquí nadie habla francés!

El hombre sonrió, travieso, dejando el libro en la mesa.

—Nadie es mucho decir. El francés es uno de los idiomas oficiales de Seychelles.

—Quería decir entre los huéspedes.

Se le rió en la cara.

—Lo hablo yo. Lo hablas tú.

—Es que soy francesa.

El hombre sonrió.

—Por su acento yo diría que tu padre no lo es. Dado que soléis hablar en castellano, me imagino que él es español. Pero también habla francés, le he oído en alguna ocasión hablarlo contigo. Ya somos tres. Me imagino que también tu madre...

—Madrastra. Y no, no habla francés. Es americana —añadió, como si eso lo explicase todo.

—Ya me parecía un poco joven para ser tu madre. No te cae muy bien, ¿verdad?

Lorraine apretó los dientes.

—¡Es una zorra!

El inglés se echó a reír. Por lo visto la flema inglesa no iba con él.

—Efectivamente, no te cae muy bien.

La muchacha terminó su refresco y se levantó. Aparte que aquello no era algo que discutir con extraños, tampoco quería que el otro se acordase de que casi le había abierto la cabeza con una piedra en lo alto de la montaña.

—Ha sido un placer conocerle. Buenas tardes.

El otro la contempló con una mirada… bueno, un tanto peculiar. Quizás fuese por lo bruscamente que se había despedido. Luego asintió.

—Igualmente. Buenas tardes.

La muchacha se marchó. Ya iba a salir de la terraza cuando en un impulso miró hacia atrás. El inglés la estaba siguiendo con la mirada. Y había algo en aquella mirada que la inquietó. Era una suerte que no pensaba volver a verle.

Pero los mejores propósitos pueden torcerse. Al día siguiente, en vista de que su padre estaba de nuevo en la cama con la furcia de su mujer y ella no tenía nada que hacer, Lorraine decidió irse al centro recreativo del hotel, y alquilar una moto acuática.

Salía precisamente una moto del embarcadero cuando ella llegó. Era el inglés. Ni se fijó en ella, simplemente aceleró, y se fue a correr por la bahía mientras ella rellenaba el papeleo. Mientras se ponía el chaleco salvavidas, observó que un hombre metía una moto en el agua, después de hacer unos ajustes. Probablemente uno de los mecánicos del embarcadero. Luego, curiosamente, salió andando. Igual tenía que ir al servicio, o algo así.


—¿Sabe cómo manejar una moto? —le preguntó el encargado, que no había prestado atención a la operación que habían hecho a sus espaldas. Señaló una de las motos que aún estaban en tierra—. Mire, es muy sencillo…

—Tengo una moto igual en nuestra casa en la playa en España —le respondió Lorraine, impaciente—. Exactamente el mismo modelo. Mire, éste es el acelerador…

Logró tranquilizar al encargado lo suficiente como para que dejase de darle la lata con las medidas de seguridad. Ella llevaba una moto acuática desde los doce años, y nunca había tenido el más mínimo tropiezo. Claro que su padre siempre había sido muy estricto en cómo debía ella usarla… o se arriesgaba a no volver a montar en una.

Finalmente, el encargado le señaló la moto que ya estaba en el agua, y ella pudo al fin arrancar. Lo hizo más lentamente que el inglés, hasta que estuvo a suficiente distancia del embarcadero. El muy imbécil por lo visto no había caído que, aunque estuviese prohibido, podría haber gente nadando por allí… y que con la moto podía hacerles daño. En el agua hay que tener muchas precauciones cerca de la orilla.

Pero al final estuvo lo suficientemente lejos como para poder dar pleno gas, y aceleró. Lorraine adoraba correr con la moto, saltando sobre las olas, girando en curvas cerradas… Vio que el inglés estaba hacia el centro de la bahía, y se fue hacia un lado. Aunque así se acercaba más a las rocas, no quería que el otro la atropellase, parecía un poco inconsciente.

Se lo pasó estupendamente. Exploró con cuidado la zona, no hubiese rocas sumergidas, pero una vez que comprobó que no era así comenzó a jugar a acercarse a los arrecifes, girando en el último momento, levantando grandes chorros de agua y olas que chocaban estrepitosamente contra las rocas cuando giraba. Aquello era divertidísimo. Una pasada.

Iba de nuevo en dirección a las rocas cuando notó que algo iba mal. El manillar en sus manos empezó a vibrar de manera rara. Pero antes de que pudiese cerrar el acelerador algo pasó. Pareció como si la moto chocase contra algo, y durante un fugaz instante Lorraine sintió que volaba por los aires. Luego cayó en el agua, y un vivísimo dolor la recorrió antes de que todo se hiciese oscuro.

—¡Wake up! ¡Please wake up!

Alguien la estaba sacudiendo. Entonces se dio cuenta de que estaba en el agua, y alguien estaba en vano intentando izarla. Pero debía pesar mucho. Abrió los ojos, intentando enfocar la mirada un tanto borrosa.

Estaba a menos de cinco metros de las rocas, flotando debido al chaleco salvavidas que llevaba puesto. Y alguien la sujetaba por debajo de los brazos, intentando izarla… ¿a un bote? No parecía tener mucha estabilidad, se estaba bamboleando mucho.

Lorraine sacudió la cabeza, intentando despejarse. Vio que cada vez estaba más cerca de las rocas, y el flujo y reflujo de las olas ya era más que notable. Si se acercaban más se iban a estrellar contra los arrecifes. En el mejor de los casos iba a quedar seriamente lesionada. En el peor… Levantó un brazo, y se sujetó a uno de los brazos que estaban intentando levantarla.

—¡Thank God! ¿Puedes darte la vuelta? No logro izarte así…

Reconoció la voz incluso antes de obedecer, y darse la vuelta, sin soltar el brazo al que se estaba aferrando. El inglés con el que había estado charlando el día anterior estaba subido a su moto acuática, y la sujetaba con todas sus fuerzas.

Con ayuda del británico logró subirse a la moto, encaramándose detrás de él. Estaban ya muy cerca de las rocas, a la siguiente ola…

Se agarró fuertemente al hombre cuando el otro dio gas y la moto salió disparada, alejándose de las olas que rompían contra la orilla. Pero el hombre paró a los pocos metros, en cuanto se hubieron alejado lo suficiente.

—¿Estás bien? —preguntó.

La muchacha inspiró hondo. No, no estaba bien.

—Un poco atontada. ¿Qué es lo que ha ocurrido?

—No lo sé. Tu moto y tú volasteis de pronto por los aires. Me pareció que se había desprendido un patín y se había clavado en el agua. Saliste despedida, y te debiste dar con algo, quizás con un resto de la moto, quedaste flotando en el agua, inconsciente. Menos mal que llevas el chaleco. Por suerte vi el accidente.

Lorraine se palpó la cabeza. Tenía un chichón en un lateral. ¡Y cómo dolía!

—¿Y la moto?

El hombre señaló.

—Me parece que vas a tener que pagarle una nueva al hombre del alquiler.

La muchacha miró, y sintió escalofríos. Los restos de la moto estaban esparcidos por las rocas. Algunos trozos aún flotaban, siendo lanzados por la marea contra la orilla, donde estaban siendo destrozados por los peñascos. Ella podía haber estado entre aquellos restos.

—Gracias por salvarme.

El hombre comenzó a acelerar.

—De nada, tú habrías hecho lo mismo por mí. Te llevaré a la orilla.

Pero estuvieron a punto de no llegar. Lorraine de pronto sintió un mareo, y las manos que sujetaban la cintura del otro comenzaron a perder su fuerza. Pero el inglés por suerte se dio cuenta, y las sujetó fuertemente.

—¡Eh! ¡No te desmayes! ¡Que aún estamos lejos de la playa!

Lo siguiente que recordó es que estaba tumbada en el embarcadero, con una toalla encima, un médico abriéndole los ojos y un corro de gente a su alrededor. Pero incluso ese recuerdo fue muy fugaz, porque lo siguiente de lo que fue consciente era que estaba en una cama, con su padre sentado al lado suyo.

—Lorraine, nos has dado un susto de muerte.

Ella se llevó la mano a la cabeza. Tenía la sensación de que le iba a estallar, de lo que la dolía.

—¿Qué ha ocurrido? —murmuró.

—Has tenido un accidente con la moto acuática. El chico ese inglés te sacó y te llevó a la playa.

Entonces ella lo recordó.

—La moto… estaba destrozada.

—No te preocupes, cariño. Ya me ocuparé yo de eso. Lo importante es que tú estés bien.

—¿Seguro? Porqué la cabeza me va a explotar…

—No te preocupes, sólo es un chichón. Te han hecho unos rayos, pero no parece que tengas nada…

Entonces ella se dio cuenta de que estaba en una habitación de un hospital. Era inconfundible.

—¿Me has traído a un hospital?

—Claro que sí, cariño. Estabas inconsciente, pensamos que podía ser algo grave. Y aunque no lo fuese…

—Nos preocupamos por ti, cielo —chirrió una voz, y al volverse vio a la bruja de su madrastra. Aunque procuraba aparentar una falsa sonrisa, parecía enormemente decepcionada de que no se hubiese matado.

—Seguro —masculló, cerrando los ojos.

Pero Lorraine no tenía ganas de dormir. En realidad lo que tenía era hambre, pero en el hospital no le dieron nada de comer. En cambio, su madrastra y su padre se turnaron para ir a la cafetería. A decir verdad, la muchacha hubiese preferido haberse quedado sola, mientras su padre estuvo fuera tuvo que aguantar toda clase de insultos, insinuaciones e incluso oír salvajadas como que no aguantaba a Melissa porque estaba celosa, puesto que era ella la que hubiese preferido acostarse con su padre.

No contestó, sabiendo que así la cabreaba más que si hubiese montado un numerito. Tampoco dijo una palabra cuando volvió su padre. ¿Para qué? Aquella mujer le tenía sorbido el seso, y lo único que conseguiría era que se volviese a enfadar con ella, y la otra encima intercediese, haciéndose la buena. Lorraine estuvo pensando —como hacía a menudo— en alguna trastada enorme que pudiera hacerla pasando desapercibida. Pero lo único con lo que podía soñar era cómo clavarle un cuchillo a aquella bruja.

Por suerte la tuvieron en el hospital sólo unas horas. Porque de haber seguido teniendo mucho más a su madrastra en la misma habitación, diciéndole continuamente delante de su padre lo preocupados que habían estados por ella y la suerte que había tenido, Lorraine se habría tirado por una ventana. 
Eso sí, después de tirar primero a la otra. Pues no era hipócrita la buena señora… ¡Con lo que la odiaba! ¡Y lo que le había dicho estando a solas! El único que no se había enterado de que era un mal bicho era su padre.

Volvieron al hotel, en un taxi, y dejaron a la muchacha en su chalet. Ella prometió echarse, y entonces su madrastra se llevó a su padre hacia su propio chalet. Probablemente a follarle. Pase que estuvieran de luna de miel, pero lo de su padre y su madrastra rozaba lo pornográfico. A pesar de lo separado que estaban los dos chalets a menudo la oía a ella mientras lo hacían, tan ruidosa era. Claro que igual era una manera de sorberle aún más el coco, hacerle creer que era un gran amante…

Lorraine esperó a que se hubiesen metido en su chalet, y entró a su vez en el suyo, a vestirse. No tenía ganas de cambiarse, así que se puso unos pantalones y una camiseta encima del bikini que había llevado todo el rato, y que a esas alturas ya estaba totalmente seco. También unas zapatillas. Luego salió del chalet, cogiendo el camino hacia la piscina del hotel. Tenía hambre, a su padre ni se le había pasado por la cabeza que ella no había comido. En cambio, la zorra de su madrastra por supuesto que habría estado encantada si se hubiese muerto de hambre.

Se acercó al chiringuito de la terraza, y encargó dos sándwich mixtos y una Coca-Cola, pidiendo que se lo cargasen a la habitación. Entonces cogió su merienda y miró su alrededor, a ver si había una mesa libre en la cual comer tranquilamente.

Lo malo es que estaba todo ocupado. Pero por suerte divisó al inglés que la había sacado del agua aquella mañana. Estaba sentado en una mesa, bebiendo distraídamente de algo que parecía también una Coca-Cola, mientras leía un libro.

Lorraine dudó un instante. Luego se dijo que aunque no la dejase sentarse a su mesa, al menos tenía que darle las gracias. Si no la hubiese sacado del agua… bueno, cuanto menos tendría unos buenos moratones. O quizás ni siquiera hubiese estado allí.

Inspeccionó al hombre mientras se acercaba. Iba con pantalones cortos, y una camisa floreada; el típico turista. Pero… bueno, no estaba mal. Algo mayor para ella, como unos veinticuatro o veinticinco años. Ancho de espaldas. Musculoso. Rubio, de cara aristocrática, era… sí, era guapo. Era una pena que fuera tan mayor, si hubiese tenido dieciséis o incluso diecisiete ella habría intentado ligar con él.

Leyó el título de la portada del libro que el otro estaba leyendo: Nation, de Terry Pratchett. Reconoció el título sin problemas, ella había leído aquel libro el verano anterior, aunque lo había leído en español. No estaba nada mal. Bueno, así iba a tener algo de qué charlar si el otro estaba por darla conversación.

Dejó los sándwiches y la Coca-Cola encima de la mesa. El inglés levantó entonces la mirada, percibiendo su presencia. Bajó el libro.

—Bonjour, Lorraine. —la saludó en francés—. ¿Qué tal estás?

Ella parpadeó, sorprendida que supiese su nombre. Luego recordó que la tarde anterior su padre la había estado llamando por su nombre. Le halagó un poco que el otro se hubiese acordado.

—Muy bien, gracias. Quería darte las gracias por haberme salvado.

El otro hizo un gesto, quitándole importancia, y dejó el libro encima de la mesa.

—No las merecen. Cualquiera habría hecho lo mismo.

—Pero no fue cualquiera. Fuiste tú. Así que muchas gracias.

El hombre suspiró.

—De nada. —Señaló los sándwiches y la bebida que ella había dejado encima de la mesa—. ¿Estás buscando dónde sentarte?

La muchacha asintió, algo azorada, y el hombre la invitó a tomar asiento con él. Lorraine obedeció de inmediato.

—Gracias de nuevo. Siento molestarte, pero…

El otro miró a su alrededor.

—Sí, está todo lleno. No hay problema, no me molesta en absoluto. Por favor, come. —Lorraine le ofreció un sándwich, pero el inglés sacudió la cabeza—. De ninguna manera… sólo faltaría que encima me comiese tu comida a cambio de dejarte sentarte aquí… Anda, come.

Lorraine se comió sus sándwiches, intercalando tragos de su Coca-Cola, mientras el inglés la contemplaba con curiosidad, bebiendo a veces sorbitos de su propia bebida. Parecía muy interesado en ella, la estaba mirando con una expresión muy peculiar.

—Entonces, ¿no estás lesionada? —preguntó, cuando ella terminó sus sándwiches—. Porque me diste un susto…

La muchacha sacudió la cabeza.

—No. Me hicieron un montón de pruebas en el hospital, pero sólo tengo un chichón.

—Menos mal.

Lorraine señaló el libro, intentando cambiar de tema.

—¿Te gusta Terry Pratchett? Es que ése es el único libro suyo que he leído…

El hombre la miró, inquisidor.

—¿Te gusta la ciencia-ficción? ¿O la fantasía? Magia, esas cosas.

Ella se encogió de hombros.

—No mucho.

—Pues entonces no te molestes. Ese autor es famoso por su serie Mundodisco. Aparte de Dodger, éste es el único libro suyo que conozco que no sea de ese género. Aunque puede que tenga otros.

Lorraine se enderezó en su silla.

—Pues me gustó mucho su historia de la isla arrasada por la ola gigante. —Le miró, algo apurada—. 
Esperemos que no haya una aquí.

El otro levantó una ceja.

—¿No te gustaría convertirte en una chica calzones? ¿Cómo la de esa historia?

Lorraine soltó una risita.

—No. Además, tú no parecerías un niño-demonio sin alma… y eso le quita mucho dramatismo al asunto…

Rieron los dos.

—No sabía que Pratchett estuviese traducido al francés. ¿O lo leíste en inglés?

—En español. La traducción era muy buena.

—Bueno —comentó entonces el otro en ese idioma—. Tendré que leerla, a ver si es verdad.

La muchacha le miró sorprendida.

—¿También hablas español?

—También.

—Vaya. —Lorraine no salía de su asombro—. Eres el primer inglés que conozco con don de idiomas.
El otro se echó a reír.

—Sí, creo que tenemos esa reputación de sólo hablar inglés. Como los españoles de ser todos toreros o bailarinas de flamenco.

Lorraine no pudo menos que reírse a su vez.

—Touché.

Pasaron un rato muy agradable en la terraza, charlando. El inglés en un momento dado llamó a un camarero, pidiendo que les rellenasen los vasos, y fue entonces que la muchacha se enteró que lo que el otro estaba bebiendo era un cubalibre.

—Los ingleses tenéis también fama de emborracharos —pinchó.

El otro se lo tomó con humor.

—Me imagino que te refieres a los que cogen un vuelo de bajo coste a Mallorca, se montan una buena juerga, y regresan durmiendo la mona de madrugada en el mismo avión. —Sacudió la cabeza
—. Siento desilusionarte, pero no todos los ingleses somos así. Yo, sin ir más lejos, nunca me he emborrachado. Me gusta beber alcohol. ¿Pero emborracharme? ¡De ninguna manera!

Ella siguió pinchando un poco, pero el hombre o tenía la piel muy gruesa o se lo estaba tomando a broma, viendo que ella estaba también de coña. No era mal tipo aquel británico. De hecho, el tiempo que estuvo con él se lo estuvo pasando muy bien, por primera vez en muchos meses.

Al cabo de un buen rato vio pasar a su padre y su madrastra, camino de la terraza, aunque se sentaron en el otro extremo. Probablemente es que ya se habían cansado de follar. Lorraine cerró los puños, viendo a la otra reírse alegremente. De buena gana habría ido, la habría tirado con silla y todo a la piscina, y luego se habría metido en el agua para asegurarse que la otra no saliese a flote.

—Hum, hum…

Se volvió hacia el inglés, que la miraba con el ceño fruncido.

—Perdona, es que… ¡De buena gana ahogaría a esa furcia!

El otro elevó las cejas ante el tono de furia de la muchacha.

—¿Tan mal te cae?

Lorraine no lo pudo remediar. Necesitaba desahogarse, necesitaba soltárselo a alguien, aunque fuese un desconocido. Al cabo de un instante se lo estuvo contando todo. Cómo aquella malnacida había embaucado a su padre, probablemente para sacarle el dinero, cómo había hecho lo imposible para separarlos, encizañando su relación, denigrándola, insultándola cuando estaban a solas… Cómo había logrado convencer a su padre para que la enviase a un internado suizo, para quitársela de en medio… También le contó lo que había pasado aquella tarde en el hospital, las salvajadas que la otra le había dicho…

—Y lo peor es que papá no me cree. Que piensa que soy yo quien está intentando hacerla daño. No sé qué hacer. —Se mordió los labios, mirando al suelo, al borde de las lágrimas—. Ya no sé qué hacer. Me ha apartado de mi padre, me está haciendo la vida imposible. En cuanto terminen las vacaciones me va a enviar a un internado. Cada vez será peor, en cuanto sea la única que hable con mi padre, ¿qué es lo que se le ocurrirá? ¿Y cómo me podré defender de sus insidias, si ya no estaré para contradecirla? —Tragó fuertemente—. ¿Qué es lo que voy a hacer? ¿Qué es lo que puedo hacer?

Y se quedó mirando al hombre al que había abierto su corazón, anhelando que éste tuviese la respuesta a sus oraciones.


Sobre el autor:

Ramón Somoza (1956) nació en La Coruña, España. Escribe desde los 15 años, cuando vivía en Holanda.
Es informático de carrera, pero su experiencia cubre muchísimos campos. Ha trabajado como traductor, ha desarrollado software, desde sencillas aplicaciones Web o de escritorio hasta sistemas corporativos, e incluso software para aviones de caza (Eurofighter). También ha trabajado en áreas de Fabricación y de Servicios, y en la línea de montaje del avión de transporte A400M. Se ha ocupado de modelado de datos, de negociación de contratos, de gestión de programas y también de inteligencia y desarrollo de negocio. Actualmente trabaja en Airbus Defence and Space.
Ramón Somoza también ha participado en grupos de estandarización, tanto de software como de soporte logístico integrado. Ha participado en al menos una docenas de comités de este tipo y ha dirigido dos de ellos en la SAE y otro en la ASD. Actualmente es el presidente europeo del comité de la ASD SX000i, Guía de Soporte Logístico Integrado.
No obstante, lo que le gusta de verdad es escribir. Dado que viaja muchísimo, aprovecha para escribir libros durante sus viajes. Habla correctamente cinco idiomas.
Si le ha gustado esta novela, visite la web del autor en:
http://ramon.somoza.name
A este autor le encanta que sus lectores le escriban con comentarios, sugerencias o incluso simplemente para charlar. Puede contactar con él en:
Twitter: @RamonSomoza
Correo: ramon@somoza.name
LinkedIn: http://es.linkedin.com/in/ramonsomoza/
El autor también le invita a dejar su opinión sobre este libro en Amazon.

2 comentarios:

  1. Gracias por compartir.
    Jey

    ResponderEliminar
  2. Esta muy bien, me han entrado ganas de comprarme el libro, gracias por compartir con nosotras el capitulo

    ResponderEliminar

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