sábado, 30 de julio de 2016

No puede ser amor 7° - Gaby Ruiz



–Tú y tu padre siempre han tenido maneras particulares de comunicar sus pensamientos –expresó con resignación Dome–. De cualquier manera, necesito que no te comprometas esta noche, Alex.
–¿Qué? ¿Por qué? –Alex empezaba a negarse pero ante la mirada de su madre solo asintió– ¿Cuál es el motivo para tan particular petición?
–Tenemos una cena –explicó Dome con una pequeña sonrisa– Beth nos ha invitado a todos –Alex asintió cerrando su mano con fuerza sobre el apoyo del mueble.  Eso solo podía significar una cosa: Aurora estaría ahí.  Todos incluía a todos y Christopher también–. No pongas esa cara Alex, irás conmigo y no acepto excusas –dijo sin permitirle que abriera siquiera la boca–. Sé que no te agradan mucho las reuniones en que no hay… –Dome alzó su mano como buscando una palabra– “desafíos” para ti.  Pero no quiero ir únicamente con Daila.  ¿Vendrás, cierto?

Alex hizo que su mente maquinara rápidamente mil excusas para negarse a ir.  Desde negocios hasta una cita imposible de cancelar pero con una sola mirada de su madre él se encontró asintiendo.  Era imposible decirle que no a una mujer tan hermosa, tan dulce y tan segura como su madre.  Ella era todo lo que él soñaba encontrar en una mujer y sabía que Aurora era así.  Sí, Aurora…
–Sabía que lo harías –interrumpió sus pensamientos Dome–. Ahora Alex, acompaña a tu madre a desayunar.
–Pero ya…
Dome levantó una mano al aire sin dejarlo concluir.  Así era ella. Con un solo movimiento lograba el silencio de cualquier hombre y su hijo era el primero que reconocía la extraordinaria personalidad de su madre, solo ella podría haber “atrapado” a su padre.  ¿Aurora haría lo mismo con él?  Miles de veces le habían dicho que él era “inalcanzable”, refiriéndose a concretar alguna relación duradera con él.  Pero es que todas esas mujeres eran las equivocadas.  Él estaba totalmente seguro que no lo lograrían porque él había entregado su corazón desde niño.  Era sencillo, él estaba enamorado de la misma mujer desde siempre.  Era imposible que cambiara eso.
Alex era un niño travieso y le encantaba correr por toda la mansión Lucerni. Especialmente en momentos como aquellos que querían vestirlo elegantemente. Ropa que él odiaba porque debía seguir una serie de reglas para no ensuciarla, desde quedarse quieto hasta no ir por los jardines y eso no era algo que Alex quisiera.
–Alex, detente por favor –pidió Dome respirando profundo y persiguiéndolo–. No sé porque eres tan difícil con esto, cariño.
– No quiero ir, mamá –gritó Alex al momento que se escabullía por un costado del jardín. 
Se escuchó una risita proveniente del lado opuesto del jardín por donde se internaba Alex.
–Sebastien es mejor que dejes de reír y me ayudes a vestir a tu hijo –gritó Dome entre enfadada y divertida por la situación.
–Pero Dome, el niño no quiere ir –dijo Seb conteniendo una carcajada ante la mirada asesina de Dome–. Bien ya.  Alex, si nos permites que te cambiemos, te compraré el videojuego que tanto me pedías.
Alex se detuvo al escuchar a su padre.  Se estaba girando, desconfiado.
–Lo estás malcriando, Sebastien –Dome cruzó los brazos en gesto de enfado–.  Luego será incontrolable.
Sebastien no contestó. Alex no supo que sucedió hasta sentir los brazos de su padre alrededor suyo, atrapándolo. Ya no había escapatoria.
–Te tengo –sonrió Seb deteniendo totalmente a Alex– ¿en verdad pensaste que premiaría su comportamiento? Solo necesitaba ubicarlo, nadie mejor que yo conoce estos jardines.  Aquí lo tienes –extendió a un enfadado Alex hacia Dome.
–No amor, ya que tú lo manejas tan bien, cámbialo y péinalo ¿sí?  –Dome le dio un beso fugaz y se retiró–. Necesito cambiarme también.
–Lo imaginaba –Seb contestó bajo–. ¿Ves hijo? Esa es la razón por la que las mujeres terminan dominando el mundo –dijo al tiempo que lo llevaba hasta su habitación.
Sebastien vigiló mientras alistaban a Alex. La razón de tanto alboroto tan temprano era un concurso de belleza en que Aurora, la hija de la mejor amiga de Dome, Melina; participaba. En la última presentación necesitaban un niño que la acompañara. Dome había estado encantada, aún cuando él no era muy partidario de eso y al parecer Alex tampoco lo era. Pero Dome lo quería… así que ellos tendrían que aceptarlo. Su amada esposa, aún ahora era increíble para él los cambios que había dado su vida solo por ella. Se sentía tan feliz, tenía una familia y estaría dispuesto a todo por ellos. 
–Papá, ¿en verdad debo hacerlo? –preguntó por última vez Alex con una ligera mirada de esperanza reflejada en sus ojos azules clarísimos, idénticos a los suyos.
–Sí, Alex –acarició Seb la cabeza de su pequeño hijo– en la vida debemos hacer también cosas que no nos agradan, es parte de crecer –su hijo puso carita triste así que él agregó– pero obtenemos recompensas por ello, pequeño. ¿Te gusta que tu madre sea feliz, verdad?
Alex asintió y escuchó con interés como su padre le convencía de lo bien que se sentía uno cuando hacía cosas desinteresadas por alguien que amaba.  Él no entendía el concepto en la totalidad pero siempre le había encantado estar con su padre y que lo tratara como alguien que podía entender todo. No simplemente un niño que no conocía la realidad.  Le sonrió y estaba dispuesto a dejarse llevar por su madre, solo para verla sonriente, tan feliz.
Llegaron al lugar y Alex vio un gran escenario que hizo que se sintiera un tanto inquieto. Había ensayado, contra su voluntad, un par de días previos y aún no se acostumbra a tanta gente mirándolo. ¿Realmente era tan necesario hacer esto? Recordó la promesa que le había hecho a su padre… sí, lo era.
Respiró hondo y tomó el lugar que le correspondía sobre el escenario. Saludó con un gesto disimulado a su madre que lo miraba con gran orgullo, tomada de la mano de su padre. Se veían tan felices, eran como una pareja de cuento de hadas, tales como los que su madre le leía cuando era más pequeño. Sonrió ampliamente, olvidando la incomodidad del lugar y anheló algo que su pequeño corazón aún no comprendía totalmente. Y ahí sucedió. Él estaba parado, muy quietecito y de pronto alguien le dio una rosa. Él empezó a encaminarse hasta encontrarse con la mirada de Aurora, era una niña preciosa y él la miró totalmente fascinado. No podía describir lo que sintió, él no podía saber que era aquella sensación de vacío e incertidumbre que lo invadió cuando Aurora le extendió la mano y sonrió. Alex estaba totalmente perdido y era tan solo un niño. ¿Cómo era posible?

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