jueves, 22 de septiembre de 2016

No puede ser amor 15° - Gaby Ruiz

El salón que había elegido Beth era discreto, elegante y amplio.  Había más espacio del que Danaé había supuesto, pero imaginó que estarían también amigos y familiares del novio misterioso. La cena que pensó íntima contaba con más de cuarenta invitados y apenas pasaban diez minutos de la hora fijada en la tarjeta enviada.
Se observó con fastidio en uno de los grandes ventanales. No encontraba que estaba mal con ella que varias personas la miraban. Una mirada extraña.  Se sentía incómoda y su padre que había desaparecido. André, bien, él había encontrado a una rubia que lo acompañaba ya, embobada, una más a la amplia lista.  Su madre estaba con Beth, así que estaba sola.  ¿Y el novio? ¿Y los demás invitados? Y… ¿Alex?
Sacudió la cabeza. ¿Cuándo se lo iba a sacar de la mente? ¡Claro, como si decidiéndolo en cuestión de horas lo iba a lograr! Imposible, era la única palabra que se le venía a la mente.

Siguió mirando fijamente a la ciudad que se extendía ante ella.  Tal vez sería de las últimas veces que la veía… tal vez ya estaría lejos en cuestión de días. Y no supo si eso la hizo sentir bien o no.
En cuanto él llegó, Danaé lo supo. ¿Qué podía hacer si su corazón se ponía a latir como  un loco con su sola presencia? ¡No, no y no! Esto ya era una locura y miró a través del salón.  No encontró a Alex por ninguna parte.  Era oficial ¡se estaba volviendo loca!
Todos se encontraban ahí, porque el brindis empezaría en menos de un minuto. Beth y su novio Lucian (era guapo, tenía que admitirlo) estaban en la parte frontal del salón, junto a la que suponía la madre de Lucian y sus padres, Danna y Leonardo. Se quedó mirándolos por largo rato, sin entender lo que decían. Ni siquiera notó que tenía una copa al terminar el brindis.  No PODÍA concentrarse… ella podía jurar que era Alex quien estaba ahí. Tenía que ser Alex.
Necesitaba salir de ahí. Lo necesitaba.
***
Alex estacionó su auto con desgana. Lo que menos quería era estar en una fiesta con una sonrisa pegada en su cara mientras Christopher y Aurora intercambiaban miradas. No, no era su ideal pero tenía que hacerlo. Solo Dios sabía que él jamás le diría que no a su madre, eso sí que era un imposible. Su mamá, que había viajado inusualmente callada durante todo el trayecto. Solo Daila ocupó el silencio con su charla y eso era algo, por decir lo menos, molesto. Él no quería saber del cabello de su amiga o de lo guapo que era alguien de su Universidad. Realmente pensaba que no podían ser hermanos, en algún lado había perdido la poca lógica con la que había nacido.  Sabía que era duro, pero él no podía evitarlo tras 45 eternos minutos de que hablara sin interrupción.
Puso los ojos en blanco mientras se preguntaba para qué estaba ahí. Algo de Beth, no podía recordar qué. ¿Qué más daba? Ya estaba ahí y debía hacer acto de presencia junto a su madre o le esperaría un gran problema. Claro que él no pasaba por alto la gran pregunta, ¿dónde demonios se encontraba su padre?
Pensó en llamar a su padre pero no era posible que atendiera. Estaba en L.A. según sabía ¿cierto? Sí, así le parecía. No podía haber llegado tan pronto a Italia.  Bueno, si podía.  Pero ¿por qué lo haría? ¿Por qué…?
Su corazón se detuvo. Sintió que se saltó varios latidos hasta que finalmente se detuvo. Abrió desmesuradamente sus ojos, intentando enfocar a la persona al otro lado del salón pero no pudo. No sabía quién era y había demasiadas personas. Estaba de espaldas a uno de los ventanales y él se desesperó. Porque no estaba ciego. Porque sintió vértigo en su ser. Porque no podía dejar de verla y… ¡Rayos! Porque ella NO era Aurora.
Giró rápidamente en busca de las escaleras que conducían al balcón superior en que tendría una gran vista del salón y de la mujer en cuestión.  ¿Quién era? ¿Sería posible que no la conociera y aún así sentir…? ¿Cómo podía, después de años sin emoción alguna por otra mujer que no fuera Aurora, sentir “algo así” al ver la espalda de una desconocida? ¡No! Tenía que ser un error –pensó mientras subía aprisa.
Tenía la mejor vista aunque estaba escondido entre tenues luces. No estaba seguro que alguien pudiera verlo. Pero ¡no era su día de suerte! Habían iniciado el brindis y como él estaba en el balcón de la parte posterior, solo podía ver a la preciosa mujer de espaldas. Porque alguien con ese cabello perfectamente castaño, como chocolate derretido a fuego tenía que ser bellísima. ¡Y él que no se consideraba superficial! Pero es que la caída de ese vestido turquesa, ajustado a la esbelta figura hacía que se quedara sin aliento.  No podía pensar, él no podía pensar y por primera vez en años, sus ojos no buscaban a Aurora.  Porque no podía… sentía como si su vida dependiera de mirarla.  Ella…
Tenía que ir por ella.  Necesitaba saber quién era ella.
¿Cuánto se había tardado? No encontró a aquella mujer por ningún lado.  ¿Dónde estaba? Miró alrededor y…
Dos personas captaron su atención.  Aurora… y, su padre, Sebastien.
Se sintió dividido.  Él no sabía qué hacer.  Solo que esta vez, Aurora no era la razón. Si bien, su preocupación aumentaba a grados alarmantes, él tenía que hacer lo que su corazón pedía. A gritos. 
Un balcón exterior. Vio un tenue brillo turquesa pasar. La mujer.
Ni siquiera lo notó, pero avanzaba a grandes zancadas a través del salón.
Sebastien intentó alcanzar a su hijo Alex, al ver su rubia cabeza avanzar pero no lo logró. Demasiada gente que dificultaban su caminar, aunque él sabía que estaba retrasando el asunto que tenía que tratar. ¡Ay, él y su cabezota! –había dicho Danna. Seguro tenía razón, las mujeres siempre la tenían en esos asuntos.  Inspiró hondo, y aunque se resistía, él sabía que no podía tardar en encontrar a quien buscaba. Doménica. Aún con cientos o miles de personas, él habría localizado esos cabellos rubios y esa presencia magnética. Y, a pesar de todo, solo podía pensar en una cosa: ¡cómo había extrañado a su esposa!
Esbozó una descuidada sonrisa mientras avanzaba hacia ella, que giró de inmediato, sorprendida. Sus ojos expectantes y a la vez furiosos.  ¡Cuánto la amaba! Realmente, podría tomarla en sus brazos y… Estaba seguro que ella le golpearía con lo primero que tuviera a mano.
–Amor –Sebastien tomó su cintura y le dio un breve pero intenso beso– ¿no me extrañaste?
Dome sonrió lentamente.  La idea de quedarse viuda realmente le parecía más y más atractiva con cada segundo que pasaba.
–Sebastien –se acercó a él, simulando besarlo pero se alejó de inmediato– no… –clavó su mirada– no es el momento, querido.
Sebastien no perdió la sonrisa.  Las personas que minutos antes charlaban con Dome, se excusaron y los dejaron solos, en mitad de un salón atestado de personas.
–¿Te parece si vamos a un lugar más… privado? –pidió entre dientes.
–Me gusta la idea –arqueó una ceja Sebastien– como en los viejos tiempos

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