lunes, 10 de octubre de 2016

Aprendiendo A Seducir Epilogo IX

Veinte minutos después, por increíble que pareciera, todas las mujeres se hallaban dentro y no parecía un loco gallinero. Algunas, ya se hallaban pidiendo su bebida mientras que otras, cogían sitio en las sillas para cuando empezara el espectáculo. Y en grupos muy reducidos y esparcidos, había algunas que se hallaban compartiendo de pie en rincones pequeños, divertidos anécdotas con ya bebida en sus manos. Salvando cuatro pillas, que estaban junto a Alex riéndose como locas al meterse con el joven hombre.
Iba a resultar una noche entretenida, acabó pro comprobar al ver como se movían con cierta calma pro el lugar, sin ningún histerismo peligroso.
Era el momento de buscar a su prima, para proceder al sorteo.
La buscó con la mirada, para hallarla junto a un reducido grupo de chicas en un rincón junto a una ventana, riéndose por alguna cosa que estaba contando alguna de ellas.
Iba ya por la mitad del recorrido, cuando se le acercó una mujer mayor que pocas veces se había cruzado en el pueblo con ella. Y creía, que todas cerca del supermercado.
-Perdona tesoro –La detuvo agarrándola del brazo.
-Dígame –Se inclinó un poco hacia ella, para poder escucharla mejor al empezar en aquel preciso momento a sonar la música pro los grandes altavoces.
-Al que tenéis maniatado, comprendo que le toca ésta noche sufrir un poco bastante –Dijo con tono risueño-. Pero no creo que sea muy recomendable, que el pequeño grupo que se halla a su alrededor le de bebida –Silvia frunció el ceño por aquella señalización-. Creí escuchar algo de una pastilla de viagra en su bebida.
-¡Hay mi dios! –Exclamó saliendo disparada hacia el hombre, pero al llegar no fue capaz de interceptar a tiempo el vaso de cerveza que casi se había liquidado de un trago éste-. ¡No!
Soltó de sopetón con mirada alarmada, logrando que las mujeres dieran un brinco por su pronta aparición y comprendiendo su grito de alarma, al tiempo que echaban a reír de forma escandalosa, cuando éste las miraba a todas, confundido y algo receloso.
-¿Qué ocurre? –Se apresuró Alex a sonsacarle a Silvia, pero vio como era ignorado por ella, y daba un paso hacía las mujeres con intención de encararse con ellas.
-Quiero saber si habéis sido capaces de echarle algo a la bebida –Las hostigó, cruzándose de brazos.
-¡No me jodais! –Soltó exaltado Alex, mirando a todas esas viejas risueñas que estaban paradas delante de él.
-No le va a pasar nada, Silvia –Rió la que tenía el vaso en las manos, siendo casualmente la mujer del farmacéutico del pueblo-. Solo ha sido media pastilla…
-¡Pero estáis chifladas o qué! –Bramó casi sacando espuma el hombre-. Qué mierda de droga me habéis dado, viejas chifladas.
Silvia, aspiró con fuerza mientras se apretaba con dos dedos, el puente de la nariz y meditaba rápido, cómo decirle lo que había ingerido.
-La buena noticia, que no vas a tener alucinaciones y cosas raras… -Hizo una mueca con los  labios, y volteando los ojos al techo de madera cuando las mujeres volvían a romper en fuertes carcajadas-. Solo que sí vas a estar, por no sé qué rato…. –Se mordió el labio, mientras tanteaba medio giro de su mano al aire de izquierda a derecha-. Empalmado dentro de esos calzoncillos.
-¿De verdad se va a poner tieso?
Preguntó una explayada e interesada Elisabeth, que casualmente había escogido el acercarse a ellos en aquel momento, para poder escuchar lo último dicho por Silvia.
Alex, achicó sus ojos para escupir solo veneno dirigido a ella.
-Ahora comprendo tú mala leche loca –Alzó de forma sardónica la comisura de su labio-. Has montado todo esto, para poder ver verdaderos hombres desnudos, por ser una mujer insatisfecha…
-¡Alex! –Lo riñó Silvia, propinándole un bofetón en la cabeza.
 Pero a Elisabeth, no le molestó. Solo rió fuerte por un segundo, antes de dar dos pasos y posicionarse cara a cara con él, y a un solo palmo de distancia.
-Alex, Alex… -Dijo su nombre con cierto arrastre-. Tengo un marido que es puro semental en la cama, créeme –Siguió diciendo con tono de guasa, antes de agarrarlo del pelo con una mano y aplastarle la cara entre sus tetas grandes, a causa de amamantar a su niña-. Al que le gusta dejarme embarazada, para poder entonces jugar con su juguete, entre mis tetas grandes, a causa de la lactancia.
-¡Elisabeth por favor, que lo vas ahogar! –Interrumpió Silvia sorprendida, con las mejillas arreboladas por lo dicho de su prima.
-Tranquila –La miró ésta divertida-. Los hombres saben muy bien, como respirar cuando meten la nariz aquí dentro –Se encogió de hombros, después de soltarlo-. Pero tranquilo, que seguro te encontramos un alivio para tu pajarito ¿Qué te parece de dar ya comienzo al sorteo? –Se giró a su prima, quien asintió con la cabeza-. De ese modo, que lo saque la ganadora de aquí, antes de que sea violento para el chico –Propuso con un guiño de ojos picaruelo.
-Me vengaré –Susurró entre dientes, con la mirada entre cerrada y apuntando solo a las dos chicas.
-Ya veremos si te quedan ganas o fuerzas –Le lanzó un beso al aire Elisabeth, para después voltearse con los brazos al aire y soltar un fuerte silbido, llamando la atención de todas las mujeres que había allí-. ¡Agarren sus papeletas, que vamos a dar comienzo al sorteo!
Aquello, causó que se hiciera un pequeño revuelo de risas, gritos y alguna que otra obscenidad, dicha a pleno pulmón, mientras intentaban pillar un asilla libre o estar cerca de ellas.

Su mente, no daba abasto a tantas ideas vengativas que se le iban viniendo a la cabeza, para poder vengarse sobre esas dos locas, en cuanto se viera libre de las cuerdas que lo tenían sujeto.
Con ojos medio cerrados, empezó a estudiar toda mujer que había allí, notando como su enfado tomaba terreno por su torrente sanguíneo, cuando empezaba a notar como su anatomía iba despertando en contra de su voluntad, a causa de la maldita pastilla que le habían colado.
Aquello, no podía estar sucediéndole. Seguro que se trataba todo de una maldita pesadilla… Solo tenía que despertar.
¡Y una mierda! Sabía que no pasaría eso, para su gran alivio hacia su persona.
Seguía mirando a las mujeres, para buscar a las más viejas y tratar de imaginárselas desnudas encima de él, y poder ver si así contra restaba el efecto de la viagra. Cuando, su buscar entre el gentío femenino, se detuvo de forma abrupta ante una larga y llamativa melena ondulada pelirroja, justo cuando la chica que tenía a su lado, le alzaba el brazo izquierdo dando gritos y saltos.
¿Qué ocurría? ¿Qué se había perdido, al quedarse embobado con ella?
-¡Perfecto, puede subir nuestra ganadora a por su premio! –Exclamó con tono eufórico Elisabeth, girándose a mirarlo y guiñarle un ojo con cierta confabulación.
¡Hijas de puta! ¡Sabían lo de Mandy!
Sus pulsaciones se aceleraban de forma alarmante, notando como aquello provocaba que mucha sangre fuera  a colmarse a un lugar, que para nada quería que se despertara si resultaba ser entregado aquella chica pelirroja.
¿Tan fácil era ver, que se hallaba atraído de forma alarmante hacia aquella chica? Pensó con gran fastidio, y notando como una soga al cuello, al ver como Mandy era arrastrada hacia él por la misma chica, que le había alzado el brazo.
-Vamos Mandy, no seas tímida y ven a recoger tu premio –Aventuró animada Elisabeth, mientras Silvia se le acercaba con un chico de los del espectáculo, para soltar su agarre al poste.
-¿Acaso quieres arruinarme la vida? –Siseó Alex a Silvia, logrando captar su mirada.
-No –le mostró una encantadora sonrisa-. Solo quiero, que seas igual de feliz que yo seré en unos días–Informó, dándole un cálido beso en la mejilla, antes de que el bombero lo obligara a ponerse en pie, al tirar de la cuerda.
-Me parece perfecto que tú, busques ese tipo de felicidad –Intentó frenar sus pies en el mismo lugar-. Pero quien te dice que los demás…
-Así, que el único valiente de los dos es Donovan –Se burló de él, para guiñarle un ojo y alejarse de allí.
-Joder –Masculló entre dientes-. Voy a ir al infierno.


 No se quedó para ver como Mandy, solucionaba el que le hubiera tocado un premio tan peculiar como aquel. Sin que nadie se diera cuenta, salió del lugar para coger el camino que iba en dirección a la propiedad de Donovan.
Decidió hacerlo a pie, por el medio del sendero que a más tardar, llegaría en unos quince o veinte minutos. De aquel modo, llamaría menos la atención y nadie, sabría donde estaba realmente.
Por fin, iban a tener una noche tranquila para ellos, donde poder jugar para desprenderse ella de su equipaje de más.
Una enorme sonrisa llevaba en el rostro, al pensar que iba a poder abrazar aquel cuerpo a su libre antojo, sin mil pares de ojos atentos a sus movimientos… Dormir abrazada al calor de cuerpo… Y ver sus ojos y su sonrisa, nada más despertar.
Aspiró con fuerza y henchida de felicidad, al no creerse poseedora de tanta buena suerte.
¡Donovan la amaba!
Miró la hora en su reloj, viendo que mejor apresuraba un tanto el paso, pues su prometido tenía planes para los dos y tenían que regirse por cierto horario.
¿Qué sorpresa sería?


Muy a su pesar, tuvo que dejarse llevar como un perro hacia donde se hallaba su enemigo principal número dos, Elisabeth. Quien sonreía divertida, esperando que la abrumada Mandy se acercara a ella, para poder entregarle como puro esclavo.
Le parecía increíble, que fueran a dejarlo en manos de aquella joven, habiendo consumido aquella maldita pastilla.
Gimió horrorizado y desesperado para sí mismo, viendo que no iba a ser buena idea. Aquello, era como ponerle a un niño un bol de caramelos suculentos y nunca vistos, para decirle, que si no cogía ninguno en un plazo de treinta minutos, se le entregaría el doble… Era de idiotas, se sabía que la tentación a mano, podía más que el razonamiento.
Observó a su ninfa de sus sueños, acercarse allí a paso forzado, gracias por el empuje de su amiga.
Solo bastaba un micro segundo, para que un hombre supiera que era más valiosa que el oro y todo diamante raro.
Una belleza etérea, con un alto precio a pagar.
Pero aquella dulzura y timidez… Bien podían valer, el querer quemarse uno por un momento en el infierno, si así probaba aquellos carnosos y rosados labios.
Era la única mujer, con la que podía alimentarse solo del aire, si podía quedarse horas observando aquellos preciosos ojos verdes enmarcados por su cabellera roja como el fuego.
Pero por desgracia suya, era una joven de anillo en el dedo, por un  beso de pasión. Bueno, así lo había marcado su padre desde un principio, al ser el cura del pueblo.
Y él, no era hombre respetuoso para ella, según la mirada de ese poder. Se merecía, a alguien más puro y cercano a ella.
De modo, que más le valía morderse el labio hasta sangrar, para no besarla y cerrar los puños bien fuertes, para no agarrarla como hombre de las cavernas y sucumbir a su deseo, calmado por aquellos dos largos años que la conocía.
-¿Qué se supone que conlleva él como premio? –Escuchó la tímida voz, preguntarle a Elisabeth.
-Lo que él, se deje hacer –Se encogió de hombros la mujer con un guiño pícaro de ojos-. Tú te lo llevas, y ya os pondréis de acuerdo en sí dais un apaño ésta noche –Mandy, abrió los ojos de forma desorbitada-. Bueno, me refiero que si tienes algo roto en casa, por así decirlo… -Carraspeó un poco la mujer, para no fastidiar la jugada que habían ideado.
En todo momento la había mirado a ella fijamente, observando como ésta era consciente de él, y aún se había sonrojado más.
Siempre había sabido, que no le resultaba del todo desinteresada a la curiosidad de la joven.
-¡Pero no puedo llevármelo a casa! –Dijo apurada con tono estrangulado, estrujando sus manos.
-Llévalo donde quieras –Apresuró Elisabeth-. Pero que sea rápido el salir del granero, pues hemos tenido un pequeño percance al tenerlo bajo nuestra custodia –No pudo evitar que se le escapara una pequeña carcajada, mientras que la joven chica fruncía le ceño algo dudosa-. Le han dado en la bebida media pastilla de viagra y…
-¡OH por dios! –Retrocedió la joven dos pasos.

-Sí –Se acercó a ella, para agarrarla del brazo y acercarla al fin al premio, quien se hallaba callado y las miraba todo serio-. Ya mismo entra en fase de celo por así decirlo, y créeme que aquí corre peligro con tanta mujer…
-Genial Elisabeth –Soltó socarrón con mirada despectiva-, ha quedado más que claro, que me habéis tratado como a un perro lleno de pulgas –Se giró a mirar por un segundo a su dueña, por calificarla con algún apodo, con cierta mirada amable-. Pero tampoco hace falta que le pintes un infierno a la dulce jovencita, que ha resultado ganadora…
Sabía que su tono, era imperdonable. Pero era mejor para su tranquilidad. Tener a las mujeres de su alrededor aquella noche, enfadadas con él, antes que fogosas por el deseo.
Lo que no se esperaba, es que su dulce ninfa, se fuera  a encrespar tanto.
-Ésta dulce niña, no se asusta porque tú vayas a entrar en fase de erección en tus calzones –soltó con tono sarcástico, alzando un tanto su barbilla-. Pero si en verdad, deseas apagar el efecto de esa pastilla, metiéndote entre las piernas de una o varias mujeres aquí presentes –Se alzó de hombros-. Comprendo que al pertenecerme, puedo hacer lo que me plazca contigo, como entregarte en ofrenda a ellas y tú, no podrás rechistar.
Su verde era desafiante, por ninguna milésima de segundo, se había vislumbrado sonrojo alguno. Solo el mismo fuego que su larga cabellera.
Vaya, con su virginal ninfa, pensó sonriendo con una mueca socarrona. Sorprendido, de que le estuviera aguantado aún la mirada con gran carácter.
¿Sería todo teatro ensayado? Eso, iba a tratar de averiguar en un periquete.
Y en menos que canta un gallo, sorprendiendo también a Elisabeth por su velocidad, alargó su brazo para reposar su mano tras la cabeza pelirroja y de un solo tirón, la acercó a un centímetro de él, para mordisquear de forma juguetona sus labios, antes de besarlos de forma dura y corta…
-Solo me interesa meterme entre tus piernas, como creo que ya hace tiempo dedujiste por ti sola –Susurró mirándola fijamente-. Ahora, déjate de tanto orgullo y sácame de aquí, sino quieres que lo haga yo, cargando contigo en mis hombros. Llévame a casa de mi primo Donovan.

No hizo falta picar al timbre, pues Donovan había dejado la puerta libre de cierre. Sabían que iban a estar solos… Todos tenían algo que hacer aquella noche, pensó con sonrisa traviesa.
Subió con paso apresurado las escaleras, sin mirar en ningún momento a su alrededor, para detenerse con el corazón desbocado en el dormitorio de él.

Aspiró profundamente, alzó su brazo y llamó dos veces con el puño. 

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