martes, 25 de abril de 2017

La mujer del rey 6 °



Byul terminó en una pequeña celda, encerrada allí tuvo la oportunidad de pensar y unir piezas dándole un nuevo significado a muchas situaciones pasadas. Todos aquellos años había creído conocer a Janeul mejor que nadie, pero había sido una mentira, él era un extraño, él era el príncipe heredero.
Había creído que no podía sentir más dolor, que la muerte de sus padres había terminado de romperla, pero no era cierto, ahora estaba realmente herida. La única persona que le quedaba en el mundo, el hombre que significaba todo para ella, su esperanza, sus sueños, su amor, se habían destrozado en un parpadeo.
Durante dos días estuvo encerrada allí en completa soledad, sólo le alcanzaban agua, pan y la llevaban a la letrina cuando era necesario. Al dormir tenía sueños felices, en los que estaba su familia y vagaba por las calles con Janeul, como cuando eran niños, cuando despertaba le faltaba el aire y deseaba no haber despertado nunca.

Al tercer día abrieron la celda y entró el Príncipe Heredero, era el hombre que conocía desde había más de una década y al mismo tiempo no, sus ropa era diferente, su actitud con los guardias, lo miró casi como si fuera un desconocido.
-Byul, ¿estás bien? – preguntó acuclillándose a su lado y cuando estiró una mano hacia ella, la joven retrocedió. Él hizo un gesto para despedir a los guardias y quedarse a solas con ella- Byul, lo siento, Byul – repitió.
-Mentiste – dijo ella simplemente.
-Quise decírtelo muchas veces, pero no pude. Temía esto, que me miraras así.
-Su Alteza…- musitó ella.
-Byul, no, soy Janeul.- insistió y  vio como ella derramaba lágrimas – Voy a sacarte de aquí, lo prometo. Saldrás de aquí y serás feliz.
-Ya no… -dijo ella sin saber si se refería a si le importaba ser liberada o a la posibilidad de ser feliz.
-Lo siento, lo siento mucho Byul. Debí marcharme ese día en que te conocí, pero no pude….Yo no debí…
-¿No debiste qué?  - preguntó.
-No debí enamorarme de ti – confesó  Janeul tomándole la mano. En ese momento y antes que ella pudiese decir algo, los interrumpieron.
-Su Alteza, debe irse de aquí, sabe que no debería haber venido – dijo un guardia que parecía tener un alto rango.
-Te sacaré . Resiste – dijo Janeul como despedida y le besó la mano.
Un día después, sin explicaciones,  volvió a ser arrastrada a la casa de cortesanas.
La regenta del lugar la recibió y escuchó las órdenes del guardia.
-No tiene permitido salir de aquí – dijo el hombre y la mujer asintió. Luego guió a Byul hasta su habitación.
-¿Lo sabes ahora? No es tan fácil escapar de aquí – le dijo a la joven al cerrar la puerta, pero no había malicia en su voz, sino tristeza
De niña, Byul no había pensado en las injusticias del mundo o en las diferencias entre las personas, ahora no podía dejar de reflexionar sobre ello. Un título había abierto una brecha  y una cadena de injusticias la había llevado hasta allí. Ella no había hecho nada  para merecer aquello, pero eso no importaba, ahora entendía que la vida no se trataba de merecer o no, era lo que era, y , a veces, golpeaba con crueldad.
Se preguntó si volvería a ver a Janeul alguna vez, porque más allá de todo aún quería verlo. Era verdad que le había hecho mucho daño con su mentira, pero también era verdad que aunque no podía soslayar que era el príncipe heredero, tampoco dejaba de ser Janeul. Y tampoco dejaba de amarlo.
Seguía siendo alguien que estaba  entrelazado en su propia historia, seguía siendo el que le había enseñado a leer y a montar a  caballo, seguía siendo el que le gustaba pescar, el que elogiaba sus pinturas, el que la había llevado al templo de flores de loto, el que había llegado a rescatarla, el que la había besado, el que había dicho que estaba enamorado de ella. Y príncipe o no, fuera un crimen que sería castigado por los hombres o por los dioses, ella seguía enamorada de él.
Aquellos días apenas comió y apenas durmió, sumida en la completa incertidumbre.
Janeul se había arrodillado ante el hombre que le había dado la vida, no  tenían una relación muy estrecha, pero antes jamás lo había odiado, hasta ese momento que rogó por la vida de Byul.
-Libérala, por favor, ella es inocente.
-Es una traidora y morirá por eso- había sentenciado el rey.
- Su Majestad…padre…ella no ha hecho nada.
- Has mentido durante diez años y las has estado viendo, has corrido detrás de ella y   sin pensar en las consecuencias has huido tras liberarla de un prostíbulo.
-No es así, padre…
-¿Crees que basta ser el legitimo heredero para acceder al trono? El poder no es algo tan sencillo, tengo planes para ti, y si algo de lo que ha sucedido se sabe podrías perderlo todo. Esa mujer es un peligro.
-Déjala libre y jamás la volveré a ver.
-¿Estás seguro?
-Sí .
-No puedo creer en tu palabra, ya has demostrado lo débil que eres frente a ella. Morirá.
-¡Padre, si algo le sucede…!
-¡¿Qué morirás también?! Entonces demostrarás que no vales nada,  si no puedes con esto tampoco podrás con la corona.
-Déjala vivir y haré lo que quieras.
-Bien, entonces vivirá. Mañana regresará a esa casa de cortesanas y allí permanecerá de por vida.
-¡Noo! Eso no, te lo ruego, prometo no verla, haré lo que quieras, pero eso no.
-Si la dejo vivir necesito garantías, Janeul. Ella estará allí, puedes visitarla si quieres, pero jamás escaparte o vivir con ella, nadie verá mal que un príncipe visite a una cortesana, es lo común.  Puede ser tu amante hasta que te canses, pero eso será todo. Piénsalo, piensa tu respuesta, porque la vida de ella depende de lo que digas.
Y había tomado una decisión, la única que podía. Y se había jurado en que llegaría un día en que tendría el poder suficiente para no sentirse acorralado y para que las personas que amaba no sufrieran por su debilidad.

La mujer entró a la habitación y Byul pensó que  seguramente habría un giro en su vida, de niña había imaginado al futuro como  días brillantes y felices, ahora sabía que era algo mucho más complicado e impredecible.
-Tienes visitas – dijo la mujer y ella se paró  con firmeza, fuese lo que fuese iba a mantenerse firme.
La persona que llegó  fue Janeul, o mejor dicho, el príncipe, pues iba ataviado como tal. Se mantuvo a distancia y la miró con timidez, casi con temor de ser rechazado.
-Perdóname – dijo sencillamente y titubeante abrió los brazos. Ella no dudó, corrió hacia él y se dejó abrazar.
-Estás aquí.
-Te he condenado, Byul, por mi culpa estarás confinada a este lugar, no pude salvarte.- murmuró mientras la abrazaba y ella sintió el temblor en su voz, la desesperación que lo embargaba. La joven se separó  un poco y lo miró.
-Tú no mataste a mi padre, ni a mi madre, tú no tienes que ver con los usureros ni con que fuera vendida a este lugar. Tú no causaste esto- le dijo.
-Yo soy el hijo del hombre que pudiendo salvarte, eligió  condenarte, y sólo porque eres importante para mí, no por algo que hayas hecho. Mientras vivas permanecerás encerrada aquí, sin siquiera poder salir afuera. O hasta que él muera. – dijo con resentimiento.
-Si me quedo aquí, ¿vendrás a verme?
-Byul…
-Eres la única persona que me queda, si tú vienes, estaré bien.
-¿No escuchaste nada de lo que acabo de decir?
 -Debiste decirme quien eras antes que me enamorara de ti.- le dijo y Janeul pensó que aunque ella lo perdonara, él no podría hacerlo. Quizás si le hubiese dicho la verdad, Byul se hubiese casado con otro en lugar de esperarlo, quizás ella ahora tendría otra vida, había tantos quizás que lo hacían culpable.
-Debí hacerlo y debí alejarme.
-¿La otra opción era que muriera, verdad? – preguntó aunque sabía la respuesta, ahora entendía la gravedad de lo sucedido, una cortesana se había ido con el Príncipe Heredero. Janeul no respondió, bajó la mirada- ¿Vendrás?- insistió ella.
-Sí.- dijo él.
-Mientras viva.
-Hasta que tú no quieras verme.- dijo él.
-Quiero verte siempre- dijo ella y él la besó.
-Será mejor que me vaya ahora, volveré pronto.- dijo él y ella lo detuvo.
-Quédate conmigo esta noche- pidió sonrojándose.
-Byul…
-Si eres tú, estaré bien – trató de explicarse y él volvió a abrazarla y la besó, y la siguió besando.
Janeul tenía muchos motivos para detenerse, él más importante era que no la merecía. Y tenía muchos motivos para hacerla suya, el más importante que la amaba.
Se detuvo un instante.
-Te amo- le dijo.
-Te amo- respondió la joven y entonces él continúo besándola y acariciándola. Lentamente se quitaron la ropa, era nuevo e incómodo pues habrían necesitado mucho más tiempo para llegar a aquella intimidad, pero habían aprendido a aprovechar el momento porque no sabían lo que les traería el mañana.
-Hermosa, Byul- le susurró mientras la recostaba en la cama y terminaban de desvestirse.
-Siempre soñé con que me dijeras que era hermosa, con que me miraras.
-Siempre pensé que eras hermosa, aún cuando sólo eras mi amiga…- dijo él.
-Me enamoré antes , desde que me salvaste del caer al río – dijo ella.
-No sé cuando me enamoré, pero sé cuándo lo supe.
-¿Cuándo? – preguntó ella, necesitaba hablar para vencer la vergüenza.
-Aquel día que te la pasaste enojada diciendo que yo no era tu hermano. Supe que te amaba y que agradecía no ser tu hermano- dijo él y siguió con la lenta seducción. Cuando se cernió sobre ella, la joven cerró los ojos.
-¿Estás asustada? – preguntó Janeul deteniéndose.
-Un poco…- admitió y él le sonrió. Se incorporó y se quitó un anillo de plata y turquesa que llevaba en el dedo meñique y lo puso en el dedo anular de ella.
-Era de mi madre, y sin importar lo que los demás digan, ni lo que suceda, esta noche es nuestra noche de bodas.- dijo Janeul .  Byul asintió con los ojos llenos de lágrimas. La besó con intensidad y  volvió a cernirse sobre el cuerpo femenino, ella  tímidamente enredó sus piernas alrededor de su cintura.
-Soy el primero…y eres la primera – confesó y la joven lo miró asombrada. Sabía que no sería la mujer que lo acompañaría hasta el final de los días, pero tampoco había esperado ser la primera.
-Janeul, siempre Janeul… dijo tocando su rostro como aceptación final y él la penetró. Con otro beso capturó el quejido de la joven y se movió lentamente hasta que ella respondió y ambos olvidaron todo lo que los separaba, porque en ese instante eran uno y nada más importaba.
En la mañana, él acarició el cabello de la mujer que dormía en sus brazos.
-Abre los ojos, Byul, sé que estás despierta.
-No quiero – susurró ella escondiendo su cara en el hombro de él.
-Tengo que levantarme y volver a palacio – dijo él con pesar y ella abrió los ojos y se lo quedó mirando. Era la situación de siempre, separarse, esperarlo hasta volver a verse, y sin embargo había un mundo de diferencia. La noche que habían pasado juntos había cambiado todo.
-Bien- dijo ella y se separó para dejarlo levantarse, luego cerró los ojos con fuerza.
-¿Por qué cierras los ojos ahora?
-Debes vestirte…- contestó y aunque Janeul tuvo ganas de reír ante aquel gesto de inocencia de ella, se contuvo y le dio un beso suave, luego se levantó y se vistió.
-Ya está- dijo -¿Ahora los cierro yo?
-Sí, por favor – contestó Byul y la amó más por eso. Cumplió su palabra y cerró los ojos, escuchó los ligeros pasos de ella, el sonido de las telas y tuvo muchas ganas de no irse jamás.
-Ya puedes ver- le dijo y Janeul se le acercó y la abrazó.
-Volveré pronto, pero no salgas de noche de la habitación. Le pediré a Jun que pase mañana por si necesitas algo…
-Estaré bien, no debes preocuparte – dijo ella.
-Voy a preocuparme cada día, cada hora, cada instante, porque te amo.- respondió Janeul.
-Vete ya, o no te dejaré ir- le dijo ella poniéndose en puntas de pie y besándolo.
-Mi Byul…- dijo él y luego la tomó de la mano y salieron. Lo acompañó hasta la entrada deteniéndose detrás de las puertas. Ambos recordaron dolorosamente que ese era el límite, que ella no podía dar un paso más allá, pero la joven sonrió con valentía y lo saludó mientras él se alejaba.
Regresó a su habitación y al entrar vio a la regenta del lugar esperándola.
--Así que tu príncipe tomó aquello por lo que había pagado- comentó echando un vistazo a la cama revuelta.
-No es así – dijo Byul y tocó el anillo que llevaba, no iba a dejar que nadie ensuciara lo que había sucedido entre ellos.
-Ah, ¿amor, verdad? Pero el amor no basta.- dijo la mujer adivinando los pensamientos de ella.
-A mí sí – dijo la joven.
-Aunque supongo él no sólo tomó tu virginidad, sino que también te protegió al hacerlo, ahora eres intocable.
-¿De qué habla? – preguntó confundida.
-Eres la amante del príncipe, muchacha, ningún hombre en su sano juicio se atrevería a tocarte. Mientras él esté a tu lado, estarás protegida, ¿no lo sabías?- preguntó sorprendiéndola, Byul no lo sabía y se preguntó si más allá del amor que los unía, Janeul había pensando en eso, en que al hacerle el amor y proclamarla como suya, la pondría a salvo.- Además ha cambiado tu estatus en este lugar, eres la mujer con más influencia ahora.
-Yo no…- musitó ella intentando explicar que no había pensado en nada de eso.
-No tienes idea de lo que  estoy diciendo, pero lo entenderás. Creo que también deberías ver a nuestra herboristera y que te aconseje sobre hierbas e infusiones que evitan el embarazo, apuesto que tampoco pensaste en eso, en las consecuencias de acostarte con un hombre. Y como imaginarás, no puedes tener un hijo de él.- sentenció y Byul sintió que volvía a ser arrojada a la oscura realidad.
Alguna vez había soñado con  casarse con Janeul, con tener hijos y ser una familia, luego había renunciado a esos sueños y había decidido amarlo como pudiera; pero jamás había pensado en todo lo que debía renunciar. No podría tener hijos con él, un niño ilegitimo sería considerado una amenaza al trono, probablemente el hijo de una cortesana y un príncipe fuese sacrificado por el bien de la familia real. Se cubrió la boca para no gritar ante aquel pensamiento.
La dulzura de la noche de amor acababa de desvanecerse en la pesadilla. No, el amor no siempre era suficiente.
-Quiero estar sola-pidió y la mujer se marchó de la habitación. Entonces Byul dio rienda suelta a su  tristeza y lloró. Después de tantas pérdidas el dolor más grande era tener que matar los sueños construidos para futuros que ya no serían, habría miles de momentos que hubiese deseado compartir con sus padres, ya no podría; había deseado sostener un hijo del hombre que amaba, tampoco podría. Ni siquiera podría asistir al próximo festival de verano, ni al siguiente.
Apretó el anillo con fuerza a su corazón, mientras decidía que serían las últimas lágrimas que lloraría por la Byul del pasado.

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