viernes, 7 de abril de 2017

Tan solo amor 4 - Gaby Ruiz



Marcos golpeaba con los dedos la mesa, en clara señal de impaciencia.  No sabía por qué había venido… no debía haber venido –se repitió.  Al paso que iba, perdería el avión y, probablemente, todo era solo una broma.  ¿De Aidan? No, eso era imposible.  Si Aidan había dicho que debía hablarle de algo con urgencia, tenía que ser realmente algo importante.  ¿Pero qué?
Hacía una semana que había sido la boda.  Hasta donde él conocía, Aidan debía estar de luna de miel con su esposa Eliane… ¿o no? ¿Por qué regresaría?

Repasó la conversación que había tenido con él.  En realidad, le había citado porque había algo urgente que necesitaba saber.  No, algo que necesitaba saber nada más.  Si no era Aidan… ¿entonces quién?
  Hola Marcos –escuchó la voz que no esperaba escuchar más.  Solo en sueños.
  Mía –pronunció en voz baja y se levantó para mirarla.  Estaba hermosa, con una tímida sonrisa y sus ojos grises nerviosos.  Vestía jeans y un jersey que contrastaba con su cabello, ahora totalmente recogido.  Contuvo el aliento cuando sintió que se perdía en la profundidad de sus ojos grises. Era amor…
  Si… me recuerdas –comentó recogiéndose un mechón de cabello que había escapado– ¿cómo estás?
– ¿Qué haces aquí, Mía? –Marcos se sintió extraño.  ¿Qué hacía ahí? ¿Venía a burlarse de él? Porque no veía otra explicación… aunque, el pensar por qué Aidan se prestaría para algo así, no le cabía en la cabeza– ¿Ha pasado algo con Aidan y Eliane?
– No, están bien.  ¿Por qué…? –Mía fue perdiendo la voz.  Por supuesto, ella le había pedido a Eliane que programara ese encuentro y seguro pidió ayuda de Aidan.  ¡No había sido nada fácil hacerlo sin crear sospechas! Había dado la excusa más increíblemente estúpida pero Eliane no hizo ninguna pregunta.  Era una buena hermana– Ah… ¿tienes un poco de tiempo para hablar? –pidió.
  Me encantaría –sonrió él con educación– pero sería mejor si lo hacemos camino al aeropuerto.  Mi vuelo sale en unas horas… –explicó.
– Oh –Mía sintió una enorme punzada de decepción.  ¿Qué había esperado? ¿Qué él se quedara por siempre ahí? ¿Por qué lo haría? ¿Por ella?  ¡Qué absurdo! No tenían nada ni nunca lo tendrían.  Pero… secretamente, lo había esperado. Hacía una semana que había sido la boda y Marcos seguía ahí.  ¡Eso debía significar algo! –pensó– y ahora, solo se daba cuenta que él estaba a punto de irse.  ¿Por qué había esperado tanto para buscarlo? ¡Claro! Porque no tenía nada que decirle, nada que pudiera ofrecerle… y aun así, era lo suficientemente egoísta como para querer verlo por última vez.  Siempre.
  ¿Vamos? –él continuaba mirándola con cortés indiferencia.
Mía se sintió repentinamente inoportuna.  ¿Acaso Marcos ya la había borrado de su mente? ¿Por qué se comportaba así?  ¿Tan pronto? ¡Qué tonta! ¿No sería lo mejor? ¿Por qué rayos le importaba tanto?
– ¿Mía? –sus ojos azules fijos en ella, tratando de leer las emociones que tan bien escondía.  Parecía toda una experta en ocultar lo que sentía.
  Si, vamos –se arregló para contestar aun cuando sentía como la cabeza le daba vueltas.  Marcos… Marcos… ¿por qué seguía clavada la imagen de él en su mente? ¿Sus palabras? ¿El suave latido de su corazón? ¡Estaba volviéndose loca!
  Mía… –él le tomó del brazo con suavidad y ella lo miró expectante– tengo mi auto por allá –explicó conduciéndola en la dirección correcta y soltándola. 
  Por supuesto –asintió confusa Mía, sintiendo como su corazón se había acelerado y ahora disminuía repentinamente, como si Marcos al soltarla le hubiera quitado el aire.
Él sonrió brevemente y se giró, esperando que lo siguiera.  Mía mantuvo el paso y se sorprendió al mirar el auto de Marcos.  Tenía dinero… mucho dinero, imaginaba. Eso era aún más incómodo –pensó– ¿cuántas mujeres lo buscarían por su dinero? ¿Por ser guapo? ¿Inteligente, ingenioso y dulce?
“Te he esperado toda la vida” se repitió en su mente, como si lo estuviera escuchando en ese instante. El eco de aquella voz llena de emociones… solo para ella.  ¿Cómo había tardado tanto en notarlo?
Independientemente de si la afirmación fuera cierta o no, su voz delataba que la decía de corazón.  Porque realmente la sentía.  Sintió un vértigo aún mayor.  ¿Cómo podía provocarle eso ella? Tan solo era… bueno, nada extraordinario.  Aún no se explicaba que veía Marcos en ella…
En el corazón que él pensaba que tenía.  Que equivocado estaba.
  ¿Mía? –volvió a repetir Marcos tocándole suavemente el hombro.  Ella lo miró, notando que le tenía abierta la puerta del auto, esperando que subiera.  Asintió, sonrojada y lo hizo. Trató de componer una sonrisa– ¿Te sientes bien? –preguntó con genuina preocupación en su voz.  ¡Ya era un cambio!
  Si, algo avergonzada la verdad –ella explicó y él espero que continuara mientras ponía el auto en marcha– haber pedido una “cita” contigo a través de Eliane y Aidan; sin realmente tener nada importante que decirte… –completó en un murmullo.
Marcos estaba concentrado en el camino.  No la miraba y ni siquiera asintió a lo que ella había dicho.  Parecía no escucharla.  Mía sintió otra punzada de decepción directamente contra su corazón.  Parpadeó rápidamente, mientras miraba por la ventana hacia las calles que recorrían. 
Dio un pequeño saltito al sentir el cálido contacto de la mano de Marcos sobre la suya. No se atrevería a mirar, por si el mágico sentir se desvanecía.  Marcos… ¿cómo podía conocerla tanto? Era tan imposible de comprender y… real.
Sintió un escalofrío recorrerla por completo.  Daba tanto miedo el sentir algo inexplicable pero que parece lo más real que jamás hubiera tenido. No asustaba… aterraba.  Y mucho.
La mano de Marcos empezó a acariciarle con suavidad sus dedos tensos.  Ella sintió nacer una sonrisa del fondo de su alma. No quería saber cómo es que Marcos sabía tanto de las mujeres pero sin duda, sabía lo que hacía.  Muy bien. 
Y aunque quería oponer resistencia, no lo lograba.  Los pensamientos negativos querían arrancarle ese pedacito de felicidad pero ella luchó por alejarlos. No los quería. 
Quería a Marcos. Aun cuando fueran unas horas, unos minutos… y no lo vería más.  Respiró hondo, cerrando los ojos para apartar eso de su mente.  Tampoco había pensado que podía conservarlo. Nunca se le había ocurrido siquiera considerarlo. 
Él parecía realmente sentir lo que había dicho, cada palabra dirigida hacia ella.  No, no podía dañarlo y, sabía que al final, siempre terminaba dañando lo que amaba. Así sería si se atrevía a amar a Marcos.  Y la odiaría… y ella moriría de dolor.
Sintió que se detuvieron y abrió los ojos a tiempo de encontrarse con la otra mano de Marcos dirigiéndose hacia su mejilla para atrapar una lágrima.  Era la segunda vez que se ponía a llorar, sin siquiera notarlo, frente a ese hombre.  ¿Qué era lo que le había hecho?  ¿Cómo podía sentir que lo amaba si tan solo lo había visto dos veces?
Tan imposible y tan doloroso.  Era un desastre… debió dejarlo cuando aún podía. ¿Verdad? Sí, por supuesto.  ¿Cuándo había sido eso?
Fácil.  Antes de conocerlo.  Sería la única manera que no lo amaría.  Y tal vez, ni así.
Marcos le puso las dos manos en el rostro y le secó las escasas lágrimas que se habían deslizado de sus ojos grises.  Sintió que se perdía con la sonrisa radiante que él le dedicaba, como si para él fuera fácil estar abrumado de emociones.  Como si lo hiciera feliz.  Tragó con fuerza cuando él se acercó hacia ella, sin dejar de mirarla.
– Mía… –susurró él con voz ronca, apenas rozando su rostro– te amo.
Mía cerró los ojos.  Sintió la respiración de Marcos luchar contra la suya propia.  No podía dejar de pensar en que él iba a besarla.  ¿La besaría?
Se sorprendió deseándolo con todas sus fuerzas.  Rogando en silencio porque él lo hiciera.  Esperó.
Y esperó más.  Tanto que abrió sus ojos.  Él sonrió y ella le devolvió la sonrisa. Marcos se alejó, encendió el auto y siguió conduciendo ante la sorpresa de Mía.  ¿Por qué rayos no la había besado?
  ¿Tienes hambre? –preguntó Marcos mirándola brevemente– podemos comer algo cerca del aeropuerto.
  No tengo mucha hambre –gruñó Mía aunque la tranquilidad de él hizo que quisiera golpearle con algo– pero puedo acompañarte.
– Gracias –esbozó una leve sonrisa– en ese caso, comeremos en un lugar muy cerca del aeropuerto y llamaré para que alguien se encargue del auto. 
– Si… –contestó Mía, sin realmente tener nada que decir.  ¿Por qué él podía tratarla así, con cortés indiferencia, después de lo tierno que había sido? No que fuera alguien diferente, para nada.  Básicamente, era el mismo Marcos, solo que su ternura estaba lejos de ser amorosa sino amable, simpática.  Demasiado.
– Arreglaré que alguien te lleve también a tu casa –ofreció estacionando el auto– es lo menos que puedo hacer por ti –se bajó para abrirle la puerta.

No hay comentarios:

Publicar un comentario

LinkWithin

Related Posts Plugin for WordPress, Blogger...